Monseñor Giuseppe Shen Bin (Catholic Press Photo)

Shen Bin y la decisión de Francisco

El nombramiento del obispo de Shanghai es un paso más en las relaciones entre la Santa Sede y Pekín. Dictado por la preocupación del Papa para que el “pequeño rebaño” de fieles chinos pueda vivir su fe más libremente
Gianni Valente*

Hay un obispo nuevo en Shanghai. Se llama Giuseppe Shen Bin y tiene 53 años. Nació en 1970 en la ciudad de Qidong. Viene de una familia de larga tradición católica. El papa Francisco lo ha nombrado obispo de Shanghai «trasladándole de la diócesis de Haimen», según explica el boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede del 15 de julio. Una fórmula protocolaria que en el caso que nos ocupa adquiere un alcance y relevancia sin precedentes, dada la larga y complicada historia de relaciones entre la República Popular China y la Iglesia católica.

En realidad, Giuseppe Shen Bin tomó posesión como obispo de Shanghai el pasado 4 de abril. De su traslado desde la sede episcopal de Haimen a Shanghai se encargaron los organismos que se dedican en China a los asuntos de la Iglesia católica siguiendo las reglas y procedimientos del sistema político chino. Además, en Shanghai vive también Tadeo Ma Daqin, ordenado obispo auxiliar en junio de 2012, cuando la diócesis estaba aún dirigida por el obispo jesuita Aloysius Jin Luxian. Aunque Daqin fue elegido obispo con el consenso tanto de la Santa Sede como del gobierno de Pekín, al terminar la liturgia de la ordenación episcopal expresó su intención de abandonar los cargos que ocupaba hasta entonces en la llamada Asociación patriótica, organismo encargado de aplicar en la Iglesia las reglas y protocolos impuestos por la política religiosa nacional. Por este motivo, desde ese momento, a Ma Daqin se le impidió ejercer su ministerio episcopal. La diócesis de Shanghai quedó de hecho vacante desde 2013, año que desapareció el anciano Jin Luxian. Sin embargo, la Santa Sede ha seguido reconociendo a Ma Daqin como obispo auxiliar de Shanghai.

Bastan detalles como estos para intuir la singularidad del nombramiento realizado por el papa Francisco. El pontífice ha reconocido en efecto el traslado de un obispo de una diócesis a otra, un traslado realizado en principio sin el consenso de la Santa Sede. El cardenal secretario de Estado Pietro Parolin, en una entrevista publicada en los medios vaticanos el mismo 15 de julio, explicaba que con el nombramiento-traslado de Shen Bin el papa Francisco «ha decidido sanar la irregularidad canónica creada en Shanghai, en virtud del mayor bien para la diócesis y de un ejercicio provechoso del ministerio pastoral del obispo».

En los últimos avances producidos al frente de la diócesis de Shanghai se dan todos los condicionamientos que desde hace décadas pesan sobre la trayectoria histórica de la catolicidad china en sus relaciones con las autoridades civiles y con la Santa Sede. Una historia de sufrimiento marcada también desde los tiempos de la cruenta persecución, que tuvo un punto de inflexión muy relevante con el acuerdo firmado por la Santa Sede y el gobierno chino el 22 de septiembre de 2018. Renovado por dos bienios consecutivos en 2020 y 2022, siempre se ha definido como “provisional” este acuerdo referido a la cuestión del nombramiento de obispos chinos, epicentro del que parten todas las sacudidas que durante décadas han dividido a las comunidades católicas cuando los aparatos del poder imponían el nombramiento de obispos ordenados sin el consenso de la sede apostólica ni mandato pontificio.

Desde su primera firma, los protocolos de nombramientos episcopales establecidos en el acuerdo garantizan que todos los obispos chinos sean ordenados con la aprobación del Papa, en plena y pública comunión jerárquica con el sucesor de Pedro. Según las declaraciones iniciales de intenciones, el acuerdo debería haber establecido «las condiciones de una colaboración más amplia a nivel bilateral» para ir afrontando gradualmente las demás cuestiones abiertas que pesan negativamente sobre la situación del catolicismo chino, empezando por el estatus de los obispos “clandestinos” no reconocidos por el gobierno. El pacto entre las partes implicadas consistía en debatir cada una de ellas hasta encontrar una solución compartida, sin romperlo nunca ni tomar iniciativas unilaterales.

El traslado del obispo Shen Bin de Haimen a Shanghai, sin acuerdo con la Santa Sede, se percibe en el Vaticano como un movimiento unilateral. La flexibilidad del acuerdo, como un instrumento “provisional”, modificable y mejorable sobre la marcha, también le permite hacer frente a accidentes en el camino, que desde el principio han contemplado los colaboradores del Papa encargados del dossier chino. Queda el hecho –señalado también discretamente por el cardenal Parolin en la entrevista publicada por los medios vaticanos el día del nombramiento en Shanghai– de que la sucesión de iniciativas unilaterales podría comprometer el clima de confianza mutua necesario para dar continuidad de manera provechosa a los encuentros.

Entretanto, el papa Francisco, con la decisión de designar para la sede episcopal de Shanghai al obispo que ya había tomado posesión de esa sede diocesana, vuelve a mostrar criterios claros y evidentes, la “brújula” que guía al actual sucesor de Pedro y que guio también a sus predecesores a la hora de abordar los problemas y dificultades que sufren los hermanos católicos chinos.

El acuerdo sobre el nombramiento de obispos chinos toca fibras íntimas de la naturaleza apostólica de la Iglesia y el dinamismo propio de su vida sacramental. La esencia de este acuerdo tiene que ver con la memoria de los mártires y con la validez de los sacramentos celebrados en las parroquias, en las capillas y en las casas de la República Popular China. Bienes que pertenecer a un orden incomparable a los que se implican ordinariamente en los acuerdos suscritos entre la Santa Sede y los gobiernos soberanos. En la situación en que se encuentran, que comparten con sus compatriotas, los católicos chinos, un “pequeño rebaño”, pueden vivir la aventura de confesar la fe en Cristo en la China actual tal como es, sin privilegios, sin ser señalados o percibidos como un cuerpo extraño, como huéspedes exóticos o representantes de culturas lejanas.

Desde el punto de vista de la Santa Sede, la intención del acuerdo, teniendo en cuenta las dificultades de su aplicación, sigue siendo el de archivar las sospechas sobre la validez de los sacramentos administrados en todas las iglesias chinas, así como los estereotipos engañosos sobre las “dos Iglesias” –la “fiel al Papa” y la “vinculada al gobierno comunista”– que aún se propagan por el ámbito mediático más conformista sobre el catolicismo en China. Por esta razón, el papa Francisco no tiene ningún miedo a las malévolas críticas que le acusan de “rendición” ante la China comunista.

También en Shanghai –como explica el cardenal Parolin en dicha entrevista– la intención del Papa al “legitimar” canónicamente el traslado de Shen Bin ha sido «fundamentalmente pastoral, y permitirá a monseñor Shen Bin actuar con más serenidad para promover la evangelización y favorecer la comunión eclesial».

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En esa entrevista, el cardenal Parolin se refiere a Shen Bin como un «pastor estimado». Desde que tomó posesión al frente de la diócesis de Shanghai, el obispo ha contribuido de varias formas a reactivar dinamismos pastorales diocesanos. También ha sido bienvenido por el aparato político, que favoreció su nombramiento al frente del “colegio” de los obispos católicos chinos. En una entrevista de 2017, hablando de la situación de los católicos en China, Shen Bin afirmaba: «Nosotros somos como los sarmientos que brotan de la vid. Necesitamos la guía pastoral del pontífice». En esa misma entrevista, recordaba que «el evangelio no nos pide erigirnos en antagonistas de las autoridades constituidas». Y citaba en este sentido el pasaje del evangelio donde «Jesús dice que debemos ser sagaces como serpientes y sencillos como palomas». Quien tenga oídos, que oiga.

*director de la Agencia de noticias Fides