Monseñor Santoro y monseñor Pezzi durante la liturgia en Moscú (Foto "L'isola che non c'è - Latiano")

«La paz nace en el corazón de cada uno»

Tras su visita a Kiev a finales de abril, monseñor Filippo Santoro ha estado en Moscú del 8 al 12 de julio. Publicamos su homilía durante la misa en la catedral católica de la capital rusa
Filippo Santoro*

A finales de abril, en el marco de una iniciativa por la paz organizada por la asociación cultural “La isla que no existe”, monseñor Santoro, junto a Franco Giuliano, periodista y presidente de honor de la asociación, y Loreto Gesualdo, nefrólogo de la Universidad de Bari, visitaron Kiev para conocer las comunidades locales y llevarles un bajorrelieve que representaba a san Miguel Arcángel. La misión de paz de esta delegación continuó en Moscú del 8 al 12 de julio con un encuentro con monseñor Paolo Pezzi, arzobispo de la Madre de Dios en Moscú, y la entrega a la catedral católica de la ciudad de un tríptico que representa a san Nicolás, obra de artista Cosimo Giuliano, como la anterior, que donó en ambos casos a la asociación. Al término de la visita, hubo un encuentro con el metropolita ortodoxo Antoni de Volokolamsk. A continuación, la homilía de monseñor Santoro en Moscú

Excelencia Reverendísima monseñor Paolo Pezzi, Su Excelencia el embajador italiano aquí en Rusia, Giorgio Starace, queridos fieles, estoy muy contento por celebrar esta liturgia en la que también se cumple uno de nuestros sueños.

La primera lectura (Gén 28,10-22a) nos habla del sueño de Jacob, que parte hacia Berseba en dirección a Jarán, y se detiene a pasar la noche en cierto lugar cuando el sol se ha puesto. Agarra una piedra para usarla de cabezal, se acuesta allí y tiene un sueño: «una escalinata, apoyada en la tierra, con la cima tocaba el cielo. Ángeles de Dios subían y bajaban por ella». ¿Qué significa este sueño? Que el cielo no se ha quedado cerrado, el cielo se ha abierto de par en par; el cielo es la plenitud de la vida, de la felicidad; el cielo se ha abierto y desde el cielo ha hablado Dios, el Señor. El cielo es el lugar de la paz, donde la vida se abre de par en par y nos alcanza, el cielo ya no está mudo; el Señor se revela y nos habla, la felicidad nos habla a cada uno prometiéndonos su plenitud. Dios ha prometido a Jacob la tierra y una descendencia numerosa como el polvo de la tierra. Luego el Señor dice algo extraordinario: «Yo estoy contigo». Fijaos: el sentido de todo, del cielo y de la tierra, se desvela, se muestra como alguien cercano que nos acompaña en los afanes cotidianos. Jacob se despierta y dice: «Qué terrible es este lugar, la puerta del cielo». ¡Pero cuánto nos gustaría encontrar la Puerta del cielo, la Puerta de la vida! El Señor ha abierto esa puerta, ha salido a nuestro encuentro, pero Jacob dice: «Qué terrible es este lugar». Terrible porque era impensable que el sentido del universo pudiera revelarse. Esta es la casa de Dios, la Puerta del cielo. Echó aceite sobre la piedra que había usado de cabezal y erigió allí una estela. Vuelve a realizarse la Alianza de Abrahán. Dios se hace cercano y forma una alianza con nosotros.

El encuentro con el metropolita ortodoxo Antoni de Volokolamsk (Foto ''L'isola che non c'è - Latiano'')

En el evangelio que hemos escuchado, Dios se muestra como un hombre, uno de nosotros, de carne y hueso. En el Verbo hecho Carne, la cercanía de la razón última de la vida deja de ser un sueño o una voz misteriosa, sino un hombre concreto que nos abre de par en par al misterio y nos cuida. Así nos cuenta el evangelio de hoy que Jesús se pone en camino para visitar a la hija de un jefe de la sinagoga que sufre mucho y a la que dan por muerta. Por el camino se encuentra con una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años. Ella se acerca a Jesús y toca el borde de su manto por detrás; sabe que Jesús puede curarla (lo que no han logrado los médicos), puede salvarla, reconoce la majestad de Jesús y dice: «Con solo tocarle el manto me curaré»; entonces Jesús, que estaba rodeado de una multitud, pregunta: «¿Quién me ha tocado?». Los apóstoles responden: «Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”»; pero aquella mujer lo había reconocido y lo había tocado con fe, y el mal que sufría fue curado. Está salvada. Volviéndose, Jesús la ve y dice: «¡Ánimo, hija! Tu fe te ha salvado». Desde ese momento la mujer quedó curada. Luego llegó a la casa del jefe de la sinagoga que le había llamado y Jesús dijo: «La niña no está muerta», y se reían de él. La tomó de la mano. Fijaos: el Señor Dios nos toma de la mano. Y la niña se levantó.

Jacob, y con él yo y los amigos de esta asociación, hemos tenido un sueño, el de llevar dos obras de arte, una a Kiev y otra a Moscú, para implorar la paz, una con la intercesión de san Miguel Arcángel y otra con la intercesión de san Nicolás taumaturgo.

Tríptico de san Nicolás donado a la Catedral católica de Moscú (Foto ''L'isola che non c'è - Latiano'')

Excelencia, gracias a usted y al embajador italiano en Rusia, este sueño se cumple y hoy también hemos tenido la gracia de encontrarnos con el arzobispo Antoni de Volokolamsk, presidente del Departamento de relaciones externas del Patriarcado ortodoxo de Moscú. Estamos pidiendo al Señor que el cielo se abra, que la paz reine en los corazones, que acaben tantos sufrimientos, que se salven muchas vidas, que niños y jóvenes vivan a salvo. Como veis en este bajorrelieve en terracota, en cuyo centro el santo, san Nicolás, con el poder de Dios, devuelve la vida a tres niños. Es el deseo de que aquí también se abran corredores humanitarios para salvar a estos niños. En el siguiente panel vemos a san Nicolás dominando la tempestad y salvando la vida de los marineros. Nosotros también pedimos que la paz pueda volver a estas aguas agitadas y nuestra liturgia es la Eucaristía de la paz. La paz en nuestros corazones, la paz que nace de la cercanía de Dios, como la de Jacob, la paz que brota en el corazón de cada uno de nosotros para que Jesús, que curó a la hija de aquel jefe, que curó a aquella mujer que perdía sangre y que tanto sufría en su cuerpo y en su alma, pueda concedernos la paz a cada uno de nosotros. Jesús lo hace, quiere hacerlo, y nosotros le pedimos que lleve la paz a estas tierras por intercesión de san Nicolás taumaturgo. Yo nací en Bari y siempre he venerado a san Nicolás, que tantos devotos tiene en Rusia y en estas tierras.

Lo más sorprendente es que en la Eucaristía no solo tocamos el borde del manto del Señor, sino que recibimos el Cuerpo y la Sangra de Jesucristo Resucitado, le recibimos a Él glorioso y vivo, que hace de nosotros un solo pueblo, una única Iglesia, el Cuerpo de Cristo. Por eso, el encuentro de esta mañana con el arzobispo Antoni es también un gesto ecuménico de unidad, la misma Eucaristía es fuente de unidad y de comunión. Que esta Eucaristía sea fuente de paz. También para nosotros se abre esta noche el cielo, el Señor nos visita, nos toca, nos hace artífices y constructores de paz. El arzobispo ortodoxo nos decía que en otoño visitará Bari. Que el Señor, mediante la intercesión de san Nicolás, realice lo que llevamos en el corazón y done la paz a todos, especialmente a los que viven en estas tierras. Amén.

*Arzobispo metropolita de Taranto y Delegado especial del Papa para los Memores Domini