De izquierda a derecha: Fernando de Haro, monseñor García Beltrán y José Fernández Crespo.

Don Giussani. «Dejarse interrogar por la realidad»

Fragmentos de la intervención de monseñor Ginés García Beltrán, obispo de Getafe, en la presentación del libro Don Giussani. El ímpetu de una vida, de Fernando de Haro. Móstoles, 29 de junio de 2023
Mons. Ginés García Beltrán

Como ya he repetido en varias ocasiones, no he conocido a Comunión y Liberación, tampoco a don Giussani, hasta que llegué a esta diócesis de Getafe. Claro que sabía qué era CL, al menos eso pensaba yo, y sabía que Luigi Giussani era el fundador de esta Fraternidad. Sin embargo, ha sido el contacto con la realidad, con vosotros y vuestra vida, la que me ha abierto al soplo del Espíritu de este carisma. Vuestra compañía en estos más de cinco años, también en momentos difíciles e interpelantes para nuestra condición, me ha abierto a la experiencia de don Gius, de la que no solo he reconocer que he aprendido mucho, sino que también me he reconocido en ella.

En estos meses pasados, por circunstancias diversas, me he acercado a la vida de Mons. Luigi Giussani desde varias perspectivas. Primero fue de la mano de don Massimo Camisasca con Don Giussani. Su experiencia del hombre y de Dios; después, con Carmen Giussani y Don Gius. Luigi Giussani, una vida apasionante. Y la verdad es que estaba esperando el momento para lanzarme a la vida de Giussani de Alberto Savorana, cuando me llega la obra biográfica que ahora presentamos, Don Giussani. El ímpetu de una vida, de Fernando de Haro.

Desde que empecé la lectura me atrajo, además del estilo narrativo, ágil y atractivo –diremos que divulgativo–, la descripción de la vida de Giussani de modo directo y en la que uno se siente protagonista porque lo que lee le afecta, porque muchas de las inquietudes y del contexto vital del fundador de CL son también las preguntas y los grandes desafíos de un mundo y una cultura que, si no igual, tiene las mismas raíces hoy. He leído este libro con gusto y con interés, gustando página a página, con el lápiz en las manos, subrayando y tomado notas –lo siento por los que piensan que es un atentado contra los libros–, y releyendo algunos párrafos para pensarlos y contrastarlos con mi propia experiencia. En algunos momentos he sentido emoción. Crea De Haro un texto sugestivo de las peripecias que conforman la historia de un testigo de la fe de nuestro tiempo. Nos muestra al mismo tiempo que los santos son los de la puerta de al lado, con los que puedo identificarme porque encarnan el deseo y la inquietud de mi corazón.

El primer capítulo creo que tiene una belleza que no te deja indiferente. Quizás es un buen resumen de todo lo que viene después. La verdad es que este comienzo me cautivó, desde las primeras palabras que son toda una declaración de intenciones: «Fue por ignorancia». La realidad toca a Giussani, lo interpela y hasta lo hiere, pero no se queda en el lamento, la hace experiencia, la pasa por la razón, la ilumina desde el acontecimiento de Cristo, lo mueve a salir y a actuar.
La realidad, en sus gestos más sencillos, en lo cotidiano, revela la densidad del Misterio. Se convierte en búsqueda y en respuesta, y no deja indiferente, pone un aguijón interior con el interrogante: ¿cómo responder a la ignorancia de aquellos chicos? Con estos tres chicos del tren comenzó toda esta historia.

La historia del siglo XX había tocado y derribado a la juventud, testigo de una u otra manera de dos guerras, habían salido de los escombros de la guerra con heridas, sin sentido y sin creer en nada, no solo en Dios, sino tampoco en el hombre. El cristianismo le debe una palabra que ilumine y salve a ese hombre, una respuesta, pero no hay respuesta sin Misterio. El misterio del yo, del ser, el Misterio de Dios. El misterio de un Dios que ha querido hacerse presente, ser uno de nosotros. El prólogo de san Juan lo dice todo. Ya no es el Cristo de la devoción o el del pensamiento, es el Cristo presente, una persona presente. Solo la humanidad de Cristo se ha tomado en serio nuestra humanidad. En el seminario, Giussani tuvo sobre su escritorio el Cristo pintado por Carracci, al que puso debajo una frase del teólogo alemán Johann Adam Möhler: «Pienso que no podría vivir si no le oyera hablar de nuevo».

Destaca el valor de la belleza, que ya había aprendido en casa, en la niñez, de su padre obrero, de su madre dedicada a la casa y profundamente creyente. En el corazón del niño adolescente se ha instalado una intuición, la de la necesidad de una belleza sin fin, más definitiva que la belleza que en este momento nos hiere.
En esta obra he ido entendiendo y colocando en su lugar las palabras que distinguen el carisma de CL: encuentro, experiencia, acontecimiento, alegría, suceder, razón exigencia de la fe –sin razón no hay fe–, la fe que genera un pueblo, el rechazo del moralismo, la realidad que me toca, etc.
Me ha conmovido el relato de la historia de la redacción de las palabras que don Giussani pronunció en la plaza de San Pedro en el encuentro de los movimientos eclesiales con Juan Pablo II. Al final de su vida quiere resumir y centrar su pensamiento y su misión, su carisma. Escribe y borra lo escrito, quiere decir más y quitar otras cosas. Llega hasta Roma con el ordenador y la impresora de aquellos años. Está nervioso y emocionado, no sabe si las fuerzas le acompañarán en ese momento, si será capaz de leer el folio escrito. La experiencia interior siempre hace insuficiente la palabra. Es amor. Al final redacta las últimas palabras que serán todo un testamento: «El verdadero protagonista de la historia es el mendigo. Cristo mendigo del corazón del hombre; el corazón del hombre mendigo de Cristo».

En el tiempo del seminario van apareciendo en la vida de Giussani los grandes autores que marcarán su pensamiento y su experiencia. Siempre dirá que su vida fue enseñar lo que había aprendido en Venegono. «Rogué al Señor una sola cosa para mí: que me mantuviese en la cruz con Él», dice en su primera misa. De hecho, el recordatorio de su ordenación es la imagen de Cristo en la cruz de Guido Reni con el lema Crucifixus. Enseguida llega la prueba de la enfermedad: «En su voluntad está nuestra paz», repite inspirado en la frase de Dante. «Lo único que siento es que la esencia de la vida, de las aspiraciones, de la felicidad, es el amor. Un amor infinito, inmenso, que se ha inclinado hacia mi nada».

Después llega la opción por la enseñanza, en un instituto que presume de laico, el Berchet, fiel reflejo de la juventud milanesa de aquel momento. Parece insignificante en el ambiente aburguesado de sus alumnos; no les importa, ni lo necesitan. Su actitud es la dejarse interrogar por la realidad, por la laicidad, por el adversario, por el otro. No convertir la fe en moralismo. «La moralidad es reconocer el vínculo de cada instante con el dibujo total, con el designio completo». No es cristiana la moral que lo confía todo a la propia voluntad y después añade a Cristo. Responder a las preguntar, no caer en la tentación fácil de repetir un discurso ya elaborado, que nada tiene que ver con la vida ni con el interés de los otros, no se trata de responder a lo que no se ha preguntado. «Es más grande amar el infinito que negarlo, que odiarlo», dirá a Luigi Squellerio, uno de sus primeros amigos. Giussani provoca, pero evita la dialéctica.

Me interesaba y estaba expectante hasta llegar al iter de la vida de Giussani al pontificado milanés de Montini y confieso que me ha sorprendido la relación entre estos dos personajes de la historia contemporánea de la Iglesia, y hasta me ha interpelado. Según me ha parecido entender, detrás de una relación cordial, de confianza y de afecto mutuo, hay una cierta incomprensión por parte del arzobispo de la línea de actuación de GS, incluso de alguno de sus fundamentos. Montini y Giussani tienen las mismas fuentes y visiones muy cercanas del mundo y de la realidad, como se demuestra en muchos momentos, incluso en Montini convertido en Pablo VI. La carta pastoral con motivo de la Cuaresma de 1957 del arzobispo de Milán se titula “Sobre el sentido religioso”. El primer comentario a esta carta, a petición del propio Montini, es el primer opúsculo de El sentido religioso de Luigi Giussani, que en los años posteriores tanta trascendencia tendrá en el pensamiento de Giussani y en la experiencia de CL. ¿Es el concepto de experiencia lo que pone sobre alerta al arzobispo Montini?, ¿es la cautela ante la vigilancia de los que veían demasiado modernismo?, ¿tiene algo que ver la relación de la FUCI con GS?

Es interesante detenerse en el concepto de «experiencia». Experiencia, explica don Giussani, es el encuentro entre el sujeto y la realidad objetiva. Es vivir lo que hace crecer. Tres factores de la experiencia cristiana:
• Un encuentro con un hecho objetivo, una comunidad.
• Percibir el significado que ha tenido el encuentro que requiere un gesto de Dios. Es la gracia de la fe.
• El hecho encontrado y comprendido es el significado de la existencia.
Desde esta experiencia se puede entender también la experiencia de la caritativa en la vida de CL. La caridad no va a dar, va a aprender.

Su método consiste en hacer con decisión un anuncio cristiano, elemental en la comunicación, que pueda vivirse en comunidad. Cristo se hace presente en la unidad, huyendo de la comodidad de la influencia social. Una pedagogía es más aguda cuanto más concreta y cuanto más implícita es. Es decir, cuando lo hace más implícitamente y, al mismo tiempo, es concreta, práctica. No existe ninguna pedagogía más eficaz, más aguda, que esta: «sígueme». Hace falta un método para vivir la fe –punto esencial, creo–, para entender la intuición carismática de Giussani y su obra (El sentido religioso, Los orígenes de la pretensión cristiana –por qué se puede creer en Cristo con una fe razonable y humana– y Por qué la Iglesia –la unidad de los creyentes vivida como se vive en la tradición católica y ortodoxa garantiza la contemporaneidad de Cristo–.

Las dificultades hacen crecer. La vida es una provocación que nos interpela cada día, en cada lugar, si somos capaces de verlo y de acogerlo como una posibilidad. Es interesante y revelador ver cómo se va tejiendo la historia del movimiento de CL, que empieza siendo GS, y que nos muestra una vez más que las dificultades y hasta la persecución son un camino de maduración y de acogida a la voluntad de Dios. Giussani tiene la convicción de que el fin de semana en Riccione, junto al fin de semana del 68 en Variggoti, fueron momentos fundacionales sobre los que se asienta CL.
Hay que salvar la tentación de la utopía. Es la tentación del 68 que prevalece aun después. Se hace de la utopía proyecto, y no el deseo de hacer presente a Cristo en una comunión. La verdadera fuerza no está en el hacer, en actuar, sino en crecer en la fuerza del Misterio que los reúne. El cristianismo son las personas que se han encontrado a Cristo. En esta obra aparecen descritos con gran realismo algunos momentos de radicalidad del fundador de CL para mostrar que el camino no está en hacer, sino en el encuentro, en la presencia de Cristo. «La novedad es una presencia consciente de llevar algo definitivo. No se construye algo nuevo con discursos o proyectos, sino viviendo gestos de humanidad nueva en el presente».
El diálogo con el mundo debe ser cordial y no marcado por la confrontación, así lo ratificó el Concilio; la apertura al mundo exige de nosotros claridad en lo que somos y acogida de los demás, escucha y respeto al otro dejándome interpelar y enriquecer con su experiencia. No se crece negando la realidad sino abrazándola y reconociendo la Presencia en ella.

Uno de los capítulos más hermosos de la obra, y pienso que de los más actuales, es “La vida como vocación”. Lo muestra el autor con hechos concretos. Me ha impresionado la figura y la historia de una joven de Bolonia, Mónica Volpe. Mal comienzo con un final feliz. «La forma más alta de misión debería ser la clausura», dice Giussani. Y llegaron más que encontraron su vocación, en la contemplación y en la vida activa, en el sacerdocio y en la vida laical. La gracia siempre va dando frutos, ricos y variados. «Ser hombres verdaderos es la primera condición para llevar a Cristo a los demás», les dice a los primeros sacerdotes de la Fraternidad misionera de San Carlos Borromeo. Cristo es la respuesta a la exigencia de nuestra humanidad.

La misericordia lo resume todo. Al final, en medio de los dolores de la enfermedad, le queda la misericordia, que no solo es el perdón que se concede por algo mal hecho, es un amor que está en el origen de la persona. Le dice a Jone: «¡Por fin he comprendido! Él nos ama antes de cualquier mérito nuestro, la misericordia es un amor que está en el origen». Este capítulo de la vida de don Giussani me ha traído a la memoria otro que habla de misericordia. Se refiere al pensador ateo Nietzsche padre de buena parte de los “ismos” de la cultura actual. Lo cuenta el escritor austriaco de origen judío Stefan Zweig (cfr. Tiempo y mundo. Impresiones y ensayos /1904-1940, pp. 44-50).
Se trata de las cartas que la madre de Nietzsche escribe a Overbeck, amigo de la familia y profesor de teología. Nietzsche está considerado uno de los pensadores más influyentes de la cultura actual; su filosofía nihilista del superhombre y la muerte de Dios han marcado la cultura actual. El autor alemán rechaza el cristianismo por ser la religión de los débiles que sigue a un perdedor, al Señor Crucificado. El acontecimiento de la llegada del superhombre significaba la muerte de Dios. Un hombre autónomo, sin dependencias, que aspira al poder, bajo las formas de tener, de gozar, de autoafirmarse como único criterio de interpretación y de decisión. Pues bien, Nietzsche era hijo de un pastor de Namburg, muerto prematuramente, y de una mujer buena y piadosa, orgullosa de la relevancia de su hijo del alma; la misma que asiste incrédula y dolorida a la actitud de su hijo que «ultraja la doctrina cristiana y predica una cruzada contra la cruz». Un hijo que la trata desde la lejanía y la indiferencia. Hasta que un día le avisan de que su hijo ha caído enfermo y está en un manicomio con una paranoia incurable. Hasta Turín va la madre a recoger a su hijo perturbado y comenzar un largo viaje por la dureza de la enfermedad y sus circunstancias, y teniendo como único medio el amor y la ternura maternales. Los médicos dicen que la enfermedad es incurable, pero la madre se resiste a creerlo, una «mujer conmovedoramente sencilla, conmovedoramente creyente, conmovedoramente tierna, su madre, que escribe: “Me atormentaría eternamente la idea de que los médicos pudiesen no haber comprendido bien la enfermedad de mi hijo”». Por eso, a pesar de la negativa de los médicos a dejarlo salir del manicomio, los convence para cuidarlo ella en su casa. Zweig describe a la madre con el hijo con estas palabras llenas de ternura: «Y ahora se ve, de vez en cuando, a una anciana guiar por las calles y dar prolongados paseos por la ciudad con el enfermo, que parece un oso grande y torpe». Es el poder del amor y la misericordia: «Una debe tener paciencia y confiar en la gracia y misericordia de Dios, que no nos abandona», escribe la madre compasiva. Así «sigue cumpliendo con fidelidad su cotidiano servicio, le alimenta con bocadillos de jamón y le acaricia las mejillas».

Quiero terminar con la entrañable relación de Giussani con la Virgen María. Me han conmovido los gestos filiales de amor y devoción hacia María, sencillos y llenos de expresividad: el rezo del Ángelus y su gusto por peregrinar a santuarios marianos. Es de gran ternura la visita a uno de ellos. No se puede bajar del coche, ve que entra una señora corriendo, y en su oración le pide a la Virgen: «escúchala a ella primero». O la oración mariana de Dante y su jaculatoria Veni Sancte Spiritus, veni per Mariam.

Esta obra nos sitúa en el hoy del movimiento y de la Iglesia misma. Debemos cuidar la identidad, pero sin dejar de mirar a la misión. La identidad siempre está en proceso porque se ve interpelada por la realidad en cada momento, esta interpelación se lucha en lo humano, pero tiene su fuente en el todo, en Cristo que es la respuesta. Cristo no es nunca lo segundo que viene a interpretar lo que nos acucia. Cristo es lo primero, el fundamento desde el que actúo. Como dicen las palabras de san Bernardo que recordaba el padre Mauro Lepori los Ejercicios de este año a la Fraternidad: «Bernardo, ¿para qué viniste?».
Termino recordando la descripción de la celebración de las exequias de Mons. Giussani en el Duomo de Milán. El pueblo canta una de las canciones más repetidas por el movimiento de CL, y en ella se escucha repetir a modo de conclusión de esta obra: «Nuestra voz que pide la vida al Amor».