La misa por don Giussani en Bolonia el 20 de febrero de 2023 (Foto Luca Petrolo)

Una compañía de enamorados de Cristo

La homilía del cardenal Matteo Maria Zuppi, arzobispo de Bolonia, en la misa de aniversario de la muerte de don Giussani
Matteo Maria Zuppi

Es verdad: «Toda sabiduría viene del Señor y permanece con él para siempre». ¿Quién puede entender y contar la grandeza de las dimensiones de nuestra vida? Somos siempre auténticos mendigos y necesitamos dejarnos guiar por ese Dios que se hace compañero de camino justamente para liberarnos del verdadero pecado original que es buscar la afirmación de uno mismo mediante el orgullo y no mediante la ayuda mutua, mediante la fuerza y no mediante la debilidad. Son los pequeños quienes comprenden el misterio del reino. Hoy damos gracias a Dios por el don de Luigi Giussani, que de manera personal, incluso para los que no lo conocieron personalmente, ha llegado hasta nosotros. En cierto modo, todos lo hemos conocido. Fue sabio porque se hizo pequeño en las manos de Dios, a las que se confió, en quien creyó y a quien mostró vivo en tantos corazones. Todo es posible para el que cree, afirma Jesús y nos testimonia Giussani.

Pensamos en él como en el padre de este joven, pues se hizo padre de muchos jóvenes, de los que quería que fueran ellos mismos, libres de lo que aprisionaba su corazón, de las respuestas engañosas que no les dejaban ser dueños de sí mismos. Giussani respondió como el padre del evangelio, enseguida, sin dudar, con la pasión con que lo recordamos y que tanto atraía, en voz alta, sin miedo, afirmando con fuerza su fe sin medias tintas. «Creo, ¡ayúdame en mi incredulidad!». Parece contradictorio creer y ser incrédulo. La fe, en realidad, es siempre la dimensión de una búsqueda continua, de una petición. Quien busca pide ayuda, no se asusta de su debilidad, miseria, pecado, dudas, y al mismo tiempo puede afirmar su fe.

La ayuda de Jesús reside precisamente en la compañía. Al principio de su “aventura”, precisamente por no querer aceptar que tantos jóvenes no conocieran a Cristo vivo, deseaba que este encuentro les hiciera más ellos mismos. Como en el evangelio de hoy, no se conformaba con una fe que no cambia la vida. Jesús responde explicando que el poder lo tenemos nosotros, ¡porque todo es posible para quien cree! «Creo, ¡ayúdame en mi incredulidad!». Así nos liberamos de un espíritu mudo y sordo. Ese joven no comunicaba, no escuchaba ni expresaba nada, estaba solo. La compañía nos ha hecho escuchar palabras nuevas, llenas de amor, y nos ha hecho capaces de un lenguaje nuevo, distinto. El don de la fraternidad, que ha cambiado nuestra vida, nos ha hecho descubrir al otro y comprenderlo, la alegría de vincularse nos hace capaces de palabras nuevas. Giussani usaba la expresión “compañía”. Para él eran personas concretas y lo fueron hasta el final. El papa Benedicto XVI calificaba a la compañía de los cristianos como fiable. «El cristiano es insertado en una compañía de amigos que no lo abandonará nunca ni en la vida ni en la muerte, porque esta compañía de amigos es la familia de Dios, que lleva en sí la promesa de eternidad… lo acompañará siempre, incluso en los días de sufrimiento, en las noches oscuras de la vida; le brindará consuelo, fortaleza y luz. Le dará palabras de vida eterna, palabras de luz que responden a los grandes desafíos de la vida y dan una indicación exacta sobre el camino que conviene tomar. Brinda consuelo y fortaleza, el amor de Dios incluso en el umbral de la muerte, en el valle oscuro de la muerte. Le dará amistad, le dará vida. Y esta compañía, siempre fiable, no desaparecerá nunca. Ninguno de nosotros sabe lo que sucederá en el mundo, en Europa, en los próximos cincuenta, sesenta o setenta años. Pero de una cosa estamos seguros: la familia de Dios siempre estará presente y los que pertenecen a esta familia nunca estarán solos, tendrán siempre la amistad segura de Aquel que es la vida. Esta familia de Dios, esta compañía de amigos es eterna, porque es comunión con Aquel que ha vencido la muerte, que tiene en sus manos las llaves de la vida» (Homilía, 8 de enero de 2006). He leído esta larga parte de la reflexión del papa Benedicto XVI para recordarlo con vosotros y por esa sintonía profunda que le u nía a don Giussani, del que celebró su última despedida, el Ad Dio.

Esta compañía está abierta porque s de Cristo y por eso no puede convertirse en una secta. Es verdadera, física, no idealizada. Ay de las compañías que se vuelven virtuales, fácil proyección de nuestras convicciones, que no se miden con las contradicciones humanas y acaban fácilmente pareciéndose a los fariseos que juzgan y no aman, que condenan y no salvan, que se sienten puros y solo saben ver la paja ajena. Jesús es la compañía que vence el pecado, que abraza al hijo fracasado y desobediente y prepara una fiesta para él porque ha vuelto a la vida. No una compañía de puros, sino de enamorados de Cristo y, por tanto, atentos a todo lo que es humano porque eso también, en cierto sentido, forma parte de la compañía y tiene un eco profundo, suscita interés y vínculo. Libremente, porque es una decisión individual.

Nos amamos por lo que somos, con nuestras imperfecciones, como hace Jesús, y este amor nos acepta y nos cambia, motivo por el que nos alegramos de ser mejores. No como adultos independientes e intercambiables, sino siempre como hijos y hermanos, como es siempre un cristiano. Esta es la primera Galilea de la llamada, donde el papa Francisco nos ha pedido volver no para reivindicar el pasado, sino para entender la gracia que vivimos ahora, que nos ha protegido a veces de nosotros mismos, para decidir el futuro, para recuperar el amor del inicio y no dejar que venza la mediocridad ni la tibieza del adulto o la resignación amarga y desilusionada del viejo. En definitiva, para no dejar de asombrarnos por tanto amor. Decía Giussani: «Tú haces habitar en una casa los corazones humanos». «Nuestra compañía es un signo y ningún signo es perfecto; por eso nuestra compañía está llena de imperfecciones: las nuestras. ¡Perdonémonos!». Siempre es así. Perfecto es Cristo y ser suyos, no nosotros. Siempre es un afecto. Decía Giussani: «Entre nosotros, en efecto, hay una unidad mayor que la que tenía con mi padre, mi madre, mi hermano y mis hermanas; una unidad que hace que desee tu Destino, amigo, con idéntica pasión con la que deseo el mío».

Estad atentos a que crezca poniendo a Jesús en el centro. Hay una segunda característica propia de la compañía: la gratuidad (L. Giussani, Una presenza che cambia, p. 261). «Amar no es amar de verdad si no es totalmente gratuito. La gratuidad implica la exención, la evasión de cualquier tipo de cálculo de beneficio. Por eso nadie es tan grande como quien da la vida por la obra de Otro». Nunca es algo cerrado. «Cada uno de nosotros está llamado a hacer que nazca este pueblo, a dilatar esta compañía, a comunicarla a los demás. Todos y cada uno estamos llamados a esto para que la gente, que está siempre sola, incluso cuando se vuelve loca en las fiestas, encuentre una fraternidad con piedad, encuentre un amor» (L. Giussani, Los jóvenes y el ideal. El desafío de la realidad, pp. 51˗53). Por eso la compañía se convierte en servicio al mundo y se renueva continuamente, creciendo en fidelidad. La caritativa no es una buena acción o un voluntariado, sino que forma parte de esta compañía y se convierte en amistad, relación, en compartir como hizo Cristo, que para amarnos, como decía Giussani, «no nos ha enviado sus riquezas, como habría podido hacer, revolucionando así nuestra situación, sino que se ha hecho indigente como nosotros, ha “compartido” nuestra nulidad». Al margen de los resultados, el verdadero éxito es la caridad misma, dando vida, por ejemplo, a cooperativas, que no deja de ser creativa.

Es un desafío abierto a no perder la motivación y a crecer en responsabilidad. Para entender no basta saber, hay que hacer, con ese coraje de la libertad que consiste en adherirse al ser que se ve, es decir, a la verdad. Es como tocar a los pobres, como dice el papa Francisco. «Lo que me educa es el pequeño tiempo libre. Lo que da la medida exacta de mi disponibilidad para los demás es el uso que hago de ese tiempo que es solo mío, en el que puedo hacer “lo que quiera”. Así es como nos formaremos una mentalidad, un modo casi instintivo de concebir toda la vida como un compartir». Totalmente libres de los estereotipos y de la mentalidad común. Durante un encuentro, un joven cuenta que había dado su dinero a una mujer muy pobre, pero le causó una impresión negativa porque la mujer lo usó para comprarse un pintalabios. Giussani le respondió que «no había comprendido nada de lo que significaba compartir, porque no aceptaba la necesidad del otro, sino que quería imponer su propio esquema moralista: no comprendía que, en aquel momento, para aquella mujer podía ser una necesidad real sentirse más arreglada, más guapa» (A. Savorana, Luigi Giussani. Su vida, pp. 265˗268). Esa es la comprensión de la persona, llena de caridad, que nunca hará envejecer la caritativa y que la hará parte integrante de la compañía.
Que Giussani os conceda volver siempre a Galilea, volver a partir del “sígueme”, trabajar en la dramática mies de este mundo como artesanos de la paz para componer esta compañía entre los hombres donde puedan experimentar la compañía de Dios.

Catedral de Bolonia, 20 de febrero de 2023