El Papa en el Maskwa Park (Foto: Catholic Press Photo)

Canadá. ¿Qué es lo que construye la historia?

«Para entenderlo debemos mirar allí donde haya algo verdaderamente nuevo». Un amigo canadiense cuenta la provocación de la “peregrinación penitencial” del Papa entre los indígenas. En medio del dolor, un «encuentro»
John Zucchi

Hay momentos en los que se hace evidente que la historia, la comprensión de lo que marca nuestro pasado y nuestro futuro, no está en nuestras manos. Podemos mirar cómo afronta el poder los problemas. Por ejemplo, hace unos días los titulares de prensa hablaban de la guerra de Ucrania y daban la noticia de cuatro ejecuciones políticas en Myanmar. Vemos tanto mal a nuestro alrededor que nos preguntamos si habrá alguna salida, y al mismo tiempo pensamos que la historia la construye en cierto modo el poder cometiendo todos estos horrores. Pero si queremos entender qué es lo que realmente construye la historia, debemos mirar allí donde haya algo verdaderamente nuevo, y eso implica mirar a las periferias, entre los oprimidos y marginados.

A finales de marzo, cuando los representantes de las comunidades indígenas canadienses se reunieron con el papa Francisco en el Vaticano, Marie-Anne Day Walker-Pelletier, líder de la Primera Nación Okanese de Saskatchewan, regaló al Santo Padre dos pares de mocasines de niño que representaban a todos los niños que entraron en las escuelas residenciales canadienses y nunca volvieron a casa. Los oprimidos. Llegaron al acuerdo de que el pontífice devolvería esos mocasines cuando viniera a Canadá a pedir perdón.

El 25 de julio, el papa Francisco comenzó su “peregrinación penitencial”, como él la ha llamado, reuniéndose con casi dos mil supervivientes en el Maskwa Park. Pidió perdón muchas veces, refiriéndose al modo en que los cristianos «han sostenido la mentalidad colonialista de las potencias que han oprimido a los pueblos indígenas». Pidió perdón «con vergüenza y claridad por el mal cometido por muchos cristianos». Y señaló los mocasines, contando cómo habían reavivado su dolor durante los últimos meses.

Ha sido realmente conmovedor asistir a lo que solo podemos describir como un encuentro entre los supervivientes de las escuelas residenciales y el Papa. No fue una reunión sino un encuentro, con todo el peso que tiene esta palabra. El Santo Padre y los indígenas presentes rodeados por algo nuevo, que les superaba, algo inesperado. Muchos pueblos de las primeras naciones, Inuit y Métis, esperaban el perdón del pontífice, pero no estaban seguros de que llegaría. Otros pensaban que, aunque se pidiera perdón, no sería suficiente. Lo impresionante es que todas nuestras esperanzas, expectativas o peticiones quedaron a un lado, barridas por el acontecimiento que estaba sucediendo. La gente estaba visiblemente conmovida, hasta las lágrimas. Una mujer cree empezó a cantar espontáneamente el himno nacional canadiense en lengua cree mientras las lágrimas le caían por sus mejillas. El pontífice se paró para escucharla y aplaudió.

El encuentro en el parque Maskwa fue un momento muy austero. No hubo aplausos como los que suelen acompañar las visitas papales. El papa Francisco sonreía con dulzura mientras saludaba a la gente desde el escenario, pero durante el resto del tiempo la expresión de su rostro era muy seria. Se trataba de una peregrinación penitencial y los dignatarios y políticos respetaron el gesto. No era el momento de hacerse fotos con el Papa ni de entusiasmarse por intentar verlo de cerca, como suele suceder (comprensiblemente) durante una visita papal. Su actitud invitaba a unirse a él en su petición sincera de perdón a las poblaciones indígenas y a Dios.

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Mientras esperábamos la llegada del Santo Padre a Canadá, a veces parecía que la justicia para los indígenas era algo imposible de alcanzar y que las esperanzas de reconciliación eran extremadamente débiles. Pero con ese encuentro tan sencillo en un campo abierto, entre un Papa humilde pidiendo perdón a miles de personas igualmente humildes, y a todo lo que ellos representaban allí, en los márgenes, estalló una nueva esperanza. Podemos comentar lo que queramos y desarrollar todas las teorías del mundo sobre el camino que tomarán las relaciones entre la Iglesia y las poblaciones indígenas, pero antes de todo eso debemos medirnos con lo que sucedió durante esas dos horas escasas en el Maskwa Park de Maskwacis. Un hecho extraordinario que confirmó las palabras del Santo Padre: «Nuestros esfuerzos no bastan para sanar y reconciliar, hace falta Su gracia».

Y sí, devolvió los mocasines.