El papa Francisco en audiencia (©Vatican Media/Catholic Press Photo)

El Papa: «La paz de Jesús no nace de un acuerdo, sino del don de sí»

«Cristo ha tomado sobre sí nuestro mal, nuestro pecado y nuestra muerte. Ha tomado consigo todo esto. Así nos ha liberado. Él ha pagado por nosotros». La audiencia general del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Estamos en el centro de la Semana Santa, que va desde el Domingo de Ramos al Domingo de Pascua. Ambos domingos se caracterizan por la fiesta que se hace en torno a Jesús. Pero son dos fiestas diferentes.

El domingo pasado vimos a Cristo entrar solemnemente en Jerusalén, como una fiesta, acogido como Mesías: y por Él se extienden mantos a lo largo del camino (cfr. Lc 19,36) y ramos cortados de los árboles (cfr. Mt 21,8). La multitud exultante bendice a grandes voces al «Rey que viene», y aclama: «Paz en el cielo y gloria en las alturas» (Lc 19,38). Esa gente celebra porque ve en el ingreso de Jesús la llegada de un nuevo rey, que traería paz y gloria. Esta era la paz esperada por esa gente: una paz gloriosa, fruto de una intervención real, la de un mesías poderoso que liberaría Jerusalén de la ocupación de los romanos. Otros, probablemente, soñaban el restablecimiento de una paz social y veían en Jesús el rey ideal, que daría de comer a la multitud con el pan, como ya había hecho, y realizaría grandes milagros, trayendo así más justicia al mundo.

Pero Jesús nunca habla de esto. Tiene delante de sí una Pascua diferente, no una Pascua triunfal. Lo único que le preocupa para preparar su ingreso en Jerusalén es ir sobre «un pollino atado, sobre el que no ha montado todavía ningún hombre» (v. 30). Es así como Cristo trae la paz al mundo: a través de la mansedumbre y la docilidad, representadas en ese pollino atado, sobre el que no había montado nadie. Nadie, porque la forma de hacer de Dios es diferente a la del mundo. Jesús, de hecho, justo antes de Pascua, explica a los discípulos: «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo» (Jn 14,27). Son dos modalidades diferentes: una forma como el mundo nos da la paz y una forma como Dios nos da la paz. Son diferentes.

La paz que Jesús nos da en Pascua no es la paz que sigue las estrategias del mundo, que cree obtenerla por la fuerza, con las conquistas y con varias formas de imposición. Esta paz, en realidad, es solo un intervalo entre las guerras: lo sabemos bien. La paz del Señor sigue el camino de la mansedumbre y de la cruz: es hacerse cargo de los otros. Cristo, de hecho, ha tomado sobre sí nuestro mal, nuestro pecado y nuestra muerte. Ha tomado consigo todo esto. Así nos ha liberado. Él ha pagado por nosotros. Su paz no es fruto de algún acuerdo, sino que nace del don de sí. Esta paz mansa y valiente, sin embargo, es difícil de acoger. De hecho, la multitud que alababa a Jesús es la misma que unos días después grita “Crucifícale” y, asustada y desilusionada, no mueve un dedo por Él…

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