San José, segunda mitad del siglo XVIII, attribuido a Salvatore di Franco, Metropolitan Museum de Nueva York

El Papa y el corazón de José

Este fin de semana hemos celebrado la fiesta de san José. Repasamos el ciclo de audiencias que el pontífice ha dedicado estos meses al “esposo de María”
Paolo Cremonesi

Lo ha repetido en varias entrevistas. El papa Francisco tiene en su mesilla una imagen de san José durmiendo y por las noches coloca debajo de él algunas de las muchas peticiones que recibe a lo largo del día. Como confesó a sus fieles el pasado 2 de febrero, desde hace cuarenta años reza una oración al santo antes de dormir.

El pasado 8 de diciembre, el Papa clausuró el año que ha dedicado al esposo de María, con ocasión del cual ha escrito la carta apostólica Patris corde, “Con corazón de Padre”. De modo que no sorprenden las doce audiencias que Bergoglio ha dedicado a este santo. El amplio arco de reflexiones, que comenzó el pasado 7 de noviembre y terminó el miércoles 16 de febrero, le ha permitido tocar diversos temas: de los “sueños” de José a su trabajo artesanal, de su condición de inmigrante a su silencio, de la ternura de su vocación como padre putativo a su confianza en el misterioso designio de Dios, solo por citar algunos de ellos.

Aunque la prensa se ha centrado en ciertos aspectos más inmediatos de sus audiencias (la defensa de los inmigrantes, la denuncia del trabajo infantil y sus mortales consecuencias, el problema de la orientación sexual de los hijos o la condena del encarnizamiento terapéutico, por poner algunos ejemplos), sus catequesis siempre han ido hasta el fondo, ofreciendo un abanico de observaciones sobre nuestra manera de concebir la relación con Dios y con la realidad.

Un ejemplo de esta densidad de su pensamiento fue la audiencia del 12 de enero, dedicada por entero al trabajo. Partiendo de la vida de José, que no era simplemente un “obrero de la madera” sino “carpintero”, el Papa decía: «Muchos jóvenes, muchos padres y muchas madres viven el drama de no tener un trabajo que les permita vivir serenamente, viven al día. Y muchas veces la búsqueda se vuelve tan dramática que los lleva hasta el punto de perder toda esperanza y deseo de vida». Y añadió: «No se tiene lo suficientemente en cuenta el hecho de que el trabajo es un componente esencial en la vida humana. Trabajar no solo sirve para conseguir el sustento adecuado: es también un lugar en el que nos expresamos, nos sentimos útiles, y aprendemos la gran lección de la concreción, que ayuda a que la vida espiritual no se convierta en espiritualismo».

Otro punto de meditación lo encontramos en la audiencia dedicada a “San José, hombre del silencio”, el 15 de diciembre. Tomando como premisa una frase del filósofo Pascal que dice que «la infelicidad del hombre se basa en una sola cosa: es incapaz de quedarse quieto en su habitación», el Papa observa que «debemos aprender de José a cultivar el silencio. Ese espacio de interioridad en nuestras jornadas en el que damos la posibilidad al Espíritu de regenerarnos, de consolarnos, de corregirnos. No digo caer en un mutismo, no, sino cultivar el silencio. Que cada uno mire dentro de sí: muchas veces estamos haciendo un trabajo y cuando terminamos enseguida buscamos el móvil para hacer otra cosa. Y esto no ayuda, esto nos hace caer en la superficialidad. La profundidad del corazón crece con el silencio, silencio que deja espacio a la sabiduría, a la reflexión y al Espíritu Santo. Y el beneficio del corazón que tendremos sanará también nuestra lengua, nuestras palabras y sobre todo nuestras decisiones».

El 26 de enero lo reiteró. «Debemos decir que dentro de cada uno de nosotros no está solo la voz de Dios: hay muchas otras voces. Por ejemplo, las voces de nuestros miedos, las voces de las experiencias pasadas, las voces de las esperanzas; y está también la voz del maligno que quiere engañarnos y confundirnos... José demuestra que sabe cultivar el silencio necesario y, sobre todo, tomar las decisiones justas delante de la Palabra que el Señor le dirige interiormente».

No podía faltar en el ciclo del pontífice una audiencia sobre la misericordia, caballo de batalla de un Papa que le ha dedicado todo un año jubilar. «Dios no confía solo en nuestros talentos, sino también en nuestra debilidad redimida», observaba el 19 de enero. «Esto, por ejemplo, lleva a san Pablo a decir que también hay un proyecto sobre su fragilidad. El Señor no nos quita todas las debilidades, sino que nos ayuda a caminar con las debilidades, tomándonos de la mano. Esto es la ternura. La experiencia de la ternura consiste en ver el poder de Dios pasar precisamente a través de lo que nos hace más frágiles; siempre y cuando nos convirtamos de la mirada del Maligno que “nos hace mirar nuestra fragilidad con un juicio negativo”, mientras que el Espíritu Santo “la saca a la luz con ternura” (Patris corde, 2). El Señor nos dice la verdad y nos tiende la mano para salvarnos. Dios perdona siempre. Somos nosotros que nos cansamos de pedir perdón. Pero Él perdona siempre, también las cosas más malas».

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La última audiencia dedicada a “San José, patrono de la Iglesia”. «Hoy es común criticar a la Iglesia, subrayar las incoherencias —hay muchas—, subrayar los pecados, que en realidad son nuestras incoherencias, nuestros pecados, porque desde siempre la Iglesia es un pueblo de pecadores que encuentran la misericordia de Dios. Solo el amor nos hace capaces de decir plenamente la verdad, de forma no parcial; de decir lo que está mal, pero también de reconocer todo el bien y la santidad que están presentes en la Iglesia. Pero la Iglesia no es ese grupito que está cerca del sacerdote y manda a todos, no. La Iglesia somos todos, todos. En camino. Custodiar el uno al otro, custodiarnos mutuamente. Es una bonita pregunta, esta: yo, cuando tengo un problema con alguien, ¿trato de custodiarlo o lo condeno enseguida, hablo mal de él, lo destruyo? ¡Debemos custodiar, siempre custodiar!».