Cardenal Pietro Parolin (Foto: Catholic Press Photo)

«El mundo no puede permitirse una escalada. La Santa Sede está dispuesta a mediar»

El cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado vaticano, ha concedido esta entrevista a cuatro diarios italianos (Corriere della Sera, La Repubblica, La Stampa e Il Messaggero)
Paolo Rodari

Hay quien compara el conflicto en Ucrania con los incidentes que precedieron a la Segunda guerra Mundial. «Son referencias que causan escalofríos. Hay que evitar cualquier escalada, detener la guerra y negociar». El cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado vaticano, habla de la escalada de violencia en Ucrania el día en que Francisco ha pedido en el Ángelus que las armas callen.

Eminencia, ¿ve el riesgo de una extensión del conflicto a Europa o de una nueva guerra con dos bloques enfrentados?
Ni siquiera me atrevo a pensarlo. Sería una catástrofe de proporciones gigantescas, aunque por desgracia no es una eventualidad que podamos excluir totalmente. He visto que en algunas declaraciones de estos días evocan los incidentes que precedieron y provocaron la Segunda Guerra Mundial. Son referencias que causan escalofríos. Hay que evitar cualquier escalada, detener la guerra y negociar. El posible retorno a una nueva guerra fría con dos bloques contrapuestos también es un escenario inquietante. Va en contra de la cultura de la fraternidad que Francisco propone como único camino para construir un mundo justo, solidario y pacífico.

¿La Santa Sede está dispuesta a negociar?
A pesar de que haya sucedido lo que temíamos y esperábamos que no pasara, estoy convencido de que siempre hay espacio para negociar. Nunca es demasiado tarde. Porque la única manera razonable y constructiva de allanar divergencias es el diálogo, como Francisco no se cansa de repetir. La Santa Sede, que estos años ha seguido constante, discreta y atentamente lo que pasaba en Ucrania, ofreciendo su disponibilidad para favorecer un diálogo con Rusia, siempre está dispuesta a ayudar a las partes para retomar ese camino. Reitero la urgente invitación que el Santo Padre ha hecho durante su visita a la embajada rusa en la Santa Sede para detener los combates y volver a negociar. Hay que interrumpir inmediatamente el ataque militar, cuyas trágicas consecuencias ya estamos viendo. Deseo recordar las palabras de Pío XII el 24 de agosto de 1939, pocos días antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial: «Vuelvan los hombres a entenderse. Retomen las negociaciones. Al tratar con buena voluntad y con respeto de los recíprocos derechos se percatarán de que a las negociaciones sinceras y diligentes nunca se ha resistido un honorable éxito».

Francisco ha señalado lo «triste» que es una guerra entre cristianos. A pesar de todo, ¿las iglesias de ambos países pueden hacer algo por la distensión?
En la historia de la Iglesia, los particularismos nunca han faltado y han llevado a dolorosas divisiones, como testimonia el propio san Pablo al origen del cristianismo, exhortando a superarlos. Hoy vemos signos de ánimo en los llamamientos de los líderes de las iglesias ortodoxas, que expresan su disponibilidad para dejar a un lado el recuerdo de las heridas mutuas y trabajar juntos por la paz. Compartimos con ellos esta grave preocupación por la situación actual y la afirmación de que los valores de la paz y de la vida humana son lo que cuenta de verdad. Pueden desempeñar un papel fundamental para evitar el empeoramiento de la situación. El Papa ha hablado de una «sabiduría que impida que prevalezcan los intereses de parte, que tutele las legítimas aspiraciones de todos».

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Pero eso supondría reconocer que existen aspiraciones legítimas en ambas partes.
De nuevo vemos que hace falta una comunicación y escucha mutuas para conocer a fondo y comprender las razones del otro. Cuando se abandona la escucha y la comunicación sincera, se mira al otro con sospecha y solo se intercambian acusaciones mutuas. Los acontecimientos de los últimos años y en especial de los últimos meses no han hecho más que alimentar una sordera mutua que ha llevado a un conflicto abierto. Las aspiraciones de cada país y su legitimidad deben ser objeto de una reflexión común en un contexto más amplio, y sobre todo teniendo en cuenta las opciones de los propios ciudadanos respetando el derecho internacional. La historia no deja de ofrecer ejemplos que confirman que eso es posible.