Monseñor Filippo Santoro (Foto: Ingenito)

«Nos mostró que la fe ilumina el presente»

La homilía de monseñor Santoro, arzobispo metropolita de Taranto, en la misa por el centenario del nacimiento de don Giussani. Parroquia de Santa Rita, 22 de febrero de 2022
Filippo Santoro

Queridos hermanos y hermanas,
celebramos esta Santa Misa como un tributo de gratitud por lo que don Giussani ha sido y es en nuestra vida, en la vida de la Iglesia y de la sociedad. Celebramos esta liturgia el día de la Cátedra de san Pedro, que es ese punto de referencia, esa roca sobre la que se construye la vida en un camino seguro hacia la santidad.

En la oración colecta hemos rezado al Señor Omnipotente «para que, entre los peligros del mundo, no se turbe su Iglesia fundada sobre la roca de la profesión de fe del apóstol Pedro». Estos días no faltan los peligros. Pensemos en la situación de Ucrania y Rusia, una guerra terrible; o en la pandemia, que también ha sembrado muchas muertes entre nosotros. Recemos para que la guerra no se extienda y se afirme la paz en Europa y en el mundo.

En el fragmento del Evangelio de hoy, Jesús pregunta a los discípulos qué dicen los hombres de Él y luego les pregunta qué dicen ellos del Señor. Nos encontramos ante un momento decisivo en la vida de los discípulos, y cada uno de ellos se sitúa ante la verdad de lo que ha encontrado.
Pedro interviene el primero y responde: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». Jesús proclama alabanzas de Pedro porque ha acogido la revelación del Padre y por eso le otorga la función de ser “piedra” para la Iglesia, y le concede el poder de atar y desatar.
Para san Pedro, reconocer a Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios, es un momento decisivo, y por eso se le concede el don del Espíritu que le lleva a decir: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».
Tú eres una persona viva, no como lo que dice la gente cuando habla de Juan el Bautista, de Elías, Jeremías o uno de los profetas, es decir, un grande del pasado, que ya no existe. Pedro se refiere a una persona viva.

Esto es también lo que nos enseñó don Giussani. Nos mostró la fe como algo que entra en la vida de todos los días; la fe como algo que ilumina y sostiene, que transforma el presente. La fe no como un moralismo, sino la fe como razón de nuestra vida, de nuestra espera, de nuestra humanidad. Esta fe suscita el deseo de vivirlo todo con intensidad, con pasión, con interés, porque en el encuentro con personas vivas, que nos comunican la presencia del Señor, hemos encontrado un inicio de respuesta para la espera infinita de nuestro corazón. Nos hemos encontrado de pronto ante una pasión nueva que no nace de la carne y de la sangre, sino del Padre celestial.

Siguiendo a don Giussani hemos encontrado un Carisma en el que la Iglesia no es solo doctrina, moral, liturgia y ritos, sino sobre todo una vida, una intensa aventura de relaciones nuevas con la realidad y con nuestros hermanos y hermanas.
En la relación con don Giussani y con el carisma recibido hemos aprendido, por tanto, una pasión por Cristo que es inseparable de una pasión real por todo lo humano, por la vida cotidiana, por cada día, por cada momento, por cada encuentro. Por las cosas pequeñas o grandes.

(Foto: G.Leva)

Recordando los cien años del nacimiento de don Giussani, también llama la atención otro hecho y es que se puede encontrar y seguir a Cristo en una amistad.
Este aspecto me impactó especialmente en dos encuentros. El primero cuando empezaba el movimiento de CL en Puglia y don Giussani me preguntó: «¿Tú vendrías a Milán para participar en un encuentro de responsables, como responsable de Puglia?», y añadió: «No te lo pido por motivos organizativos, sino para ser más amigos entre nosotros». Lo mismo pasó cuando me pidió ser responsable de América Latina. Me hallé así dentro de una amistad como la que el Señor vivía con los apóstoles, y comprobé personalmente que el encuentro con Cristo es inseparable de una amistad, de una comunión vivida en la Iglesia. De hecho, cuando se produjo el reconocimiento pontificio de la Fraternidad, don Giussani puso esta comunión en manos de Pedro. Una amistad que se convierte en ocasión de compartir la vida, en referencia sustancial a Pedro y en servicio al otro, siguiendo las huellas del buen samaritano.

Siguiendo es como nace la confianza en el Señor, en Aquel que hemos aprendido a conocer con toda la pasión de nuestra vida. Como cuando, en el retiro de Adviento, 52 jóvenes, novicios y novicias, hicieron la profesión de los Memores Domini entregando su vida totalmente al Señor, siguiendo los consejos evangélicos de obediencia, virginidad y pobreza.

Antes de la profesión, hablé con cada uno de ellos personalmente y les pregunté: «¿Por qué quieres hacer la Profesión?». Todos me respondieron, aunque de maneras distintas, sustancialmente lo mismo: «Porque he verificado que en la relación con el Señor está la plenitud de mi vida».
Uno tras otro: 52 jóvenes, en la plenitud de su juventud y de su carrera laboral, demostraban que el carisma está vivo, que está presente en la Iglesia, que está al servicio de la Iglesia y que por ello es un don para toda la comunidad cristiana.

Está vivo en la experiencia de los Memores Domini y de los sacerdotes, pero está vivo en nuestras familias; está vivo en la experiencia de la Fraternidad. Porque don Giussani, como dijo de él el cardenal Ratzinger el día de su funeral, no ligaba a las personas a sí mismo sino que las atraía hacia Cristo, invitándoles a seguir al Señor. Gracias a este don del Espíritu, hoy continuamos participando de la experiencia de la Iglesia y siguiendo al Santo Padre.

Pidamos al Señor en esta celebración del Centenario del nacimiento de don Giussani poder ser cada vez más hijos fieles de la Iglesia y del carisma, apasionados por Cristo y por la vida de nuestros hermanos y hermanas.