El cardenal Angelo De Donatis (Foto Vito Sidoti)

Roma. «Don Giussani, definido totalmente por su relación con Cristo»

La homilía del cardenal Angelo De Donatis, Vicario del Papa en la diócesis de Roma, en la misa del centenario del nacimiento del fundador de CL. Basílica de San Juan de Letrán, 20 de febrero de 2022
Angelo De Donatis

Queridos hermanos y hermanas,

Don Giussani murió el il 22 de febrero de 2005. Miles de personas, repartidas por todo el mundo, fueron alcanzadas por el anuncio cristiano gracias a él, directa o indirectamente a través del movimiento de Comunión y Liberación. Cada año, en muchas diócesis, los amigos del movimiento se reúnen con motivo del aniversario de la muerte de Don Giussani para celebrar la Santa Misa con sus obispos.

La celebración de este año asume un significado especial. Don Giussani nació el 15 de octubre de 1922. Puedo imaginar que en los próximos meses, hasta el otoño, el movimiento de Comunión y Liberación organice una serie de eventos para recordar a su fundador a los cien años de su nacimiento. Estas iniciativas permitirán conocer mejor diversos aspectos de la figura sacerdotal y de la obra apostólica de Don Giussani. Habrá que preguntarse qué ha dejado a sus hijos espirituales y a toda la Iglesia en general. Será provechoso para todos que los que no conozcan a Don Giussani tengan la oportunidad de conocerlo y que quienes lo conozcan tengan la oportunidad de descubrir nuevas implicaciones de lo que ya sabe de él.

Pero dejémonos iluminar por la Palabra escuchada. A los ojos de David, Saúl no es un rey como los demás, sino el consagrado por el Señor, que decidió ligarse a él mediante un pacto y una consagración. Y David lo respeta. Eso significa que reconoce y honra no solo a Saúl sino lo que Dios hizo en él. Su criterio de discernimiento y de juicio no consiste en lo que Saúl pudo haber hecho, especialmente contra él, sino en lo que el Señor hizo por Saúl. Es una manera distinta de ver, juzgar y actuar.

Misa por don Giussani en San Juan de Letrán en Roma (Foto Vito Sidoti)

Ya no juzgo al otro por lo que hace, sino por lo que el Señor hace en él. Lo que debo ver en el otro no es solo lo que hace, sino lo que el Señor mismo realiza en él.

Escribiendo a los Corintios, Pablo afirma que “el primer hombre, Adán, se convirtió en ser viviente. El último Adán, en espíritu vivificante” (1Cor 15,45). Todo hombre y mujer que reconocen en Adán su origen común conocen también esta diferencia entre el primer Adán y el último. Mientras que el primero recibió el Espíritu que el Padre sopló sobre él, el último se convierte él mismo en espíritu dador de vida. Él envía el soplo del Espíritu sobre nosotros cuando, después de su resurrección, sopla sobre el rostro de los apóstoles diciendo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20,22).

El verbo que Juan usa en griego –soplar– es el mismo que usa la Biblia griega para describir el gesto con que Dios sopla sobre Adán para darle vida (Gén 2,7). El Señor nos dona su espíritu que es para la reconciliación, el perdón de los pecados y la misericordia con los pecadores.

En David ya actúa misteriosamente este Espíritu, que lo lleva a perdonar a Saúl y a salvarle la vida.
Este es el amor al que el Señor llama a sus discípulos y del que nos habla el Evangelio de hoy. Las palabras de Jesús se cumplen en la gran invitación a ser misericordiosos como el Padre es misericordioso con nosotros (Lc 6,36).
La invitación es más concretamente a ser hijos del Padre, y el Hijo solo puede asemejarse a su padre. Esta Palabra recibida nos devuelve ahora a Don Giussani.

Los aspectos interesantes de la personalidad de Don Giussani son sin duda numerosos. Pero hay un aspecto fundamental en la persona de Don Giussani que fascinaba a quien lo conocía y que sigue fascinando aún a quien se encuentra con él en sus textos, y es lo que yo llamaría el realismo de la fe. Para él, la fe no es un sentimiento más ni una inspiración interior que nos empuja al compromiso ético o social. Tampoco es simplemente la adhesión a una doctrina ajena a la vida. Don Giussani tiene una percepción muy aguda de la realidad de Cristo, de su actualidad presente, de su unicidad, por lo que debemos reconocer que Él, Jesús, tiene «rasgos inconfundibles hasta con los que Él mismo creó como signo de sí» (El atractivo de Jesucristo, Encuentro, Madrid 2000, p. 166). Nada puede sustituir a Cristo. A través de las vicisitudes de la historia, Cristo sigue siendo el sujeto de una iniciativa que es solo suya. Cuando Cristo se da a conocer tal como es, nada parece más decisivo que la relación con Él. Don Giussani expresó lúcidamente la profundidad de esta relación suya con Cristo. «Cristo es la vida de mi vida. En él se resume todo lo que yo quisiera, todo lo que busco, todo lo que sacrifico, todo lo que se mueve dentro de mí por amor a las personas con las que me ha puesto» (Dar la vida por la obra de Otro, Encuentro, Madrid 2021, p. 59).

De la relación con Cristo nace el ímpetu misionero que caracteriza la actividad de Don Giussani. Un hombre enamorado de Cristo desea darlo a conocer a otros. Por otra parte, quien conoce a Cristo no puede dejar de mirar con conmoción la vida de los hombres que buscan de mil maneras la felicidad y no lo logran. En realidad, sin Cristo a los hombres les falta lo que cumple sus expectativas en los momentos de alegría y lo que les da esperanza cuando parece que ya no hay nada que esperar.

La misión nunca podrá ser para Don Giussani un esfuerzo solitario. De hecho, lo que hace creíble el anuncio cristiano es ante todo la unidad de los creyentes. La unidad de la que habla Don Giussani es una manifestación de la acción de Cristo entre los hombres justamente porque es algo que los hombres nunca podrían alcanzar por sí solos. La unidad de los creyentes, en cambio, no va en contra de nadie. Es más grandes que las miserias de cada uno, y también es más grande que los éxitos que cada uno pueda alcanzar solo, y también de los éxitos que se puedan lograr juntos. Por otra parte, la unidad de los creyentes de la que habla Don Giussani es la unidad de un «movimiento». En el fondo, esto es lo que nos recuerda el papa Francisco cuando habla de sinodalidad. Los creyentes no están unidos cuando son firmes en sus convicciones o posiciones, sino cuando descubren que caminan juntos siguiendo a Cristo.

El seguimiento a Cristo tiene para Don Giussani una última y definitiva garantía en la obediencia a la autoridad de la Iglesia, y en especial a la autoridad del Papa. En la obediencia que Don Giussani predicó y vivió no hay nada servir, formal ni oportunista. Don Giussani obedece a la Iglesia porque quiere obedecer a Cristo y reconoce que la relación con Él pasa objetivamente a través de la relación con aquellos que tienen la tarea de guiar a su Iglesia.

Volvemos así a esa relación con Cristo que define la persona de Don Giussani. Esta relación se convierte en él en ímpetu misionero, pasión ardiente por la unidad de los creyentes, obediencia libre e incondicional a los Pastores de la Iglesia. Hay que esperar que estas dimensiones de la vida y obra de Don Giussani sean comprendidas y vividas ante todo por los que siguen sus huellas en el movimiento de Comunión y Liberación. Pero solo podrán serlo en la medida en que cada uno de ellos descubra que, a través de Don Giussani, también llega hasta él el ofrecimiento de la amistad de Cristo.

Que permanezca vivo en nosotros el realismo de la fe. La vida nos pone ante discernimientos difíciles, situaciones propicias en las que se nos da la posibilidad de realizar el bien en lugar del mal.
Que lo que guíe nuestro criterio de juicio y de acción sea el deseo de ser semejantes a Cristo. Amén.