El cardenal Matteo Zuppi (Foto: Maria Mele)

«Amó a una Iglesia fuerte, solo porque estaba llena del amor de Cristo»

La homilía del cardenal Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia, en la misa del centenario del nacimiento de don Giussani. Catedral de San Pedro, martes 22 de febrero de 2022
Matteo Zuppi

Siempre me llama la atención esta coincidencia (providencial) que une el día del nacimiento al cielo de don Giussani con la memoria litúrgica de la Cátedra de san Pedro. Pedro preside la comunión, recordando la inequívoca indicación de Jesús de que el más grande es aquel que sirve, el siervo de los siervos. Para mí, la imagen más elocuente y conmovedora al respecto es la de Giussani intentando ponerse de rodillas para mostrar su veneración ante san Juan Pablo II, sucesor de Pedro, durante la fiesta de Pentecostés de 1998 en la plaza de San Pedro.

La comunión necesita siempre una paternidad a la que obedecer, pero sin faltar a la libertad de la inteligencia y de la fe. En efecto, la paternidad no posee, sino que ayuda a ser uno mismo dentro de este amor que une nuestras personas y las implica mutuamente. La comunión no puede ser una referencia evanescente para evitar alergias entre cristianos reducidos a mónadas, demasiado individualistas y desacostumbrados a pensarse juntos. La Iglesia es comunión y cada miembro es expresión suya y protagonista. Sabemos que las divisiones nunca son neutrales y sin consecuencias. Lo vemos en estas horas tan dramáticas para Ucrania y para todos, que ponen de manifiesto los frutos de las semillas del mal, las consecuencias de tanta desidia que las ha permitido crecer, la necesidad de una fuerza amorosa que una y enseñe a amar para reconocer en el enemigo al propio hermano.

Esta noche damos gracias por el don de sentirnos parte de esta comunión, de custodiarla y hacerla crecer con fidelidad. Defendamos siempre la comunión, más aún en las dificultades, porque es un vínculo santo que llena nuestra amistad de significado.
Jesús nos pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Los cristianos siempre se han enfrentado a una gran confusión a su alrededor. Eso no escandaliza a Jesús, tampoco a nosotros, llamados a decir a la gente que es el hijo del hombre, y decirlo con una vida hermosa y atractiva. Jesús también nos pregunta a nosotros: «¿Quién soy yo para ti?». Siempre es una pregunta personal, pero que nos une a los demás. Don Giussani ayudó a muchos a responder, haciendo notar toda la carga afectiva de esa pregunta porque es la de un enamorado que busca nuestro amor, no la de un maestro desencantado que interroga para ver si han aprendido la lección. Giussani contribuyó a hacer sentir esta pregunta personalmente, a no huir de ella escondiéndonos o respondiendo de manera fría o anónima, sino que nos enseñó como un padre a hacerla nuestra, es decir, a buscar la semilla plantada en la tierra de nuestro jardín, a cultivarlo y a dar razón de la propia fe.

Hoy comenzamos el año del centenario de su nacimiento, dando gracias por la humanidad y libertad de su fe, por la pasión e inteligencia con que buscó las preguntas de la gente, las más profundas, que no soportan filtros, prejuicios ni contraposiciones. Supo encontrar, cuando no era nada evidente, la pregunta espiritual en los corazones de la gente, enamorado de lo humano porque estaba enamorado de Cristo, interesado por la experiencia y no por los laboratorios llenos de interpretaciones inteligentes pero carentes de vida. ¿Quién soy yo para ti? ¿Quién es para ti? La respuesta no es una fórmula unívoca, homologada. Cuando se dice que los de CL son todos iguales, se intuye algo hermoso porque entre hermanos se parecen y es precioso parecerse porque somos hermanos. En realidad, no es del todo cierto, porque la fraternidad está llena de itinerarios, todos ellos originales, que a veces nos cuesta unir porque la comunión es mucho más que la democracia y porque vivimos sobre la tierra, no en un salón ni en una sacristía. ¡Qué miseria interpretar las diferencias “políticamente” y no como una riqueza o un impulso para reforzar aún más lo que nos une!



Giussani nos sigue proponiendo la radicalidad del inicio, de cambiar personalmente, la decisión de no reducir a Cristo a un producto para el intimismo o el bienestar individual, o a una motivación lejana para cubrir opciones individuales que poco tienen que ver con Él. Demos gracias por los muchos dones recibidos mediante su carisma, por las novedades que nos ha dado y que sigue dando a nuestra vida, a la de tantos en el mundo y en la Iglesia, para formar parte de un pueblo como este, que abraza el mundo y que no deja de desear que cambie. Conscientes de este don, reconocemos lo que la Iglesia nos pide en este momento de nuestra historia.

Decía Giussani: «Mi entera preferencia, la preferencia de mi alma, toda la preferencia de mi corazón es para Ti. Tú eres la preferencia absoluta de mi vida, el bien supremo de las cosas. Yo no lo sé, no sé cómo, no sé cómo decirlo y no sé cómo es así, pero a pesar de todo lo que he hecho, a pesar de todo lo que pueda hacer todavía, yo Te amo». La preferencia, porque en Cristo hemos encontrado todo lo que buscábamos y necesitamos. También hemos sido preferidos, amados, y por esa razón somos hermanos, llenos de humildad y gratitud. El amor es más fuerte que las pruebas inevitables que se dan en las relaciones personales y en las fatigas humanas. La vuestra es una comunión que no caduca sino que acompaña a muchos de vosotros desde los años de su juventud, superando dificultades y haciéndolas preciosas, como algunas arrugas en la cara de la gente, que son signo de una vida verdadera.

Giussani amaba a una Iglesia fuerte pero no complacida de sí misma. Fuerte solo por estar llena libremente del amor de Cristo, en “movimiento” por vivir dentro de la historia y salir al encuentro de la nostalgia de Dios que se esconde en el corazón de los hombres. Dijo que no quería indicar un camino sino el camino hacia la solución del drama existencial del ser humano. El camino es Cristo, y cuanto más lo recorremos, más se abre ante nosotros. Él decía: «No solo no pretendí nunca “fundar” nada, sino que el genio del movimiento que he visto nacer consiste en haber sentido la urgencia de proclamar la necesidad de volver a los aspectos elementales del cristianismo». ¡Hoy sigue siendo verdadero! No podía aceptar –y se dio cuenta cuando las iglesias aún estaban llenas de jóvenes– esa desconexión entre la fe la vida, entre la pasión, el deseo de felicidad, las ganas de entender, de construir y de amar de los jóvenes, y la fe. Insistía en que un Dios que no se perciba como compañero de camino, con el que poder vivirlo todo, antes o después se convierte en un Dios abstracto, hostil, inútil. El encuentro con Jesús y la compañía de nuestros hermanos y hermanas nos protegen del riesgo de un cristianismo reducido a ideología, que no escucha ni sabe hablar porque solo da la seguridad de estar en el bando correcto.

Es mucho más fácil de lo que pensamos encontrarse en una actitud ideológica, buscar el programa y no el camino, la letra y no el espíritu, la forma y no la sustancia, la cáscara y no el fruto. Basta encontrarse con Jesús para interceptar en los múltiples encuentros que tenemos a lo largo del camino su pregunta, tan dulce y directa: “¿Quién soy yo para ti?”. Ahí está la belleza de vuestro carisma, del que cada uno ha sido siempre responsable. No es ninguna novedad, de hecho siempre ha sido la responsabilidad lo que ha movido vuestras decisiones personales y hoy se os pide de nuevo humildad y pasión para recuperar lo esencial, para volver a ponerse en juego, para amar la unidad que Carrón –al que agradecemos de corazón su generoso servicio– y ahora Prosperi representan.

«No os conforméis con cosas pequeñas. Si sois lo que debéis ser, prenderéis fuego al mundo», decía santa Catalina de Siena. Este momento, para la Iglesia y para el mundo, y también para vuestra Fraternidad, es propicio, pues se os pide a cada uno la responsabilidad del carisma y entonces realmente cada uno de vosotros, allí donde es llamado, podrá prender ese fuego, ese entusiasmo por Cristo con el que Giussani ayudó a conocer el amor de Jesús. Hay momentos en la vida que parecen difíciles de superar. Pero en la obediencia a Cristo y a la madre Iglesia, los obstáculos se convierten en motivo para vivir el amor del inicio y para un nuevo inicio, muy distinto de un volver a empezar en sentido adolescente. Solo entonces no se pierde nada del pasado.

La glicinia es una planta que crece superando los obstáculos que encuentra a su paso, modelándose sobre ellos y envolviéndose, sin rendirse nunca, mostrando una fuerza extraordinaria, tal que las curvas y pliegues de la vida la hacen florecer. Que así sea para esa semilla que ha crecido del carisma de don Giussani y que aún quiere dar mucho fruto. La Iglesia y el mundo os necesitan, juntos y personalmente, necesitan vuestro acento único. «Si sois lo que debéis ser, prenderéis fuego al mundo».