El Papa con los migrantes en Chipre (Foto: Catholic Press Photo)

El Papa en Chipre. «Levantar barreras no es la solución»

El pontífice visita la isla dividida por la mitad desde hace 50 años. «El Espíritu Santo nos invita a no resignarnos frente a las divisiones del pasado y a cultivar juntos el campo del Reino, con paciencia, asiduidad y de modo concreto»
Alessandra Buzzetti

«Que esta isla, marcada por una dolorosa división, pueda convertirse con la gracia de Dios en taller de fraternidad (…) Si te preguntan: “¿Quién eres?”, puedes responder a cara descubierta: “Soy tu hermano”». No es un deseo retórico, sino un sueño realizable mediante un camino paciente, a base de pequeños pasos cotidianos que el papa Francisco expresaba en el discurso final de su breve pero intensa visita a Chipre. «Las historias dramáticas que me habéis relatado han tenido un final positivo, pero no podemos olvidar a muchos de vuestros hermanos que no lo tuvieron», dijo el pontífice a los jóvenes migrantes que le escuchaban en la Iglesia de la Santa Cruz de Nicosia. A pocos metros de la alambrada que desde hace casi 50 años la divide por la mitad: la última zona de seguridad en territorio europeo controlada por Naciones Unidas es atravesada ilegalmente cada vez por un mayor número de migrantes, de lo que sacan provecho los bolsillos de los traficantes turcos.

«He visto la alambrada aquí cerca –añadió el Papa de manera espontánea–. Nos escandalizamos cuando oímos la historia de los lager del siglo pasado, ¿cómo pudo suceder?, nos preguntamos. Pero eso sucede hoy en nuestras costas. Es mi responsabilidad hacer que los ojos se abran. No se puede callar».
Los 50 refugiados que serán trasladados de Chipre a Italia por cuenta del Vaticano son un signo concreto de la necesidad de itinerarios controlados de integración, un gesto simbólico realizado en la isla que cuenta con mayor porcentaje –en proporción– de solicitudes de asilo en la Unión Europea.

(Foto: Catholic Press Photo)

«La historia nos enseña que levantar barreras nunca es la solución porque representa al miedo, borra cualquier promesa de futuro y evidencia una falta de perspectiva que, aquí como en el resto del mundo, necesitamos de manera urgente», afirmaba el patriarca de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa, al dar la bienvenida al Papa. Porque él es el pastor de la pequeña comunidad de Chipre, un parte de Tierra Santa. Aquí regresó san Bernabé, primer misionero junto a san Pablo. El paciente ardor apostólico de José el levita, convertido al cristianismo en Jerusalén, es el hilo conductor que marca los pasos y las palabras de Francisco. El monasterio ortodoxo que custodia la tumba de san Bernabé en Salamina es un museo olvidado en territorio ocupado por Turquía en 1974. El encargado de recordar las heridas causadas por el ejército turco en los lugares santos y en el patrimonio artístico chipriota fue el anciano arzobispo Crisóstomo. El guía de la comunidad ortodoxa, la más numerosa de Chipre, habló de limpieza étnica de Turquía mediante la expulsión bárbara de 200.000 habitantes cristianos, la confiscación de iglesias y el expolio de los bienes de los sacerdotes. El primado ortodoxo pidió un apoyo activo al Papa, destacando las óptimas relaciones entre ambas Iglesias. Palabras respaldadas por muchos hechos que señalan en Chipre a un ecumenismo real, con iglesias ortodoxas donde los católicos pueden celebrar la misa para responder a las necesidades de los más pobres. Como «Bernabé, dejando todo lo que poseía a los pies de los apóstoles, también nosotros estamos invitados por el Señor a abajarnos hasta los pies de los hermanos», dijo el Papa ante los miembros del Santo Sínodo chipriota. «La historia, en el campo de nuestras relaciones, ha abierto amplios surcos entre nosotros, pero el Espíritu Santo nos invita a no resignarnos frente a las divisiones del pasado y a cultivar juntos el campo del Reino, con paciencia, asiduidad y de modo concreto».

Así lo confirmó Vasilios, metropolita de Constantinopla y Famagusta, y protagonista del diálogo con Roma. «En la época en que era un joven estudiante en Suiza, había un sacerdote católico que me permitía celebrar en su parroquia», nos cuenta. «Siempre le he recordado con gratitud. Por eso, cuando el vicario latino de Chipre me pidió la disponibilidad de una iglesia para la pequeña comunidad católica de filipinos presente en mi diócesis, inmediatamente dije que sí».
Una petición que no es extraña en Chipre, donde el 85% de los católicos no ha nacido en la isla. Muchos son asiáticos, la mayoría filipinos, como pudo verse en las gradas del estadio de Nicosia, donde el Papa celebró la misa. Con diez mil fieles, una cifra récord para la Iglesia chipriota. Francisco animó a todos a ser cristianos luminosos, capaces de encender luces de esperanza en la oscuridad del sufrimiento y la aridez.

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Antes de despedirse de aquel mosaico único de rostros, ritos y tradiciones, el pontífice confesó que le había hecho mucho bien respirar la atmósfera típica de Tierra Santa, donde la antigüedad y la diversidad de tradiciones cristianas enriquecen al peregrino, encontrándose con comunidades de creyentes que viven el presente con esperanza, abiertos al futuro y que comparten este horizonte con los más necesitados.