La imagen de la Virgen en la Santa Casa de Loreto

Macerata˗Loreto. «Fuente viva de esperanza»

El mensaje de Julián Carrón con motivo de la 43ª peregrinación, este año de nuevo con un momento de oración en directo desde la Basílica Lauretana, el sábato 12 de junio
Julián Carrón

Queridos amigos, en este año tan vertiginoso no habéis podido evitar pensar en vuestra peregrinación a la casa de la Virgen sin unirla a la palabra «esperanza». Imagino que os habrá resultado natural establecer ese nexo: la pandemia en que seguimos inmersos nos hace dirigir nuestros ojos hacia Ella.

¿Qué puede favorecer la conciencia de nuestra necesidad de esperanza?

«Peor que esta crisis, es solamente el drama de desaprovecharla» (Francisco, Homilía de Pentecostés, 31 de mayo de 2020). ¿Qué eco ha tenido en nosotros el llamamiento que hacía el Papa hace un año? Ante todo por lealtad con nosotros mismos, no podemos desaprovechar –reduciéndola a un accidente en el camino– una crisis que ha sacudido al mundo entero.

El impacto de la realidad ha sido tan fuerte que ha despertado preguntas que quizá no sabíamos que teníamos, ha desatado un malestar que nos impide refugiarnos en lo ya sabido, y sobre todo se ha abierto un abismo que ningún propósito ni estrategia ha sido capaz de colmar. ¡Menos mal! Porque –paradójicamente– nos ha obligado, de un modo u otro, a volver a tomar nuestra vida entre manos. Para muchos, que al principio veían como un obstáculo esas preguntas, ese malestar y ese abismo del corazón, se han convertido con el tiempo en oportunidades para hacer un camino humano.

Entre tantas preguntas, hay una que ya no podemos evitar, la hemos visto nacer en nuestras entrañas como un grito: después de todo lo que hemos pasado, ¿sigue siendo razonable esperar? No sé vosotros, pero yo no puedo volver a empezar cada mañana sin preguntármelo. Don Giussani lo decía con estas palabras: «Los hombres, jóvenes y no tan jóvenes, necesitan una cosa en última instancia: la certeza de la positividad de su tiempo, de su vida, la certeza de su destino» («Cristo, la esperanza», CL Litterae Communionis, n. 11, noviembre de 1990, p. 18). Sin certeza no hay esperanza. Nosotros somos espera de esto.

Pero cuanto más esperamos un cumplimiento, menos capaces somos de generar nosotros, con nuestras propias fuerzas, la felicidad que deseamos. Y cuando lo intentamos, vemos todos los límites de nuestros intentos. Entonces aumenta el malestar, y eso es signo de nuestra grandeza: nada logra saciar nuestra sed de vida. Por eso tiene razón Montale cuando afirma que «un imprevisto es la única esperanza». Es razonable reconocerlo. Sin embargo, justo después añade: «Pero me dicen que decírselo es una estupidez» («Antes del viaje» en E. Montale, Satura, Icaria, Barcelona 2000, pp. 141-142). Esta es la tentación que se insinúa entre los pliegues de la vida cotidiana y nos lleva a ir en contra de la categoría suprema de la razón: la posibilidad. Permanecer abiertos es decisivo por si asoma por cualquier parte algún atisbo de respuesta. Si negamos la posibilidad, nos quedaremos como bloqueados y acabaremos por no esperar nada.

Pero algo ha sucedido. Hace dos mil años llegó a nosotros una noticia tan imprevisible como real: la espera del corazón, el infinito que buscamos en todos nuestros quehaceres, se ha hecho una presencia humana, que se puede ver y tocar. El Verbo se hizo carne. La Santa Casa de Loreto nos lo anuncia.

«Cuando te veo, veo esperanza», dice la canción elegida como lema de la peregrinación. Lo podemos decir de la Virgen, que desafía nuestro escepticismo y anima nuestra esperanza. Este año, sobre todo, sentimos urgentemente la necesidad de esperanza, una esperanza fiable. Muchos viven desconfiados y desanimados, muchos han tirado la toalla, doblegados por la enfermedad, la muerte de un ser querido o la crisis económica.

Delante de la Virgen, como delante de nuestra madre, podemos tener el coraje y la libertad de ser nosotros mismos, desarmados como estamos, sin tener que estar a la altura de la situación, porque nunca estaremos a la altura, pues nuestra necesidad es infinita.

Poniéndonos delante de la Virgen como mendigos de todo, podemos pedirle ese imprevisto que tanto necesitamos para salir de la cama cada mañana y afrontar la batalla diaria entre la vida y la muerte, entre el ser y la nada, que se libra dentro de cada uno de nosotros.

¿Cuál era el imprevisto más inimaginable para María? El hecho más imprevisto y al mismo tiempo el más esperado era Cristo. Solo Él puede hacer que nosotros también lleguemos a ser, igual que la Virgen, firmes en la esperanza. En la certeza de la fe es donde brota la flor de la «esperanza que no defrauda» (san Pablo, Rom 5,5).

El vínculo entre la figura de la Virgen y la esperanza tiene una larga tradición, testimoniada por Dante en su inolvidable «Himno a la Virgen», que don Giussani nos hizo aprender de memoria: «La grandeza del hombre está en la fe, en reconocer la gran Presencia dentro de una realidad humana. Por haber dicho sí a la modalidad con la que el Misterio conducía las cosas, su vida es una luz de alba para todos nosotros y para todos los hombres hasta el final, como sintetiza admirablemente Dante en su Himno a la Virgen: “Aquí eres faz meridiana / de caridad; y abajo, entre los mortales, / fuente viva de esperanza” (Paraíso, canto XXXIII, vv. 10˗12). Porque ella dijo sí, el Verbo se hizo carne, se hizo Presencia. La Virgen nos introduce en el Misterio, es decir, en el sentido de nuestras jornadas, en el significado del tiempo que pasa; su mirada nos guía en el camino, su ejemplo nos educa, su figura constituye la imagen de nuestras tentativas. Madre generosa, genera para nosotros la gran Presencia de Cristo. […] La fórmula más sintética y sugestiva que expresa la autoconciencia de la Iglesia como permanencia de Cristo en la historia es: Veni Sancte Spiritus, veni per Mariam. Esta invocación afirma el método que Dios ha elegido» (Por qué la Iglesia, Encuentro, Madrid 2014, pp. 327-328).

Con esta conciencia podemos vivir la peregrinación sin que nada nos falte. Aun despojados de nuevo de su forma habitual, nada nos impide caminar, allí donde estemos, totalmente cautivados por Aquel que está entre nosotros. Aferrados por Cristo tal como somos, «bestiales como siempre, carnales, buscándose a sí mismos como siempre, egoístas y cegatos como siempre, / pero siempre luchando, siempre reafirmándose, siempre reanudando la marcha por el camino iluminado por la luz; / a menudo deteniéndose, vagueando, perdiéndose, retardándose, volviendo, pero jamás siguiendo otro camino» (T.S. Eliot, Cori da “La Rocca”, Bur, Milán 2010, p. 99).

¿Qué esperamos en este momento? Muchos responden: la vuelta a la normalidad. ¿Pero a cuál? Vivir constantemente en Su compañía es la «normalidad» que deseamos.

Ojalá podáis toparos constantemente con personas de las que podáis decir: «Cuando te veo, veo esperanza», personas que renueven la experiencia fascinante de ese imprevisto que hace la vida, vida. Personas que sostengan nuestra esperanza. Por eso pidamos a la Virgen el don de unos ojos abiertos de par en par para poder interceptarlas y seguirlas.
Siempre en camino

Julián Carrón

Milán, 12 de mayo de 2021