Plaza de San Pedro (foto: Caleb Miller/unsplash)

El instante y la memoria del corazón

Un recorrido por las audiencias que el Papa ha dedicado a la oración. Un ciclo que empezó en mayo y que ha acompañado este tiempo de pandemia
Paolo Cremonesi

«¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!». Con el grito del ciego Bartimeo, el pasado 6 de mayo comenzó el papa Francisco, en sus audiencias del miércoles, una amplia catequesis dedicada a la oración. Catequesis que, remitiendo a su rica experiencia pastoral, ofrece a los fieles una valiosa contribución sobre cómo vivir la oración, y explica también de dónde saca este hombre de 84 años su asombrosa energía para guiar a la Iglesia en un momento tan difícil y desafiante.
«Es necesario orar siempre, sin desfallecer», advertía Jesús en el Evangelio (Lucas 18,1-8). «El ideal marcado por Jesús», decía don Giussani, «puede entonces traducirse existencialmente en los términos siguientes: “ora lo más que puedas”. Es la fórmula de la conciencia frente al Ideal; es la fórmula de la libertad para el hombre que está en camino».
Bergoglio parte de la constatación de que «dialogar con Dios es una gracia: nosotros no somos dignos, no tenemos ningún derecho que reclamar» (audiencia del 3 de marzo). Hasta tal punto es así que buena parte de la mitología no contempla el caso de un Dios que se preocupe de la vida de los hombres, que de hecho le resultan molestas, aburridas, totalmente indiferentes. Aquí irrumpe la novedad del cristianismo «Si no hubiéramos conocido a Jesús», observa el Papa, «nunca hubiéramos tenido la valentía de creer en un Dios que ama al hombre… ¿Qué Dios está dispuesto a morir por los hombres? ¿Qué Dios ama siempre y pacientemente, sin pretender ser amado a cambio?».

Tam Pater nemo. Nadie es Padre como él. De esta relación amorosa brota entonces la oración. «Quien reza es como el enamorado, que lleva siempre en el corazón a la persona amada, donde sea que esté, por las calles, en las oficinas, en los medios de transporte» (audiencia del 10 de febrero).
Para Francisco, la oración afecta sobre todo al instante presente. Así lo señaló en la audiencia del miércoles 17 de marzo, la última de este ciclo. «El Espíritu Santo nos “recuerda” a Jesús y lo hace presente en nosotros… Si Cristo estuviera tan solo lejano en el tiempo, nosotros estaríamos solos y perdidos en el mundo. Sí, recordaremos a Jesús, allí, lejano, pero es el Espíritu que lo trae hoy, ahora, en este momento en nuestro corazón».
«No existe otro maravilloso día que el hoy que estamos viviendo», insistió el 10 de febrero. «La gente que vive siempre pensando en el futuro: “Pero, el futuro será mejor…”, pero no toma el hoy como viene: es gente que vive en la fantasía, no sabe tomar lo concreto de la realidad. Y el hoy es real, el hoy es concreto. Y la oración sucede en el hoy. Jesús nos viene al encuentro hoy, este hoy que estamos viviendo».
Se trata entonces de vivir intensamente lo real ahora y Bergoglio dice que teme, citando a san Agustín, no darse cuenta «del Señor cuando pasa». De ahí su indicación de ciertos “instrumentos” que la Iglesia nos transmite y entrega, empezando por la Sagrada Escritura.

«A todos los creyentes», observa en la audiencia del 27 de enero, «les sucede esta experiencia: un pasaje de la Escritura, escuchado ya muchas veces, un día de repente me habla e ilumina una situación que estoy viviendo. Pero es necesario que yo, ese día, esté ahí, en la cita con esa Palabra, esté ahí, escuchando la Palabra. Todos los días Dios pasa y lanza una semilla en el terreno de nuestra vida. No sabemos si hoy encontrará suelo árido, zarzas, o tierra buena. Depende de nosotros, de nuestra oración, del corazón abierto con el que nos acercamos a las Escrituras».
A través de la oración, «sucede como una nueva encarnación del Verbo. Y somos nosotros los “tabernáculos” donde las palabras de Dios quieren ser acogidas y custodiadas, para poder visitar el mundo. Por eso es necesario acercarse a la Biblia sin segundas intenciones, sin instrumentalizarla. El creyente no busca en las Sagradas Escrituras el apoyo para la propia visión filosófica o moral, sino porque espera en un encuentro. A mí me molesta un poco cuando escucho cristianos que recitan versículos de la Biblia como los loros. “Oh, sí, el Señor dice…, quiere así…”. ¿Pero tú te has encontrado con el Señor, con ese versículo? No es un problema solo de memoria: es un problema de la memoria del corazón».

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En una de sus muchas entrevistas con el director de Civiltà Cattolica, el jesuita Antonio Spadaro, cuenta con qué gusto reza especialmente los salmos. «Rezo el Oficio todas las mañanas. Me gusta rezar con los Salmos. Después, inmediatamente, celebro la misa. Rezo el Rosario. Lo que verdaderamente prefiero es la Adoración vespertina, incluso cuando me distraigo pensando en otras cosas o cuando llego a dormirme rezando».
En la audiencia del 3 de febrero, Francisco hablaba de la liturgia y de un posible peligro. «En la historia de la Iglesia, se ha registrado en más de una ocasión la tentación de practicar un cristianismo intimista, que no reconoce a los ritos litúrgicos públicos su importancia espiritual… La liturgia, en sí misma, no es solo oración espontánea, sino algo más y más original: es acto que funda la experiencia cristiana por completo». «Por eso», prosigue, «también la oración es evento, es acontecimiento, es presencia, es encuentro... Cristo se hace presente en el Espíritu Santo a través de los signos sacramentales. Un cristianismo sin liturgia, yo me atrevería a decir que quizá es un cristianismo sin Cristo. Sin el Cristo total. Incluso en el rito más despojado, como el que algunos cristianos han celebrado y celebran en los lugares de prisión, o en el escondite de una casa durante los tiempos de persecución, Cristo se hace realmente presente y se dona a sus fieles». Concluye el Papa: «no es una expresión justa “yo voy a escuchar Misa”… La Misa siempre es celebrada, y no solo por el sacerdote que la preside, sino por todos los cristianos que la viven. ¡Y el centro es Cristo!».

Palabras que traen a la memoria los versos de Thomas Eliot en los Coros de La Piedra. «Incluso el anacoreta que medita solo, / para quien los días y las noches repiten la alabanza de Dios, / ruega para la Iglesia, el Cuerpo de Cristo encarnado».
Oración de perseverancia, de alabanza, de intercesión, de pregunta, de bendición, de agradecimiento. A cada una de ellas, Bergoglio ha dedicado una audiencia específica. Ha contado cómo Abrahán, Jacob, Moisés, Elías se relacionaban con Dios, y cómo oraban a Jesús y María. Se ha detenido en los salmos y ha descrito cómo rezaban los primeros cristianos. Retomar estos textos tan ricos y profundos ayuda a identificarse con aquel grito de Bartimeo: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!». Al que Jesús responde: «¿Qué quieres que te haga?».