Monseñor Paolo Pezzi

Pezzi: «Don Giussani, amante de la libertad»

La homilía del arzobispo de la Madre de Dios en Moscú durante la celebración por el aniversario del fundador de CL, el 25 de febrero. «Nunca he conocido a nadie que amara la libertad humana más que él»
Paolo Pezzi

La escena que el apóstol Santiago describe en su carta es algo que siempre ha existido. Siempre se pueden encontrar en nuestras comunidades, en nuestras familias pero también en la sociedad, no solo en la Iglesia, controversias, enemistades, conflictos, divisiones. Es interesante que Santiago admita que esto siempre es posible. Sobre todo para aquellos que no han conocido a Cristo, es prácticamente imposible vivir no digo en unanimidad sino al menos en unidad. Es difícil vivir unidad con uno mismo y menos aún con la familia, con la comunidad. Cuando sucede, una persona razonablemente sana se da cuenta inmediatamente de que esto es un milagro absoluto, un milagro de gracia, como dice el apóstol Santiago. Sin embargo, esta unidad también es difícil para los que han conocido a Cristo. Y es difícil, sobre todo, como dice el apóstol, porque la mentalidad de este mundo, del poder, trabaja contra esta unidad, contra la humanidad misma. Y esta mentalidad penetra mucho más rápida y fácilmente que la mentalidad cristiana.

Este es uno de esos momentos dramáticos que acompañaban siempre, desde el principio, la vida de don Giussani. Primero en el seminario y luego como joven sacerdote, como profesor de religión en el liceo, se encontraba ante esta dramática pregunta: ¿el cristianismo puede resultar tan superficial como para no definir la vida? En efecto, la vida, incluidas las principales decisiones de la vida, no se vive a la luz de la fe sino a la luz de la mentalidad que difunde el poder. Hoy hemos oído perfectamente que ni siquiera los apóstoles eran inmunes a este desafío. Bastaba una frase, un discurso incomprendido de Jesús, para empezar a pensar inmediatamente igual que piensa el mundo: ¿quién es el primero? Esto se puede traducir más sencillamente como: «si tengo poder, entonces tú eres mi subordinado». Entonces, ¿qué unidad puede haber entre nosotros? Pero Jesús no pierde tiempo en reproches para corregirles. Solo hace una pregunta: «¿De qué estabais hablando?». Inmediatamente podemos entender cómo se avergonzaron. Sin embargo, esa vergüenza no les bloqueó. Empezaron de nuevo a seguir a Cristo. Ese es el fruto más importante de seguir a Cristo. De otro modo, no es posible un cambio en nuestra personalidad, de otro modo no es posible un cambio en nuestra vida, de otro modo no es posible una unidad de vida y de comunidad.
Entonces sí, el encuentro con Cristo empieza de nuevo a difundirse, a penetrar en todas las circunstancias, literalmente en todos los momentos de nuestra vida.



Ya viváis o muráis sois de Cristo, dirá el apóstol Pablo. Todo eso sucede dentro de una condición. Esa condición es la libertad. Personalmente, nunca en mi vida he conocido a nadie que amara la libertad humana más que don Giussani. Eso no significa que quiera hacerlo santo antes de tiempo. Para mí ya es santo – la Iglesia hará su camino, su proceso, eso no me preocupa. Para mí es más fácil pensar que este hombre, que me dio un encuentro tan vivo con Cristo, amó tanto mi libertad que me permitió entrar en este dramático dinamismo de responsabilidad. Porque vivir la libertad en el encuentro con Cristo significa tomar el control de la propia vida, convertirse en el principal héroe, en el protagonista de la propia vida y de toda la historia.

Esto es lo que Jesús transmite a sus discípulos. Esto es lo que don Giussani dejó a todos aquellos que se vieron impactados por su carisma en la Iglesia para que nosotros pudiéramos libremente rezar, sufrir, actuar, sacrificar nuestra vida por Su gloria, por la gloria de Cristo. Para que pudiéramos construir así una nueva civilización de verdad y de amor, en primer lugar en nuestras relaciones.