Lhernould: «El fundamento de la auténtica liberación»
La homilía del obispo de Constantina (Argelia) en la misa en memoria de don Giussani, concelebrada en Túnez con monseñor Ilario Antoniazzi, titular de la diócesis tunecina. «Estamos al servicio de la verdad, que es una persona»Queridos amigos, al visitar la página web del movimiento de CL fundado por don Giussani, del que hoy celebramos su subida al cielo, se lee la siguiente frase: «Una fe vivida en comunión es el fundamento de la auténtica liberación».
En la primera lectura de hoy, con la que seguimos leyendo la historia de los Reyes, vemos un extraordinario contra-ejemplo de esta verdad. En efecto, antes del fin de su vida, el rey Salomón se pervirtió y aceptó la introducción de ídolos en su reino. Al final, uno de sus hijos, Jeroboán, se encuentra un día con el profeta Ajías, que toma un manto nuevo y lo corta en doce pedazos, le da diez a Jeroboán y le dice: «Rasgaré el reino de manos de Salomón y te daré diez tribus. La otra tribu será para él, en atención a mi siervo David y a Jerusalén, la ciudad que me elegí entre todas las tribus de Israel». Jeroboán dividió así el reino de su padre, fundó el reino del norte reuniendo a diez de las doce tribus de los ancianos. Ese reino se llamará reino de Israel. Su hermano Roboán quedaría al frente de la parte sur de Tierra Santa, en el reino de Judá, al mando de solo una de las doce tribus. Será una historia desastrosa. Jeroboán y Roboán serán dos reyes execrables, hasta el punto de que en un momento dado el profeta Ajías tendrá que volver a donde está el rey para anunciarle la muerte de su hijo mientras los dos hermanos combatían y seguían dividiendo el reino de su padre. A través de estos terribles acontecimientos que gobernarán toda la historia de nuestros antepasados durante siglos, encontramos un contra-ejemplo perfecto en esa hermosa frase que abre el horizonte y nos ha llegado mediante la web de CL: «Una fe vivida en comunión es el fundamento de la auténtica liberación».
A lo largo de la historia, tanto la del antiguo testamento como en la nueva de nuestra iglesia, es decir, después del nacimiento de Jesús, ha habido momentos de división. En nuestra historia local basta con mirar la figura de san Cipriano. ¡Cuántos personajes importantes tuvieron que luchar para preservar la unidad de la Iglesia! San Cipriano escribió un famoso tratado sobre este tema, pero no es el único. Agustín tuvo que hacer lo mismo en su momento, y muchos otros después de él. Hasta el cardenal Lavigerie, en otras circunstancias, tuvo que hacer numerosos esfuerzos para poder mantener esta alegría de vivir la fe en comunión. Pueden existir fuerzas que reclamen a la división, como en la época de Jeroboán y Roboán, y nos empujen a lo contrario.
Me parece que aquí, en nuestra pequeña iglesia norteafricana, en esta diversidad de lenguas, culturas, espiritualidades y carismas, nosotros estamos llamados, tal vez más que en otros lugares, a mostrar la imagen de esta unidad. Y no solo a mostrar su imagen sino a vivirla, pues a través de esta vida de la fe en comunión podremos donar el testimonio de ser sus discípulos. En su tiempo, san Cipriano encontró los medios necesarios para animar a la comunidad cristiana y san Agustín, unos siglos más tarde, hizo lo mismo. Me parece que dentro de todo carisma comunitario debemos tender hacia el mismo horizonte, al servicio del mismo objetivo.
¿Qué significa vivir la fe en comunión? Creo que, ante todo, aceptar la necesidad del otro en nosotros mismos. En efecto, nadie puede pretender testimoniar el evangelio solo. Para eso hace falta, al menos, otro. Porque el evangelio es amor, y el amor no se puede vivir solos. Dios es uno en tres personas, y del mismo modo nosotros somos testimonio en medio de una multitud de personas. Lo segundo que hace falta para vivir la fe en comunión es profundizar en ella con inteligencia en los ámbitos en que vivimos. Sabemos bien que CL es una entre muchas otras propuestas de educación en el sentido religioso y en la fe cristiana. No en la fe cristiana “en general”, como si pudiéramos estar en cualquier otro lugar del mundo, sino dentro del propio carisma, idéntico en todos los continentes, con la inteligencia del ambiente de hoy aquí, en el Túnez actual, que ya no es el de san Cipriano ni el de san Agustín. En el encuentro con personas de hoy, donde irradia este sentido religioso que reconocemos y profundizamos con la razón y al mismo tiempo transmitimos con los medios adecuados, adaptados, proporcionados a la realidad concreta. La educación en la fe nunca es algo que se pueda replicar sin ningún otro elemento propio de un lugar a otro. Sin duda la fe es la misma en todas partes, pero al mismo tiempo para comunicarse, para transmitirse, necesita esta inteligencia del contexto, sin la cual las palabras, incluso lo que nosotros intentamos vivir, no se comunica. En el evangelio de hoy vemos nuevamente otro de estos contra-ejemplos. En efecto, Jesús acaba de curar a un sordomudo, y de una manera preciosa, y después de esta curación pide a la gente que no diga nada a nadie. Pero cuanto más lo pedía, más lo hacían. En otro pasaje, un evangelista nos dice que, después de curar a un leproso, tampoco aquel obedeció a Jesús y fue a contarlo a diestro y siniestro. Resultado: Jesús ya no podía entrar en los pueblos. ¿Era esto lo que Jesús quería?
Hay una inteligencia del testimonio que necesita poder discernir los métodos en función del contexto, en función del momento, en función de las personas. Si no, aunque la verdad siga siendo la misma, la manera en que se dice puede hacer que no se transmita. Creo que en la educación en el sentido religioso hay algo que aquí, en nuestra pequeña iglesia del norte de África, podemos donar y transmitir. Es la necesidad que todos percibimos de que se “ajuste” a nuestro contexto. No estoy hablado de relativismo, ¡nada más lejos! Es sencillamente la encarnación, sencillamente. Es decir que Dios está presente en esta tierra antes aún de que nosotros hayamos puesto pie en ella, que estamos al servicio de la verdad que es un persona, que no es antes que nada un dogma, aunque luego se decline en forma de dogma, pero que ante todo es una persona y que en consecuencia entra en relación con este contexto para poderlo amar, servir e iluminar.
Hoy queremos dar gracias por vuestro carisma, queremos dar gracias por lo que sois, por vuestra historia, por vuestras vidas. Dar gracias por la vida de vuestro fundador, pero también por todos los miembros de la Fraternidad a la que pertenecéis y por todo vuestro movimiento. Lo que más me llama la atención de vuestro movimiento, presente hoy en el mundo entero, son las conexiones que tenéis con otros carismas. Aquí vosotros dais testimonio a diario en la colaboración y en el partenariado a través del trabajo, pero también de las relaciones personales. Eso es exactamente lo que debemos buscar. Cada uno de nosotros es él mismo en la gracia del propio carisma, tanto personal como comunitario, cuando acepta recibir a los demás y vivir la fe en comunión con sus hermanos que son distintos. Así que demos gracias al Señor de corazón por la frase que tanto me ha impactado hoy en la web de CL, que es mucho más rica que esta frase: «Una fe vivida en comunión es el fundamento de la auténtica liberación».
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