Monseñor Christophe Pierre.

Pierre: «Don Giussani nos invita a ser hijos del Padre»

La homilía del nuncio apostólico en Estados Unidos en la misa por el fundador de CL, con motivo del New York Encounter, el pasado 16 de febrero. «Dios no está lejos. Está cerca. Es nuestro compañero cada día»
Christophe Pierre

Mis queridos amigos en Cristo, me alegro de volver a estar con vosotros este año en el New York Encounter para celebrar el sexto domingo del tiempo ordinario y conmemorar el decimoquinto aniversario del fallecimiento de Luigi Giussani. Como nuncio apostólico, representante del Santo Padre en Estados Unidos, os saludo cordialmente en nombre del Santo Padre, y os confirmo sus oraciones, su cercanía espiritual y su afecto paterno.

Antes de llegar, me ha llamado la atención el tema, “Cruzando la línea divisoria”, porque parece que nuestro mundo está cada vez más dominado por las ideologías. La gente se une a aquellos con los que está de acuerdo y demoniza a aquellos con los que no está de acuerdo. En nombre de su amor a la justicia, se vuelven cada vez más intolerantes frente a las opiniones ajenas. El Santo Padre habla a diario de la misericordia, pero paradójicamente estamos cayendo en una cultura de la condena y del juicio. ¿Cómo podemos superar esta división que parece tan grande?

El manifiesto de este año incluía una cita del Canto XXXIV del Infierno de Dante, pero antes de leerla quiero leer otra del inicio de ese mismo Canto, que podría reflejar la desolación de nuestro mundo:

Como cuando una espesa niebla baja, / o se oscurece ya nuestro hemisferio, / girando lejos vemos un molino, / una máquina tal creí ver entonces; / luego, por aquel viento, busqué abrigo / tras de mi guía, pues no hallé otra gruta.

Nuestro mundo parece triste, oscuro, como una niebla, a veces hasta infernal. Tras la guía de su maestro, Dante se encuentra luego con Lucifer, Bruto y Casio, y con el que más sufre, Judas Iscariote, que traicionó a Jesús con un beso. A pesar de esos horrores, el guía de Dante le exhorta a continuar:

“Ponte de pie” –me dijo mi maestro–: / “la ruta es larga y el camino es malo, / y el sol ya cae al medio de la tercia”.

Nuestro camino también es largo y escarpado, pero con nuestro maestro podemos cruzar la línea divisoria, aunque no debemos esperar que sea fácil. Al final, después de atravesar un abismo, Dante escribe esto que aparece en el manifiesto:

Mi guía y yo por esa oculta senda / fuimos para volver al claro mundo; / y sin preocupación de descansar, / subimos, él primero y yo después, / hasta que nos dejó mirar el cielo / un agujero, por el cual salimos / a contemplar de nuevo las estrellas.

También nosotros tenemos un maestro, Jesús. En el capítulo quinto del Evangelio de Mateo, Jesús sube a la montaña, igual que Moisés subió al Monte Sinaí para recibir la Ley. Jesús se sienta, adoptando la posición del maestro, y empieza a enseñar a la multitud. Se presenta como el nuevo Moisés.

Así comienza su gran Sermón de la montaña, las bienaventuranzas. Si queremos superar las divisiones, quizás la espiritualidad de las bienaventuranzas, que comprende la pobreza de espíritu, la mansedumbre, la misericordia y la persecución soportada con alegría, debería ser parte de la solución. Jesús quiere dar a conocer a los que le siguen las condiciones para poder ser sus discípulos, animándoles a ser sal de la tierra y luz del mundo. Así puede, en medio de las tinieblas de las ideologías actuales, nosotros estamos llamados a ser eso mismo. ¿Pero cómo?

Un punto de partida es la observancia de los mandamientos. Jesús dice a sus discípulos que no ha venido para abolir la ley sino para cumplirla, añadiendo enseguida que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. No podemos seguir haciendo como los escribas y fariseos o, como dice el manifiesto, «decimos que amamos la justicia, pero la usamos como arma contra nuestros enemigos».

Ser un auténtico discípulo exige algo más. Luego Jesús da inicio a la llamada “antítesis”. En el Evangelio de hoy tenemos las primeras cuatro antítesis, que tienen una forma característica. Jesús empieza diciendo: «Habéis oído qué se dijo a los antiguos». Este “habéis oído” no se dirige simplemente a un individuo sino a toda una comunidad. Hemos escuchado la Ley a través de las Escrituras. Lo “que se dijo” es un uso lingüístico, en griego y en hebreo, de la voz pasiva referida a Dios, de modo que significa: «Dios dijo». La expresión “a los antiguos” se refiere a los israelitas que recibieron la antigua Ley de Moisés en el Monte Sinaí.

La forma característica continúa con Jesús diciendo: «Pero yo os digo…». Jesús impone su autoridad magisterial más allá y por encima de la de Moisés. Esta forma de argumentación era la que utilizaban habitualmente los rabinos en tiempos de Jesús. Este se presenta como un rabino al utilizar esta fórmula, pero un simple rabino nunca habría reivindicado la autoridad de ir más allá de lo que Moisés había enseñado ni mucho menos revocar su Ley.

Al utilizar esta fórmula, Jesús reivindica la autoridad del Maestro por excelencia. Él pretende ser la palabra autorizada de Dios, la auténtica norma de la moral cristiana. Esa palabra es la que nos llega en estas seis “antítesis”. Jesús no vino para abolir la ley de los profetas, vino ante todo para cumplirla y llamar a sus discípulos a un amor más profundo que el que exige la Ley de Moisés.

La primera antítesis se refiere a las relaciones entre seres humanos, entre los miembros de la comunidad. Utiliza el término griego adelphos (hermano) cuatro veces. Empieza citando el quinto mandamiento: no matarás, pero Jesús integra la Ley y nos dice que no debemos airarnos, injuriar ni insultar a nuestros hermanos y hermanas. Jesús no revoca la ley contra el homicidio pero desafía a sus discípulos. No basta simplemente con evitar matarse unos a otros. Jesús va al Espíritu de la Ley. El discípulo de Cristo debe renunciar al odio, a la ira, a los insultos, al lenguaje violento, etcétera. No basta evitar el homicidio corporal, Jesús exige un cambio interior.

Hemos oído en los versículos 23 y 24 una ilustración de cómo este cambio interior se manifiesta en acto: en la reconciliación. Para evitar la ira, hace falta la reconciliación. Ofrecer un sacrificio sería insensato sin la reconciliación, sobre todo entre los miembros de la comunidad. Habría sido impensable interrumpir la liturgia en el templo por cualquier razón frívola, pero el énfasis de Jesús dejando el don en el altar subraya la importancia de la reconciliación. La reconciliación es un requisito preliminar para un culto auténtico; el verdadero sacrificio u oblación es imposible sin ella. Nuestra adoración a Dios está subordinada a nuestro amor al prójimo. Ser proactivos como instrumentos de reconciliación es una manera de superar las divisiones.

El mismo cambio interior se requiere en la siguiente antítesis, que habla del adulterio. Jesús pide a sus discípulos que no miren con lujuria, como si una persona fuera un objeto que se pudiera dominar o controlar. Al contrario, propone un cambio interior que muestre respeto a la riqueza de toda persona. En todo caso, ya sea para reforzar su enseñanza sobre el divorcio o para animar a los discípulos a no perjurar, Jesús quiere un cambio interior, un compromiso más profundo en las relaciones y un profundo sentido de confianza en la comunidad. Estos son los ingredientes que forman la receta para “cruzar la línea divisoria”.

Las seis antítesis concluyen con Jesús que dice: «Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen (…) Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

Don Giussani reflexionaba sobre la verdadera división que había que superar. Somos todo menos perfectos. Escuchar estos versículos tan exigentes y observar nuestro modo de vivir nos permite reconocer que somos mucho más parecidos a Judas, que traiciona al Señor con un beso, prometemos una cosa con los labios y luego hacemos otra. Hay un gran abismo entre el decir y el hacer, entre nuestro deseo de perfección y el estado real de nuestra relación con Dios.

¿Cómo se supera esta división? ¿Qué podemos hacer para respetar estas leyes? ¿Cómo podemos superar la rectitud de los escribas y fariseos? Giussani pregunta: «¿Quién nos ha traído la ley?». Y respondiendo a esa pregunta, afirma: «Cristo es quien ha traído al mundo esta ley, lo cual quiere decir que Cristo es la imagen visible del misterio del Padre, su encarnación sensible, su ejemplo imitable que podemos seguir. Sed perfectos como vuestro Padre. Y para el Padre, ¿cuál es el centro de todo, el sentido y la explicación de todo? ¿Qué es la perfección? Es su Hijo Jesucristo El Padre todo lo ha puesto en su mano (cfr Jn 3,35). Por tanto, ser perfecto como el Padre significa reconocer, aceptar y abrazar a Cristo. (…) Ser perfecto como el Padre quiere decir reconocerlo, aceptarlo y abrazarlo, abrazar el orden que él ha establecido para todo, personas y cosas, ese orden que es el reino de Dios. El reino de Dios, este orden que rige todas las cosas, tiene un nombre, Jesucristo» (Una extraña compañía, Encuentro, Madrid 2018, p. 208).

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Aunque murió hace quince años, don Giussani sigue siendo un padre para nosotros, para este movimiento. Él nos invita a ser hijos del Padre celestial reconociendo, acogiendo, abrazando y viviendo en todo lo posible su Presencia, exactamente igual que un niño vive apegado a su madre, con el pensamiento de su madre siempre presente, así Cristo debe estar presente en nuestros pensamientos y vivo en nuestra conciencia, llamándonos a la perfección. Esa es la vía para superar la brecha entre la vida diaria y la conciencia de su Presencia. Dios no está lejos. Está cerca. Es nuestro compañero cada día. Él es el camino para superar las divisiones. Cristo es el Camino.

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