El cardenal Gualtiero Bassetti.

Bassetti: «Don Giussani y el Cristo vivo que llevaba a los jóvenes»

En Perugia, el 10 de febrero, el presidente de la Conferencia episcopal italiana celebró la misa en memoria del fundador de CL, «un signo de esperanza, un maestro, un testigo de la alegría, un padre, para la Iglesia y para nuestra sociedad»
Gualtiero Bassetti

Obispo Marco, queridos sacerdotes, queridísimos amigos, recordamos esta noche el 38° aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de Comunión y Liberación y el 15° de la muerte de don Luigi Giussani. Un sacerdote que dejó huella en la vida de la gente y en la historia de la Iglesia. Lo conocí bien, en muchas circunstancias: encuentros diocesanos con los sacerdotes, con los seminaristas, con estudiantes. Don Giussani atrajo hacia su espiritualidad a algunos curas de la Iglesia florentina, alumnos míos del seminario a los que acompañé hasta el sacerdocio: Paolo Bargigia ya está en el paraíso con don Luigi; Andrea Bellandi, arzobispo de Salerno, Giovanni Paccosi, párroco que ayuda al cardenal en el gobierno de la archidiócesis de Florencia, y Paolo Milloschi (Millo), párroco de Regina della Pace. La muerte de don Giussani dejó un vacío profundo en muchos de nosotros, en mucha gente que le conoció, le amó y siguió su camino de encuentro con el Señor.

Nos reunimos esta noche no solo para conmemorar sino sobre todo para dar gracias. Dar gracias al Señor, padre bueno de todos, que nos lo dio en estos tiempos confusos; y dar gracias a don Luigi, siervo de Dios, por lo que ha sido para todos nosotros, para vosotros, para los jóvenes, para la Iglesia, para nuestra sociedad: un signo de esperanza, un maestro, un testigo de alegría, un padre.

En su tiempo, es decir en los inicios de su aventura, en los años 60, afrontó con valentía la marea creciente del rechazo de la fe por la borrachera colectiva debida a las diversas ideologías. Su propuesta educativa hizo historia, aportó esperanza y alegría de vivir a muchísima gente, jóvenes y no tan jóvenes. Hay una afirmación clave que siempre me ha causado impresión en la acción educativa de don Luigi: la de la centralidad del hecho cristiano, es decir, del acontecimiento de Jesús, en su concretísima humanidad, para desvelar el hombre al hombre y para hacernos conocer mejor a ese Dios –misterio de misericordia– que nadie ha visto nunca. A través de Jesús, Dios viene a nuestro encuentro para redimir al hombre, para rescatarle del abismo del mal.

Las lecturas bíblicas que acabamos de proclamar nos hacen contemplar el amor de Dios por los hombres. Él se presenta, en el Antiguo Testamente, inmerso en una gran nube. El Libro de los Reyes narra, de hecho, que en el momento en que el arca de la alianza se sitúa en el templo recién construido por Salomón, el lugar sagrado se llena de una nube tan densa que impide a los sacerdotes poder realizar los actos litúrgicos. Es la gloria de Dios, la shekhinah, la presencia real del Señor en medio de su pueblo. Él está presente para sanar y redimir, para exaltar y abatir.

En el Evangelio de Marcos, Dios se hace presente entre los hombres a través de Jesús, que no busca su gloria sino solo la del Padre. Jesús pasa de una orilla a otra del lago de Tiberíades, sanando y curando a los enfermos que van tras él. Basta con tocar su manto para sanarse porque en Jesús está la presencia de Dios, Él es “santo de Dios”.

El poder de sanar, propio solo del Señor, pasó luego a sus discípulos. Aquel Jesús, que salva y sana, permanece con nosotros hoy a través de la Iglesia. Nosotros somos en cierto modo la prolongación de su manto, gracias a cuyo contacto debe distribuirse la gracia.

A través de nosotros, más aún, a través de personas especiales como don Luigi, Jesús se sigue haciendo presente en la historia. Jesús es la verdad clave de nuestra fe, llevada a su esencia. Es interesante ver cómo el magisterio oficial, mediante Juan Pablo II, afirma que «no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: “¡Yo estoy con vosotros!”» (NMI 29).

A través de los movimientos eclesiales, entre ellos Comunión y Liberación, se manifiestan nuevos carismas que nos orientan a todos a hacer “experiencia” de Jesús, a darlo a conocer vivamente y no solo intelectualmente, a apasionarnos por él, a transmitir la realidad de su amor a todos aquellos que con los que nos encontremos. Recuerda el papa Francisco que «el camino de la Iglesia es dejar que se manifieste la gran misericordia de Dios» (audiencia del 7 de marzo de 2015). Y su misericordia también se manifiesta a través de estas grandes figuras proféticas, gracias a las cuales muchos son alcanzados por una gracia capaz, a pesar de todo, de transformar nuestro mundo.

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¿Qué queda hoy en nosotros del don que hemos recibido al conocer a un hombre, un sacerdote formidable, capaz de presentar, sobre todo a las generaciones jóvenes, a Cristo vivo? Queda la memoria de un hombre de Dios: la conciencia de un encuentro con una persona que vivía de la fe y la comunicaba. Queda el sabor de una fuerte amistad, basada en compartir nuestro ser hombres buscados y amados por Dios, que buscan continuamente ese Absoluto que es el único que puede saciar el hambre y la sed de todo ser viviente. Demos gracias al Señor por la vida y la obra de don Luigi y pidamos la fidelidad de seguir su enseñanza y su testimonio.

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