Padre Georgij Arekhanov

Georgij Orekhanov. «Un amor inesperado, dentro de la realidad»

Durante la Semana por la unidad de los cristianos, muere el rector de la Universidad ortodoxa de San Tijon en Moscú, alguien muy cercano a muchos amigos de CL en Rusia e Italia. Recordamos su colaboración en Huellas en 2015
Georgij Orekhanov

Ha muerto repentinamente el padre Georgij (Jurij) Orekhanov, durante la Semana por la unidad de los cristianos, a caballo entre la fiesta del Bautismo de Jesús y la memoria de san Juan Bautista según el calendario ortodoxo. Nacido el 2 de mayo de 1962, casado, padre de cuatro hijos, era sacerdote del Patriarcado de Moscú. Profesor de Historia de la Iglesia rusa en la Universidad ortodoxa de San Tijon, también ocupaba el cargo de rector de Relaciones Internacionales en dicho ateneo.
Desde hace unos años cultivaba una profunda amistad con algunos amigos de Comunión y Liberación en Rusia e Italia, adonde precisamente tenía previsto viajar esta semana para un encuentro público con Franco Nembrini en Livorno. Con el tiempo, su estima por el movimiento fue creciendo y, sobre el tema de la unidad entre ortodoxos y católicos, le gustaba repetir una frase que el abad Sergio Massalongo le dijo una ocasión en que visitó el monasterio de la Cascinazza: «No somos nosotros quienes creamos la unidad, pero la unidad nos genera a cada uno de nosotros».

A continuación, una contribución del padre Orekhanov sobre el lema del Meeting de Rímini 2015, “¿De qué es ausencia esta ausencia, corazón, que de repente te llena?”, publicada en el número de Huellas de julio/agosto de aquel año




A menudo, la vida del hombre se parece a un desierto. Podemos tenerlo todo –familia, éxito, carrera, un trabajo interesante– pero falta lo más importante. Sin embargo, en medio de este desierto, hay momentos en los cuales aparece ante nosotros lo que verdaderamente importa.
Pensemos en el Evangelio. Es el relato de una larga serie de encuentros. Las personas se encuentran con Jesús y sus ojos se abren. Lo que falta en nuestra vida son estos encuentros evangélicos.

Recientemente estuve en Italia y Franco Nembrini me llevó a conocer a un antiguo alumno suyo que abrió una quesería en un pueblecito de un valle de Bérgamo. La idea de Franco era que mi hijo, que pasa por un momento difícil, pudiera ir a trabajar allí durante un tiempo. Este chico, que tiene 29 años, me dijo algo de una gran profundidad. Impresionado por él y por algunos de sus gestos, le pedí que le enseñara a mi hijo la belleza del cristianismo. Franco me corrigió. Me dijo que, cuando nosotros pretendemos decidir cómo el otro conocerá el cristianismo, normalmente, obtenemos el resultado contrario. Señaló una rodaja de chorizo que había en la mesa y dijo: «Tu hijo empezará a cambiar cuando entienda que esta rodaja de chorizo es fruto del amor al propio trabajo. Solo la fascinación por un modo distinto de hacer las cosas normales, de todos los días, puede despertar la pregunta sobre su origen».

Para mí, ese fue un “encuentro evangélico”. Lo que entiendo cada vez más es que el encuentro con lo que llena esta ausencia, es decir, con el significado de las cosas, sucede en la realidad. Muchas veces, el encuentro con lo que llena nuestro desierto existencial no se produce porque el hombre no tiene una mirada auténtica hacia sí mismo y hacia lo que le rodea. Estamos concentrados en nuestros problemas, en nosotros mismos y no prestamos atención a la realidad. En cambio, si estamos disponibles y abiertos, la vida se llena de un amor inesperado.