El Papa bendice la Cruz de la Misericordia de los presos de Paliano (Frosinone)

«Ninguna celda puede impedir que entre la esperanza»

Más de 10.000 personas, entre policías, personal administrativo y voluntarios en la plaza de San Pedro para la audiencia del Papa con los que todos los días trabajan en las cárceles italianas
Giorgio Paolucci

«Coraje, porque estáis en el corazón de Dios, sois preciosos a sus ojos y, aunque os sintáis perdidos e indignos, no os desaniméis». Las palabras del papa Francisco son como una caricia en el rostro de los presos, incluso para aquellos que no pueden escucharle mientras las pronuncia. Una lección de humanidad, la que dio Bergoglio el pasado sábado en la plaza de San Pedro dirigiéndose a los miembros de la policía penitenciaria, el personal de la administración penitenciaria, los capellanes y voluntarios que trabajan en las cárceles, once mil personas procedentes de toda Italia.

El Papa denunció los graves problemas que afectan a este mundo, subrayando el peligro de que las cárceles se convierten en “polvorines de rabia” a causa de las precarias condiciones de vida y de la masificación (60.000 personas en una instalación con capacidad para 50.000). Pidió que «la pena no comprometa el derecho a la esperanza, y que se garanticen las perspectivas de reconciliación y reintegración». E insistió, como ha hecho en otras ocasiones, en que «la cadena perpetua no es la solución de los problemas, sino un problema a resolver. Porque si se encierra en una celda la esperanza, no hay futuro para la sociedad. ¡Que nunca se prive del derecho de empezar de nuevo!».

Un grupo de ''Incontro e Presenza'' en la audiencia

A la denuncia de torturas en el sistema carcelario sumó tres palabras clave en su discurso. A la policía penitenciaria y al personal administrativo dijo «gracias» por un trabajo «invisible, a menudo difícil e insatisfactorio, pero esencial». Cuando, «además de ser custodios de la seguridad, sois una presencia cercana para los que han caído en las redes del mal, os convertís en constructores del futuro: sentáis las bases para una coexistencia más respetuosa y, por tanto, para una sociedad más segura. Gracias porque, al hacerlo, os convertís día tras día en tejedores de justicia y esperanza».

La segunda palabra –«adelante»– iba dirigida a los capellanes, religiosos y voluntarios. A ellos les recordó que Jesús, viendo a Zaqueo, no se quedó en los prejuicios ante un publicano acusado de injusticias y robos, alimentados por «los que creen que el Evangelio está destinado a la “gente bien”. Por el contrario, el Evangelio pide ensuciarse las manos». El Papa les exhortó a ser «buscadores incansables de lo perdido, anunciadores de la certeza de que cada uno es precioso para Dios».

Mientras pronunciaba estas palabras, por la mente de los cien voluntarios de la asociación “Incontro e Presenza” presentes en San Pedro pasaban los nombres y rostros de los presos que han conocido estos años en las cárceles de Milán –San Vittore, Bollate, Opera–, los amigos que han hecho, su encuentro con unas vidas precarias, quemadas pero deseosas de volver a empezar, y el descubrimiento de que el hombre no es el error que comete, y que el abrazo de la misericordia de Dios es el mayor don para quien se siente perdido y desesperanzado. Durante el encuentro, el Papa bendijo la Cruz de la Misericordia, construida por los presos de Paliano (Frosinone), donde Francisco celebró el Jueves Santo de 2017, que pasará por las cárceles italianas en una especie de peregrinación de la esperanza.

La tercera palabra, «coraje», Bergoglio se la dedicó a los presos. «Coraje, porque estáis en el corazón de Dios, sois preciosos a sus ojos (…) Nunca os dejéis encerrar en la celda oscura de un corazón desesperado, no cedáis a la resignación. Dios es más grande que cualquier problema y os espera para amaros. Poneos ante el Crucificado, ante la mirada de Jesús (…) De ahí, de la humilde valentía de los que no se mienten a sí mismos, renace la paz, florecen de nuevo la confianza de ser amados y la fuerza para seguir adelante (…) Coraje, no sofoquéis nunca la llama de la esperanza. Siempre mirando al horizonte del futuro: siempre hay un futuro de esperanza, siempre».

La esperanza es el recurso necesario para quien día tras día debe medirse con el dolor por los errores y el mal cometidos, con la rabie por una condena que cree que no merece, con las condiciones precarias en las que debe transcurrir su existencia durante años. También lo recordó la directora de la cárcel de menores de Acireale, cuando le pidió a Francisco que rezara para que ella y sus colaboradores pudieran sostener el camino de Stefan, Michael, Ibrahim, Emanuele, Federico, Alexander... Los recordaba por su nombre, uno a uno, a sus chicos, que «independientemente de su credo ven en usted a un Santo Padre del lado de los más débiles, en sus palabras y en sus obras».

En la plaza se sucedieron los testimonios de los agentes de la policía penitenciaria, directores de prisión, capellanes, personas que todos los días gastan su tiempo en estos “vertederos sociales” donde demasiadas veces nos engañamos con almacenar deshechos humanos que preferimos no ver. «Pero Cristo está con ellos y ninguna celda está lo suficientemente aislada como para impedir que Él pueda devolver la esperanza y generar personas nuevas», advirtió un inspector. La cárcel, una gran escuela de humanidad. Que el sábado, en San Pedro, dio una lección con un gran maestro.