El papa Francisco en el Holpital de Zimpeto

Papa Francisco: «Tender la mano, como hace Jesús con nosotros»

Concluye la visita apostólica a Mozambique, Madagascar y Mauricio. De la caridad a la política, invitando a abrirnos al otro, que viene de Cristo. Breve antología de los discursos del pontífice

Visita al Hospital de Zimpeto
Maputo (Mozambique), 6 de septiembre
Lo que no necesitan los pobres es un acto de delegación, sino el compromiso personal de aquellos que escuchan su clamor. La solicitud de los creyentes no puede limitarse a una forma de asistencia —que es necesaria y providencial en un primer momento—, sino que exige esa “atención amante”, que honra al otro como persona y busca su bien. Escuchar este grito os ha hecho entender que no bastaba con un tratamiento médico, ciertamente necesario; por eso habéis mirado la integralidad de la problemática, para restituir la dignidad de mujeres y niños, ayudándolos a proyectar un futuro mejor.
En este amplio campo que se os ha ido abriendo por escuchar de manera constante, también habéis experimentado vuestra limitación, la carencia de medios de toda índole. El programa, que habéis desarrollado y que os ha conectado con otros lugares del mundo, es un ejemplo de humildad por haber reconocido los propios límites, y de creatividad para trabajar en redes. El empeño gratuito y voluntario de tantas personas de diversas profesiones que, durante años, han prestado su valiosa tarea para formar operadores locales, tiene en sí mismo un enorme valor humano y evangélico.

Esos aproximadamente 100.000 niños que pueden escribir una nueva página de la historia libres de HIV/SIDA, así como de tantos otros anónimos que hoy sonríen porque fueron curados con dignidad en su dignidad, son parte de la paga que el Señor os ha dejado: regalos de presencias que, saliendo de la pesadilla de la enfermedad, sin ocultar su condición, transmiten la esperanza a muchas personas, contagian ese “yo sueño” a tantos que necesitan que los recojan del borde camino. La otra parte la retribuirá el Señor “cuando Él vuelva”, y eso os tiene que llenar de alegría: cuando nosotros nos vayamos, cuando volváis a la tarea cotidiana, cuando nadie os aplauda ni os considere, seguid recibiendo a los que llegan, salid a buscarlos heridos y derrotados en las periferias. No olvidemos que sus nombres, escritos en el cielo, tienen al lado una inscripción: estos son los benditos de mi Padre. Renovad los esfuerzos y permitid que aquí se siga “pariendo” la esperanza. Aquí se pare la esperanza.
Sigue leyendo

El papa Francisco con el padre Pedro Opeka en la Ciudad de la Amistad

Homilía en la misa del Campo diocesano de Soamandrakizay
Antananarivo (Madagascar), 8 de septiembre
Una de las peores esclavitudes: el vivir para sí. Es la tentación de encerrarse en pequeños mundos que termina dejando poco espacio para los demás: ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Muchos, al encerrarse, pueden sentirse “aparentemente” seguros, pero terminan por convertirse en personas resentidas, quejosas, sin vida. Esa no es la opción de una vida digna y plena, ese no es el deseo de Dios para nosotros, esa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado (…). Miremos nuestro entorno, ¡cuántos hombres y mujeres, jóvenes, niños sufren y están totalmente privados de todo! Esto no pertenece al plan de Dios. Cuán urgente es esta invitación de Jesús a morir a nuestros encierros, a nuestros individualismos orgullosos para dejar que el espíritu de hermandad —que surge del costado abierto de Jesucristo, de donde nacemos como familia de Dios— triunfe, y donde cada uno pueda sentirse amado, porque es comprendido, aceptado y valorado en su dignidad. Ante la dignidad humana pisoteada, a menudo permanecemos con los brazos cruzados o con los brazos caídos, impotentes ante la fuerza oscura del mal. Pero el cristiano no puede estar con los brazos cruzados, indiferente, ni con los brazos caídos, fatalista: ¡no! El creyente extiende su mano, como lo hace Jesús con él.
Sigue leyendo

Encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático
Port Louis (Mauricio), 9 de septiembre
Estoy contento, gracias a esta breve visita, de poder conocer vuestro pueblo, caracterizado por poseer, no sólo un rostro multicultural, étnico y religioso sino, sobre todo, la belleza que proviene de vuestra capacidad de reconocer, respetar y armonizar las diferencias existentes en función de un proyecto común. Así es toda la historia de vuestro pueblo que nació con la llegada de migrantes de diferentes horizontes y continentes, portadores de sus tradiciones, su cultura y su religión, y que aprendieron, poco a poco, a enriquecerse con la diferencia de los demás y a encontrar los medios para vivir juntos, buscando construir una hermandad preocupada por el bien común.
En este sentido, vosotros poseéis una voz autorizada —porque se hizo vida— capaz de recordar que es posible alcanzar una paz estable desde la convicción de que «la diversidad es bella cuando acepta entrar constantemente en un proceso de reconciliación, hasta sellar una especie de pacto cultural que haga emerger una “diversidad reconciliada”» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 230). Esta es base y oportunidad para la construcción de una real comunión dentro de la gran familia humana, sin necesidad de marginar, excluir o rechazar.
El ADN de vuestro pueblo guarda la memoria de estos movimientos migratorios que condujeron a vuestros antepasados a esta isla y que también los llevaron a abrirse a las diferencias para integrarlas y promoverlas por el bien de todos. Es por eso que os aliento, en fidelidad a vuestras raíces, a asumir el desafío de dar la bienvenida y proteger a los migrantes que vienen hoy para encontrar un trabajo y, para muchos de ellos, mejores condiciones de vida para sus familias. Preocuparos de darles la bienvenida como vuestros antepasados supieron acogerse recíprocamente; como protagonistas y defensores de una verdadera cultura del encuentro que permita a los migrantes —y a todos— ser reconocidos en su dignidad y derechos.
Sigue leyendo

Pincha aquí para leer todos los discursos de este viaje apostólico