El papa Francisco en la JMJ de Panamá

El Papa en Panamá. «Ese abrazo que yo también deseo»

Ha seguido de cerca a Francisco durante la Jornada Mundial de la Juventud que acaba de terminar. Vaticanista portuguesa y “veterana” en viajes apostólicos, Aura Miguel señala la “novedad” de estos días, «una propuesta radical, que toca al mundo actual»
Luca Fiore

Con el de Panamá ya van 98. Noventa y ocho viajes papales, todos como enviada de Radio Renascença, la emisora de los obispos portugueses. Primero Juan Pablo II, luego con Benedicto XVI y ahora con Francisco. Aura Miguel es casi una recordwoman en su especialidad (solo tiene por delante a Valentina Alazraki, de la televisión mexicana, y Phill Pullella, de Reuters). Su viaje número cien será a Bulgaria y Macedonia los próximos 5 y 7 de mayo. Pero esta periodista portuguesa habla de los días que ha pasado en Centroamérica casi con el mismo entusiasmo que una neófita. «El Papa ha logrado generar una relación extraordinaria con los jóvenes gracias al uso de una lengua que les llega a tocar de verdad en el mundo en que se mueven». No solo se refiere al famoso «María, influencer de Dios», sino a un lenguaje que va directo al corazón del mensaje, que «ha sido una propuesta radical».

Empecemos por el principio: Panamá y la Jornada Mundial de la Juventud. ¿Cómo se ha presentado Francisco?
Utilizando la imagen de Panamá como el país del istmo y su canal, como una metáfora, como una encrucijada mundial, un vínculo entre el este y el oeste, un nudo estratégico en el tablero mundial. Un país-puente, no solo entre zonas geográficas del mundo sino también entre pueblos. En este sentido, el Papa ha seguido ampliando la metáfora a los propios jóvenes que, a través de sus sueños, pueden enseñarnos una mirada nueva, «respetuosa y llena de compasión por los otros». Ha hablado «apertura de nuevos canales de comunicación y de entendimiento, de solidaridad, de creatividad y ayuda mutua; canales de medida humana que impulsen el compromiso, rompan el anonimato y el aislamiento en vistas a una nueva manera de construir la historia».

Aura Miguel con el papa Francisco

Algunos dicen que han percibido una referencia al muro en la frontera entre México y Estados Unidos y a la crisis actual de Venezuela.
Sí, pero a nivel político el Papa ha sido muy cauto y, aparte de la referencia en el Ángelus del domingo, donde deseó un acuerdo pacífico en Venezuela, el acento lo ha puesto en la dimensión existencial, es que va ligada a la vida de cada uno.

Ha citado mucho a Óscar Romero, recién canonizado.
Sí, ha sido una suerte de santo protector en este viaje. En su discurso a los obispos centroamericanos lo citó doce veces, diciendo que «apelar a la figura de Romero es apelar a la santidad y al carácter profético que vive en el ADN de vuestras Iglesias particulares». Insistió en su lema episcopal, “Sentir con la Iglesia” y volvió a proponer sus preciosas reflexiones sobre la kenosis, el abandono de Cristo, eso de lo que habla san Pablo cuando dice: «se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo». Un discurso muy denso.

Decía que le había llamado la atención el lenguaje que ha usado con los jóvenes.
Sí, capaz también de utilizar términos ligados a las nuevas tecnologías, como influencer, tutorial o nube, pero sobre todo de ser sencillo y profundo a la vez. Por ejemplo, cuando dijo: «¿Saben qué es lo que los mantiene unidos? Es la seguridad de saber que hemos sido amados con un amor entrañable que no queremos y no podemos callar, un amor que nos desafía a responder de la misma manera: con amor, que es el amor de Cristo que nos apremia». Un lenguaje que sabe ser radical, como cuando, sin medias tintas, dijo a los jóvenes: «En nombre de Jesús les digo: no tengan miedo de amar, no tengan miedo de ese amor concreto, de ese amor que tiene ternura, de ese amor que es servicio, de ese amor que gasta la vida». Increíble.



¿Por qué increíble?
¡Porque es tan comprensible! Igual que en la misa del domingo. «Jesús revela el ahora de Dios que sale a nuestro encuentro para convocarnos también a tomar parte en su ahora. Es el ahora de Dios que con Jesús se hace presente, se hace rostro, carne, amor de misericordia que no espera situaciones ideales, situaciones perfectas para su manifestación, ni acepta excusas para su realización». Y luego al hablar de la concreción de Dios. «Él no quiso tener una manifestación angelical o espectacular, sino quiso regalarnos un rostro hermano y amigo, concreto, familiar. Dios es real porque el amor es real, Dios es concreto porque el amor es concreto». Nos pide no tener miedo de un amor concreto. Bellísimo.

También da un vuelco a la retórica sobre los jóvenes: «Ustedes no son el futuro, son el presente».
Cierto, el presente porque Dios convoca ahora, no en el futuro. Son palabras de una claridad casi violenta. «Tu vida hoy. Tu jugarte es hoy. Tu espacio es hoy. ¿Cómo estás respondiendo a esto?».

Hasta aquí las palabras pronunciadas, ¿pero y los gestos? ¿Cuál es el que más le ha impactado?
El momento más fuerte ha sido en la cárcel de menores de Las Garzas en Pacora, donde el Papa confesó a algunos de los jóvenes. Su abrazo a Louis, el preso que le devolvió ese saludo y cuyo rostro no se ha mostrado a los medios, fue el gesto más conmovedor. Poco antes el chaval había dicho: «No hay palabras para describir la libertad que siento en este momento». Libertad, ha usado esta palabra. La paternidad con que Francisco le ha mirado es una de las imágenes que me llevo a casa de este viaje, porque un abrazo así es lo que, en el fondo, cada uno de nosotros desea recibir. Yo también. Porque cada uno, como dijo el Papa a esos chicos, «cada uno de nosotros es mucho más que los rótulos que nos ponen, es mucho más que los adjetivos que nos quieren poner, es mucho más de la condena que nos impusieron».

La próxima JMJ en 2022 será en su querida Lisboa. Es inútil que le pregunte si está contenta…
La noticia estaba en el aire, no ha sido una sorpresa. Pero es interesante cómo se ha presentado la decisión. Portugal se ve como un país que puede servir de puente hacia la otra costa del Atlántico y hacia África, un punto de apertura hacia los países de lengua portuguesa: de Brasil a Angola, Cabo Verde, Timor Este, pero también Guinea Bissau y Mozambique. Se desempolva de un modo nuevo una vocación misionera que está en nuestro ADN y que vale la pena que los portugueses volvamos a mirar.