El Papa Francisco durante el Sínodo de los jóvenes

Diario del sínodo / 4. La historia de amor que Jesús quiere empezar con nosotros

Estamos acabando. Se prepara el documento final. Siguen los encuentros con los obispos de todo el mundo. Hay tiempo para una pregunta personal al Papa: «Para usted, ¿qué es el perdón?». El relato de Matteo de Kampala, oyente en el sínodo de los jóvenes
Matteo Severgnini

El Sínodo está a punto de terminar. En estas horas los padres sinodales están haciendo un trabajo de pulido para completar el documento final que se entregará al Papa. Mientras tanto, mientras escucho las intervenciones y las propuestas de cambios, vuelvo a pensar en estas semanas y me doy cuenta de que ha habido un punto de inflexión en el que parece que el Sínodo haya cambiado de rumbo. Me refiero a la homilía del Papa Francisco durante la misa de canonización de Pablo VI. El Evangelio era el del joven rico que pregunta a Jesús: «¿qué haré para heredar la vida eterna?». El chaval, que asegura respetar todos los mandamientos, espera una nueva indicación práctica. El Papa señala: «La respuesta de Jesús lo desconcierta. El Señor pone su mirada en él y lo ama. Jesús cambia la perspectiva: de los preceptos observados para obtener recompensas al amor gratuito y total. Aquella persona hablaba en términos de oferta y demanda, Jesús le propone una historia de amor». Los días anteriores había escuchado muchas intervenciones que indicaban cómo, con demasiada frecuencia, la Iglesia se enfrenta a una falta de interés por parte de los jóvenes, no solo por la fe, sino también por la propia vida. Se hablaba de «fragilidad» y de «apatía», e instintivamente se intenta buscar una solución a este problema. Encontrar una forma para sacar a los chavales de esta situación. Sin embargo, nos lo indicaba el Papa, el método de Jesús es otro. Él no da reglas o instrucciones de uso: lo que nos ofrece es una historia de amor. «Deja todo y sígueme». Así es como Francisco volvía a proponer la verdadera originalidad del cristianismo: la historia de amor que Jesús quiere empezar con nosotros, jóvenes y adultos.

El aula sinodal tiene forma de anfiteatro. Los ponentes están abajo, los oyentes estamos en la galería. El Papa siempre entraba por abajo; sin embargo, una tarde entró adrede por donde estamos nosotros. Nos saludó y abrazó. Luego nos dijo: «Haceos escuchar, me gusta cuando hacéis ruido». Es como si nos hubiese invitado a hacer sonar el grito de nuestro corazón.

Me llamó mucho la atención la cena que tuvimos en el Centro internacional de CL con un grupo de obispos, entre los cuales había un sacerdote del norte de Europa que insistió mucho en entender lo que caracteriza nuestro movimiento. Preguntó: «Si tuvierais que sintetizar en una frase, ¿cuál sería el núcleo de CL?». Contestamos: «Cristo es un acontecimiento presente». Y él: «¿Pero qué quiere decir? Yo quiero entender el verdadero corazón de Giussani, ¿de quién o de qué empezó cuando estaba solo?». Este apunte sobre la posibilidad de empezar algo “solo”, teniendo en cuenta el contexto del que procede, me hizo entender la urgencia de la pregunta.

Los jóvenes en el Sínodo

Otro encuentro que me impactó fue con el arzobispo de Sídney, monseñor Antony Fischer. Trabajábamos en el mismo círculo y nos pidieron a ambos proponer un párrafo que destacase el papel de los movimientos. En su propuesta agregó también algunos ejemplos, entre los que mencionaba el Meeting de Rímini. Después de la sesión, le busqué y le pregunté de qué conocía el Meeting. Me dijo: «Estuve allí hace diez años. Me gustó muchísimo ver cómo conseguís juntar cultura, belleza, filosofía y fe. Nunca había visto en ningún sitio nada parecido».

Uno de los momentos más conmovedores de estos días ha sido la intervención de Safa Al Abbia, un chaval iraquí que narró el drama de los cristianos perseguidos. Mientras hablaba, en el aula se hizo un intenso silencio que no he vuelto a percibir en otras situaciones. Algo semejante pasó durante el testimonio de monseñor Ilario Antoniazzi, arzobispo de Túnez. Al tocar temas como la persecución y el martirio he vivido un clima de verdadera conmoción, porque esos relatos nos han hecho a qué tipo de radicalidad estamos llamados. El Papa Francisco retomó también esto en la homilía de las canonizaciones. «Jesús es radical. Él lo da todo y lo pide todo: da un amor total y pide un corazón indiviso. Jesús no se conforma con un «porcentaje de amor, no podemos amarlo al veinte, al cincuenta o al sesenta por ciento. O todo o nada». Es exactamente lo mismo que Claudel hace decir a Anne Vercors en La anunciación a María: «“¿Es acaso el vivir el objeto de la vida? (…) ¡No vivir, sino morir y dar lo que tenemos sonriendo! ¡Esa es la alegría, esa es la libertad, esa es la gracia, esa es la juventud eterna!». Cuando ves esto en acto, percibes una “correspondencia imposible”, como la llamaba don Giussani, que te deja en silencio.

Un día, al término de los trabajos, acompañé al Papa hasta Santa Marta y durante el recorrido le planteé algunas preguntas que me habían surgido estos días. Sobre todo una sobre el perdón. Se ha hablado mucho, también en el sínodo, de los abusos y de la necesaria “tolerancia cero”. Sin embargo, me preguntaba, ¿y la misericordia? Por eso le pregunté a Francisco qué significa para él perdonar. Me contestó: «El perdón es una gracia que hay que pedir, mendigar, rezar sin cesar. Yo siempre pido la gracia del perdón».
Luego, en los últimos instantes antes de dejarlo, le pregunté qué le preocupaba del movimiento. Y él: «Qué continuéis siguiendo a Cristo con valentía».

Hoy los padres sinodales, los oyentes y un grupo de jóvenes de las parroquias de Roma han hecho una peregrinación a pie hasta la tumba de San Pedro, caminando por los últimos seis kilómetros de la Vía Francigena. Yo puedo decir: «No estaba». Por un tobillo achacoso. Sin embargo, les esperé en la Basílica vaticana, donde el camino concluía con una misa a la que también ha asistido el Papa. El evangelio, no por casualidad, era el del episodio junto al Lago de Tiberíades: «Pedro, ¿tú me amas?». «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero».