El cardenal Tagle con el Papa

Tagle: «Así me está cambiando Francisco»

El 13 de marzo de hace cinco años se anunciaba la elección de Jorge Mario Bergoglio. Proponemos un pasaje de la entrevista al arzobispo de Manila, hombre clave del Pontificado, publicada en el nuevo número de Huellas.
Luca Fiore

Tagle es un cardenal joven (en junio cumplirá 61 años) pero tiene mucha experiencia del mundo y de la Iglesia. Estudió Teología en Estados Unidos, donde vivió durante siete años. En 1997 entró a formar parte de la Comisión Teológica Internacional presidida entonces por Joseph Ratzinger, que al ser Papa le confió en 2011 la archidiócesis de Manila: 2.700.000 bautizados para 85 parroquias y 475 sacerdotes. Por su parte, el Papa Francisco lo considera uno de los hombres clave. En 2014 le nombró presidente del Sínodo Extraordinario sobre la Familia y en 2015 lo puso al frente de Cáritas Internacional. Con Bergoglio tiene en común su afabilidad y el talento de decir con sencillez cosas muy profundas. La sonrisa con que nos recibe, que a primera vista puede interpretarse como un rasgo oriental, es algo más. Tal vez sea la marca en su rostro de eso que el Papa llama Evangelii Gaudium. Hablamos con él de dónde le está llevando la propuesta que Francisco hace a toda la Iglesia.

Eminencia, ¿qué está cambiando en su vida como creyente y como pastor desde que llegó Francisco?
Conocí al cardenal Bergoglio en 2005 durante el Sínodo sobre la Eucaristía. En aquella ocasión trabajamos juntos durante tres años, así que pude conocerle de cerca. Cuando pasó a ser Papa me di cuenta de que la elección no le había cambiado, seguía siendo la misma persona: sencillo, con el corazón y la mente siempre centrados en la evangelización. Su pregunta es ¿cómo proponer el Evangelio en nuestro tiempo? No de un modo abstracto sino concreto. Con sus luces y sus sombras. Esto me llama mucho la atención. Uno podría pensar que cuando eres Papa cambias de actitud. Darme cuenta de esto ha sido, en cierto sentido, el primer cambio que su persona me ha causado.

¿En qué sentido?
Me ha recordado que el ministerio que nos es confiado no es una posición de honor y privilegio, sino que sigue siendo una llamada, una misión. Somos siervos y seguimos siendo siervos. Esto es algo que me provoca mucho. Luego he notado un segundo
cambio.



¿Cuál?
Francisco no enseña cosas nuevas, él dice que todo ya está escrito en el Evangelio: el amor de Jesús por los pobres, la llamada a la conversión y todo lo demás. Me ha dicho que admira mucho a Pablo VI, especialmente la Evangelii nuntiandi, que para mí es tal vez el documento más importante después del Concilio. Pero Francisco ha puesto el acento en la alegría, gaudium, porque hay una tendencia en el mundo contemporáneo, no solo en la Iglesia, a estar cansados y tristes. La vida familiar, el estudio, el trabajo se viven como un peso. Pero nosotros tenemos la razón auténtica para estar alegres: Jesús, muerto y resucitado, está vivo y es nuestra esperanza. Esto es lo que nos da fuerza y nos alegra. Pero se trata de una alegría que no olvida la realidad, con las sombras de la vida cotidiana. Estamos alegres porque el Señor es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, un Dios victorioso. Luego hay un último cambio que yo llamaría “conversión pastoral”.

¿Puede explicarlo?
La llamada como pastor no se limita a la proclamación del Evangelio sino que nos pide señalar a todos los signos de la presencia de Dios en la vida cotidiana. Esto es lo que hace respirar a la gente y lo que suscita la esperanza. Los periódicos y las televisiones dan espacio a lo que no funciona. La Iglesia debe buscar, en cambio, los signos de lo que Dios hace. Por ejemplo, yo les digo a los voluntarios de Cáritas Internacional que trabajan en los campos de refugiados que no vean solo la miseria y el sufrimiento sino también los gestos de amor, los testimonios de la fuerza del espíritu humano que resiste. Porque esos son los signos de la presencia de Dios.

¿Qué le ayuda a ir en dirección a esta conversión?
Lo primero es la oración que escucha a Dios. Eso es lo que me devuelve la alegría. A menudo siento que me ahogo por las dificultades y dilemas que tengo que afrontar como pastor de una diócesis tan grande. Me encuentro delante cosas que son más grandes que mi capacidad. Pero cuando me paro a rezar, a escuchar la palabra de Dios intentando sentir el impulso del Espíritu Santo, sorprendo una alegría que me devuelve el ánimo. El mundo busca la satisfacción, en las compras, en la posesión de las cosas, en la buena comida. Pero como persona y como pastor, sé que la alegría se halla en el encuentro personal con Jesús en la oración. Yo espero que llegue la noche para tener ese momento de silencio, para respirar delante del Santísimo y decirle: «Señor, aquí estoy». Le cuento las cosas que pesan en mi corazón y después, en el silencio, siento su presencia, que me indica la dirección y una perspectiva para mi vida y para mi tarea pastoral. Otra cosa que me ayuda es acercarme a los pobres, a las periferias existenciales de las que habla el Papa. Ir a las periferias para convertirlas en el centro. El peligro es seguir pensando que el centro somos nosotros. Es una forma oculta de orgullo.