Matteo Maria Zuppi, arzobispo de Bolonia

Zuppi: «Don Giussani hacía desear el cielo»

El arzobispo de Bolonia, monseñor Matteo Maria Zuppi, celebró el 19 de febrero la misa por el aniversario de la Fraternidad de CL y por la muerte del fundador del movimiento. «Vuestra "comunión" es un valioso legado que custodiar»
Matteo Maria Zuppi

Esta noche nos acordamos de don Luigi Giussani con ocasión del aniversario de su muerte, un paso doloroso que vivió hasta el final como mendigo de la vida, atestiguando, incluso en el recorrido agotador de la enfermedad, cómo su mirada estaba siempre en Jesús. Su Señor era Señor de la vida y siempre miraba la luz de la Resurrección, es «linfa que desde dentro –misteriosa pero ciertamente– reverdece nuestra aridez y vuelve posible lo imposible».

Muchos crecieron en su presencia. Otros quizás no lo conocieron en persona, no tienen un recuerdo de su tono de voz inconfundible, directo y afectivo, enamorado de Dios y por ello incisivo, sensible, firme y dúctil, atento al hombre, que hacía desear el cielo y provocaba las preguntas más verdaderas del corazón, de la persona.

Un hombre, como lo describió Ratzinger, lejos del «entusiasmo ligero y de cualquier romanticismo confuso», que vivió el encuentro con Cristo siguiendo a Cristo, porque no le interesaba custodiar o definir una ley vacía de significado, sino que estaba resuelto a vivir una experiencia concreta, atraído por el acontecimiento, penetrando en la historia donde se puede entender la presencia del Señor. En la Evangelii Gaudium papa Francisco hace suyas «las palabras de Benedicto XVI que nos guían al centro del Evangelio: "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”» (EG 8). Solo gracias a este encuentro –que se renueva a lo largo del tiempo– con el amor de Dios somos rescatados de nuestra conciencia aislada y autorreferencial. Decía Giussani: «No podemos concebir nuestra vida como la concebiríamos si no fuéramos una única cosa, una comunidad. Por eso, nuestro mayor delito, por el cual el mundo ha dejado de reconocernos y no nos reconoce, es que nuestro modo de vivir juntos es exactamente igual al de los paganos: individualista, egoísta, perezoso. No somos capaces de compartir nada, mientras que este es el único camino para limitar y convertir el individualismo y el egoísmo: vivir la comunidad cristiana».

La catedral de San Pedro en Bolonia

Para él el encuentro con el Evangelio supone una comunión concreta, abierta, no virtual, que hay que amar y defender por estar generada por Dios y ser capaz de generar un amor concreto. De hecho, del encuentro nace una compañía confiada que hace concreto, humano y posible el encuentro mismo. ¡No la debilitemos nunca! El término “comunión” está también en vuestro nombre, ¡justo porque tiene que formar parte de vuestra vida! La comunión constituye muchas presencias y habilidades, valorándolas justo porque van juntas. Es un legado valioso que hay que hacer crecer y defender. Juntos somos llamados a comunicar este encuentro, no como un deber, sino con la alegría de un corazón enamorado, hasta el punto de dar «el primer paso, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los que están lejos y llegar a los cruces de las carreteras para invitar a los marginados». Damos gracias por el don de la experiencia humana que vivió de forma tan apasionada y personal, por su servicio al evangelio, por su ser padre saliendo al encuentro de los demás de forma verdadera, como no puede de otro modo, porque solo de esta forma se educa en la vida y en la fe.

Defender el carisma significa vivirlo hasta el fondo, se comunica de forma viva, volviendo a encontrar el amor del principio. No se crea en un laboratorio, sino en la vida, tal como es, no como nos gustaría que fuera. La vida se afronta aceptando el carácter imprevisible del encuentro, del evento único e irrepetible que se te ofrece hoy a ti. Como en el evangelio que acabamos de escuchar. Hay un yo y un tú. ¿Acaso no es este el único modo de dar testimonio de Cristo de verdad?

Este año se celebra el 40 aniversario de la publicación de Educar es un riesgo. Giussani se planteaba el problema de la estrecha relación entre la fe y las cuestiones de la vida, decía que la educación era una verdadera introducción a la realidad y que solo podía acontecer con adultos capaces de proponer algo interesante a los chavales, respetando su libertad, comparando su propuesta con las preguntas más verdaderas del corazón. Por eso, el riesgo de educar implica una apertura a todas las dimensiones de lo humano, introducción a la realidad total, ayuda a desarrollar en la persona su capacidad de conocer. Decía Giussani que «la persona se redescubre a sí misma en un encuentro vivo», la misma experiencia que él vivió con los chavales del Berchet. De profesor se convirtió en educador, ofreciendo el método «para juzgar las cosas».

«La experiencia es un método fundamental mediante el cual la naturaleza favorece el desarrollo de la conciencia y el crecimiento de la persona», porque solo de esta forma se puede entender qué es la realidad, porque «la realidad se vuelve evidente [transparente] en la experiencia». Y deberíamos preguntarnos si de verdad es posible hacer escuela sin el “riesgo de educar”. En el hombre nada es automático y nos pide un diálogo verdadero, sin miedos ni obstáculos justamente porque está lleno de Jesús. De lo contrario no entenderíamos las muchas preguntas por el sentido que, aunque escondidas, se nos plantean y a las cuales acabaríamos sin dar respuesta, como los injustos del Evangelio, que no se dan cuenta, quizás por estar demasiado ocupados defendiendo sus razones. Si he encontrado a Cristo no tengo miedo a encontrar al hombre. Giussani vio cómo los chavales en realidad estaban hambrientos de palabras verdaderas, deseosos de agua para apagar la sed del corazón, que iban desnudos porque recibían muchas palabras vaciadas de un contenido verdadero, encerrados en los clichés. ¡Y estas intuiciones abren muchas perspectivas a aquellos a los que les importa la vida de las personas, sin aceptar que instruir pueda ser una coartada para no plantearse el problema de la educación!

Como hemos escuchado en el Evangelio, no basta con no hacer nada malo. El problema del juicio, de hecho, son las cosas que menos valoramos, que ni siquiera nos preocupan, las omisiones. Hace falta querer y querer a quien carece de algo. Es necesario el encuentro, la pasión, la inteligencia de la pasión para que el Señor se convierta en experiencia y en un hecho, no en una moral. En el evangelio está claro que lo que vale son los hechos, no la teoría, no la verdad abstracta. Sin un hecho como dar de comer a aquel hombre, en ese momento concreto, no empieza el paraíso. Y esto solo es posible cuando uno se compromete personalmente. Todos tenemos algo que dar. Jesús habla de repartir pan, agua, ropa, tiempo y afecto; visita, presencia, en resumidas cuentas, infinitos y posibles gestos de afecto. ¿Acaso no son los mismos de la caritativa? Querer es una bendición. Se participa de la alegría. Querer para que él nos pueda amar.

Quería concluir con una oración de don Giussani, confiándola a la intercesión de María en la que él tanto confiaba, hasta tal punto de que su tumba lleva escrito “Tú eres la seguridad de nuestra esperanza”. «Señor, reconozco que todo viene de ti, que todo es gracia, gratuitamente donado, misterioso, que no puedo descifrar, pero que acepto, según las circunstancias en las que se concreta todos los días, y te lo ofrezco, cien veces al día –si tienes la bondad de recordármelo– yo te lo ofrezco». Y lo hizo con toda su vida.