Monseñor Mario Delpini, arzobispo de Milán

Milán. Un sínodo para escuchar a una ciudad que cambia

En 30 años el número de extranjeros ha aumentado del 2 al 13%. Se han multiplicado las ocasiones de encuentro y de ecumenismo. El arzobispo Mario Delpini ha abierto una ronda de consultas para entender las nuevas exigencias de su diócesis
Giorgio Paolucci

Es inútil negarlo. Para mucha gente, y los católicos no son una excepción, el extranjero es el “otro” por antonomasia, supone una diferencia que genera miedo. Y si prevalece el miedo, no nos damos cuenta de que la diferencia puede convertirse en ocasión de encuentros que enriquecen la vida y que nos pueden llevar a descubrir recursos inesperados, hasta llegar a afirmar que el otro es un bien. Desde esta perspectiva, Mario Delpini, arzobispo de Milán, ha convocado un Sínodo menor evocando la imagen de la “Iglesia de la gente” que, como en Pentecostés, sea signo de una comunión nueva entre pueblos distintos, capaz de superar el malentendido de Babel, donde la diferencia de idiomas se tradujo en una incapacidad a la hora de colaborar en una construcción común.

Objetivo inmediato de la iniciativa es la nueva redacción del capítulo 14 del Sínodo diocesano 47° (“Pastoral de los Extranjeros”) después de una amplia consulta comenzada estos días y que involucrará a parroquias, asociaciones y movimientos, comunidades de emigrantes, mundo del trabajo, de la educación, de la salud, del deporte y del voluntariado. Delpini indica el camino de una Iglesia capaz de redescubrir su universalidad, auténticamente católica, valorar energías nuevas y ser protagonista en una sociedad cada vez más secularizada (a lo largo de 10 años, los bautismos han registrado un descenso de un tercio y las vocaciones religiosas se han desplomado). «Nuestra prioridad no es mejorar los servicios y las estructuras –se lee en el documento preparatorio del Sínodo (www.chiesadimilano.it)– sino una maduración de nuestra experiencia de fe y de Iglesia».

La presencia extranjera en la diocesis ambrosiana ha pasado de cien mil en 1988 a 754.000 hoy (sin tener en cuenta aquellos que, en este periodo, han adquirido la ciudadanía italiana). En porcentaje, se habla de un aumento del 2 al 13%. Los primeros son los egipcios, rumanos, filipinos, seguidos por chinos, peruanos, ecuatorianos, albaneses, marroquíes, esrilanqueses y ucranianos.



Los cristianos son mayoría (desmintiendo ciertos estereotipos que siguen afirmando una invasión islámica): 368.000, entre ellos 233.000 católicos, 115.000 ortodoxos y 34.000 de otras confesiones. Musulmanes, 269.000, de los que el 89% lleva más de 5 años en Italia, solo el 5% ha llegado en los últimos dos años; siete de cada 10 tienen hijos, la proporción entre hijos en Italia y el extranjero es de cuatro sobre uno, más de un cuarto vive en un piso de su propriedad. Indicadores de estabilización más que de emergencia, como indica la socióloga Laura Zanfrini en uno de los textos que acompañan el Instrumentum laboris, aunque eso no quiera decir que se haya superado la condición de desventaja y, a veces, de verdadera indigencia en la que viven algunos. En Milán, el 28% de los recién nacidos tiene nacionalidad extranjera, el 22% de los menores de 17 años; 160.000 estudiantes son extranjeros, 12.000 los que están inscritos en las universidades de Milán, están los que desembarcaron por motivos de estudio, pero también vanguardias de una segunda generación cada vez más amplia, que vive un dualismo entre las tradiciones de sus padres y la cultura del que ya se ha convertido en “su” país.

Tras los números existe la realidad de una Iglesia donde los emigrantes son cada vez más protagonistas, como atestigua el aumento de los sacerdotes y religiosos que proceden de otros países y la presencia de un número creciente de jóvenes extranjeros en las catequesis. El afecto con que los emigrantes viven la relación con sus comunidades, el deseo de que sus fiestas y devociones populares se mezclen con la cultura ambrosiana, son ocasión de "contaminación", para que la diversidad sea una riqueza. La única condición es que no se conviertan en guetos étnico-religiosos, donde la conservación de las tradiciones es sinónimo de aislamiento autorreferencial.



El fenómeno migratorio ha supuesto también el aumento de comunidades relacionadas con el mundo de la reforma protestante y con las iglesias ortodoxas (rumana, rusa, ucraniana, moldava, griega, búlgara, serbia) y copta. Se han multiplicado las ocasiones de encuentro y de cercanía, la oferta de espacios de oración, iniciativa de caritativas comunes, fomentando un ecumenismo popular. El sínodo pide también a estos hermanos de fe aportar propuestas y experiencias.

Cada vez más, no sin dificultades, se tiene la conciencia de que el mestizaje –expresión utilizada por el predecesor de Delpini, el cardenal Angelo Scola– es signo de los tiempos y puede ser un instrumento de inclusión y de generación de nuevas formas de fraternidad, como atestiguan numerosas experiencias de acogida, los cursos de italiano para extranjeros, los centros de ayuda al estudio, las fiestas étnicas.

El desafío que tenemos por delante es llegar a compaginar las respectivas peculiaridades con la pertenencia a un único cuerpo, viviendo la fe como una dimensión capaz de responder a las exigencias de una sociedad donde la multietnia es ya una dimensión del día día. En este sentido, este Sínodo menor de la Iglesia ambrosiana puede convertirse en una conjugación interesante de las palabras pronunciadas por el Papa Francisco durante su viaje a Milán del 25 de marzo de 2017: «¡Nos hace bien recordar que somos miembros del Pueblo de Dios! Milaneses, sí, ambrosianos, por supuesto, pero parte del gran Pueblo de Dios. Un pueblo formado por millares de rostros, historias y orígenes, un pueblo multicultural y multiétnico. Esta es una de nuestras riquezas. Es un pueblo llamado a acoger las diferencias, a integrarlas con respeto y creatividad, y a celebrar la novedad que procede de los demás; es un pueblo que no tiene miedo de abrazar los confines, las fronteras; es un pueblo que no tiene miedo de acoger a aquellos que lo necesitan, porque sabe que allí está presente su Señor».