El nuevo arzobispo de Milán, monseñor Mario Delpini, a su entrada en la diócesis

La entrada de Mons. Delpini en Milán

La celebración en el Duomo con el nuevo arzobispo de la diócesis ambrosiana. Más de seis mil personas recibieron a “don Mario”.
Pino Nardi

«No desesperéis de la humanidad, de los jóvenes de hoy, de la sociedad tal como es ahora ni de su futuro. Dios sigue atrayendo con su amor y sembrando en todo hombre y mujer la vocación de amar y participar de la gloria de Dios. Este es mi mensaje, mi invitación, mi propuesta, el anuncio que no puedo callar se resume en pocas palabras: la gloria del Señor llena la tierra, Dios ama a cada uno y hace a cada uno capaz de amar como Jesús. Os lo pido: dejaos envolver por la gloria de Dios, dejaos amar, dejaos transfigurar por la gloria de Dios para llegar a ser capaces de amar». Así terminó su homilía en la celebración de su entrada en la diócesis monseñor Mario Delpini, nuevo arzobispo de Milán el domingo 24 de septiembre, en un Duomo abarrotado, en presencia de autoridades civiles y militares, ante seis mil fieles, entre ellos mil sacerdotes, los cardenales Angelo Scola, Francesco Coccopalmerio, Gianfranco Ravasi, Renato Corti y 34 obispos de las diócesis lombardas e italianas.

Fue una homilía cargada de esperanza, apuntando a lo esencial de la fe, donde la palabra “amor” constituía el hilo rojo de unión. Pero sin ignorar que se enfrente a una realidad difícil. «Quiero confirmar la asombrosa profecía de Isaías. Toda la tierra está llena de su gloria. Esta proclamación puede sonar como una expresión de euforia que desentona con nuestro contexto actual, más inclinado al lamento que a la exultación, que considera el malhumor y el pesimismo más realistas que el entusiasmo, que escucha y difunde con más interés las malas noticias y que condena como aburrida retórica el relato de las obras de Dios y del bien que se cumple cada día sobre la faz de la tierra».

El saludo a los fieles en la plaza del Duomo

«Pero el pensamiento escéptico y una especie de malestar ante la revelación pueden nacer de un malentendido. La gloria de Dios no es una suerte de irrupción triunfalista sino una manifestación del amor, la tenacidad del amor, la obstinación del amor de Dios que en su Hijo Jesús revela hasta dónde llega su intención de hacer a todo hombre y mujer partícipes de su vida y de su alegría. La gloria de Dios es esto: el amor que se manifiesta. Por eso vengo a anunciar que la tierra está llena de la gloria de Dios».

El comienzo de su homilía desde el púlpito alto, por primera vez como arzobispo, apuntó a la importancia de ser «hermanos y hermanas» (citando los versos de Giuseppe Ungaretti), «no por una pretendida familiaridad sino sobre todo por una intención de relación cotidiana, de disponibilidad ordinaria, de premurosa y discreta trepidación por el destino de todos». Un ser «hermanos y hermanas» que no solo se circunscribe a la comunidad ambrosiana sino entendida de manera amplia, incluyendo a todos.

«Quiero expresar mi propósito de practicar un estilo de fraternidad que, antes que la diferencia de roles, considera la condición común de ser hijos del único Padre. Deseo que establezca entre nosotros un pacto, compartiendo la intención de estar disponibles a la acogida benévola, a la ayuda solícita, a la comprensión, al perdón, a la corrección fraterna, a la confrontación sincera, a la colaboración generosa, a la corresponsabilidad con amplitud de miras».

Dirigiéndose a los fieles de otras confesiones cristianas, mons. Delpini destacó que «nos une la fe en Cristo, nos unen siglos de historia compartida, nos une la palabra sufrida y profética: buscar lo que une más que lo que separa». A los «hijos de Israel» se dirigió «con humildad y respeto», recordando que «hemos compartido demasiado poco vuestro sufrimiento a lo largo de los siglos, tenemos demasiadas cosas en común para cerrarnos a un sueño de paz compartido».

«Veo entre nosotros hombres y mujeres que rezan a Dios según la fe islámica y otras tradiciones religiosas que viven aquí, entre nosotros, que trabajan y esperan el bien, para sí mismos y sus familias –añadió mons. Delpini–. A ellos me dirijo también con una palabra que es invitación, promesa y esperanza de caminos compartidos y bendecidos por una presencia amiga de Dios que hace más firmes nuestros propósitos de bien. También a ellos les saludo llamándoles hermanos y hermanas».

Un diálogo que no se limita a los que creen sino que quiere abrir puertas y construir puentes de encuentro también con los no creyentes, «hombres y mujeres que ignoran o excluyen a Dios del horizonte de su pensamiento». El arzobispo alumbró la posibilidad de «encontrarse juntos en obras de bien para construir una ciudad donde la convivencia sea serena, el futuro deseable y donde el pensamiento no sea perezoso ni temeroso».

Un «hermanos y hermanas» destinado también a quienes detentan responsabilidades institucionales. «Me apremia declarar una alianza, un sentirnos unidos en el deseo de servir a nuestra gente y estar atentos sobre todo a aquellos que, por enfermedad, ancianidad, condiciones económicas, nacionalidad, errores cometidos, viven más atribulados entre nosotros». El arzobispo confirmó el papel de la Iglesia ambrosiana también en este ámbito, recordando que «nuestros ámbitos son distintos, nuestras competencias diversas, nuestros puntos de vista no pueden ser idénticos. Pero el espíritu de servicio, compartir la pasión cívica, el orgullo de la tradición solidaria, creativa, laboriosa, milanesa y lombarda, son un vínculo».

¿Y cuál será la línea pastoral que imprimirá el nuevo arzobispo a la Iglesia ambrosiana? «No tengo más programa pastoral –dijo Delpini– que continuar el surco que con tanta inteligencia y esfuerzo han trazado los que me han precedido en este servicio, con la única intención de ser fiel al mandato del Señor, en comunión afectuosa, valiente, grata, con el Santo Padre Francisco que me ha llamado a esta tarea y que inspira mi ministerio. No tengo otro deseo que el de continuar el camino emprendido por los que me han precedido, podemos hacer memoria especialmente de la responsabilidad misionera que ha caracterizado el magisterio de los obispos de las últimas décadas, coincidiendo con los sesenta años de la Misión de Milán establecida por Giovanni Battista Montini en 1957».

Durante la celebración, al entregarle el pastoral de san Carlos, el arzobispo emérito, cardenal Angelo Scola, dijo recordando las palabras del cardenal Martini al cardenal Tettamanzi: «No te diré, como nuestros predecesores, que este pastoral te pesará, porque tu larga experiencia te permite saberlo ya. En cambio, quiero formular un deseo para ti, en unión con todos los obispos de las iglesias de Lombardía de las que eres Metropolita. Con la ayuda de Jesús, de María, de los santos, de los fieles y de todos los hombres de buena voluntad, que el camino que hoy emprendes esté lleno de frutos. Hoy es un inicio, y todo inicio es un nacimiento, como escribe eficazmente Péguy».
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