Unidos por la tradición y el martirio

Paolo Pezzi

El encuentro en La Habana el pasado mes de febrero y la Declaración común que el Papa Francisco y el Patriarca de Moscú y Todas las Rusias Kiril firmaron en aquella ocasión constituyen un acontecimiento, un abrazo que ya ha cambiado la historia. El cambio siempre es presente y solo puede ser obra de Jesucristo, muerto y resucitado, y presente aquí y ahora, que cambia al hombre concreto y toda la historia, transfigurándola. De hecho, dicha declaración empieza poniendo de manifiesto esta conciencia llena de asombro: «Por voluntad de Dios Padre del que procede todo bien, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, y con la ayuda del Espíritu Santo Consolador, nosotros, Papa Francisco y Kiril, Patriarca de Moscú y de Todas las Rusias, nos hemos encontrado hoy en La Habana». Este estupor habla ya de un cambio en acto, de un abrazo que ya ha cambiado la historia.

«Para ser yo mismo, necesito de ti. Si no nos miramos unos a otros a los ojos, no somos verdaderamente humanos» (Bartolomé). Parafraseando de modo un tanto provocador el lema del Meeting de este año, podemos decir que tú, ortodoxo, eres un bien para mí, católico; y tú, católico, eres un bien para mí, ortodoxo, hasta el punto de que sin ti no puedo ser yo mismo hasta el fondo. Pero esto no es solo una declaración de intenciones. Al encontrarse, mirándose a los ojos, hablando de corazón a corazón, Papa y Patriarca han descubierto, para sí mismos y para las iglesias que guían, que son un bien el uno para el otro.

En este sentido, me atrevo a decir que aquel encuentro era necesario, o al menos útil ante todo para las propias personas del Patriarca y del Papa, para que descubrieran la contribución para la vida de sus personas y de sus iglesias que puede ofrecer el otro como testigo de Cristo. El encuentro de Cuba fue el encuentro de dos testigos del cristianismo, de Cristo, que a partir de la pertenencia a Él han formulado un juicio sobre el presente, sobre las circunstancias que vivimos actualmente.

En este sentido, que el encuentro haya tenido lugar durante el año jubilar de la misericordia habla de una historia y una gracia. La historia es la de la Tradición común que permite reconocerse hermanos en Cristo presente aquí y ahora, dentro de la gran historia humana. Esto permite un camino que lleva, si Dios quiere, a la comunión plena, y este es el motivo de gracia misericordiosa: la unidad en camino es ya una gracia, no es que tengamos que esperar la plena comunión para vivir, para testimoniar, para sufrir por la fe. Francisco y Kiril conocían y conocen muy bien las barreras teológicas, pastorales e históricas que se interponen entre sus iglesias. Sin embargo, han demostrado que el encuentro es posible, y el único camino deseable, aunque por ahora podamos recorrerlo juntos pero aún no en plena comunión.

Debo decir, por mi parte, que la “conversión” primera e inmediata que el encuentro de La Habana suscitó en mí es precisamente esta mirada nueva cada vez que me he encontrado luego con un ortodoxo: la pregunta que surgía en mí, llena de estupor, no era “¿qué nos aportará este nuevo encuentro?” sino “¿qué positividad, qué novedad sorprendes en este hermano tuyo?”.

El encuentro es siempre fuente de esperanza, porque de cada encuentro nos acerca más, nos permite conocernos mejor, me permito una comparación: cuando uno ama más, dan ganas de compartir cada vez más la propia vida con el otro, de lo contrario no sería un encuentro en el sentido más verdadero y profundo del término. El encuentro sienta las bases de los pilares de los puentes que estamos llamados a construir entre nuestras comunidades. Esta es para mí una de las prioridades actualmente para la comunidad católica en Rusia: crear puentes. Crear ocasiones de encuentro y de testimonio común. El encuentro no acrecienta la división sino que ayuda a colmar la distancia.

En Cuba hemos asistido a un abrazo fraterno. Nos guste o no, aquello era un abrazo entre dos hermanos. «Con alegría nos hemos encontrado como hermanos en la fe cristiana» (Declaración). ¿Cuál es entonces la fuente de esta hermandad, en qué consiste históricamente? La Tradición espiritual común del primer milenio del cristianismo, cuyos testigos de excepción son la Santísima Madre de Dios, la Virgen María, y los Santos que veneramos. Entre ellos hay innumerables mártires que han testimoniado su fidelidad a Cristo y se han convertido en semilla de cristianos. Es la Tradición compartida y el martirio, es decir, el testimonio. La Tradición como hipótesis positiva para el encuentro, que podrá así renovarla, permaneciendo fieles en todo a ella, convirtiéndola en un juicio positivo de esperanza para el hombre de hoy.

Recientemente visité Damasco. No solo me llamó la atención ver ciertos lugares de esta Tradición, sino poder compartirlos con los cristianos del lugar. Fue muy impresionante ir juntos a los lugares donde, según la tradición, Pablo se encontró con Jesús resucitado, donde recibió el bautismo, donde empezó su primer testimonio del Evangelio, cumplimiento de la antigua tradición, donde comenzó a sentir en su propia piel el precio del martirio por aquel testimonio de Cristo. Pablo vivió la laceración de su propia carne causada por las divisiones del cuerpo de Cristo en la historia, pero nunca dejó de mirar como hermanos a aquellos que tenían el mismo bautismo, la misma fe en Jesucristo.

Entonces, ¿cómo acontece el mostrarse, el incrementarse de esta hermandad, cuyo signo es la misericordia, rostro del Padre, reflejo del Hijo y obra del Espíritu? A través de gestos concretos de testimonio. Por eso, “testimonio” es la tercera gran palabra del encuentro de Cuba y de la Declaración después de “encuentro” y “descubrirse hermanos”, al menos en mi opinión. Cuando pienso en el testimonio, me vienen a la mente sobre todo gestos sencillos de caridad, que muchas veces pasan desapercibidos, pero que rigen el destino del mundo, sostienen la esperanza de los hombres.

Los testigos hacen lo que hacen solo por pura gratuidad, sin esperar recompensa, porque su mirada intercepta la presencia de Cristo en la realidad, y mirándole a Él se vuelven capaces de gratuidad, y de ver lo que otros no ven. Aunque sea invisible a los ojos de muchos, lo reconocen los que tienen ojos para ver, es decir, el testimonio lo reconocen aquellos que tienen necesidad de salvación. Además, el testimonio cristiano acontece siempre dentro de circunstancias concretas, pero dilatándose a todo el mundo.

«La civilización humana ha entrado en un periodo de cambio de época. Nuestra conciencia cristiana y nuestra responsabilidad pastoral no nos autorizan a permanecer inertes ante los desafíos» (Declaración). Por tanto, este “ardiente testimonio” nos pide ir hasta la raíz. Siempre es un anuncio, el anuncio en acto del Evangelio. «Ortodoxos y católicos no solo están unidos por la Tradición común de la Iglesia del primer milenio, sino también por la misión de predicar el Evangelio de Cristo en el mundo de hoy. Ortodoxos y católicos tienen que aprender a dar un testimonio concorde a la verdad en ámbitos donde esto es posible y necesario» (Declaración). No es solo el pasado lo que nos une sino también el futuro. El futuro es la misión, el anuncio de Cristo presente aquí y ahora, que salva lo humano, lo hacer verdadero, lo exalta. Ser testigos significa trabajar, rezar, sufrir por la unidad. «De nuestra capacidad para dar juntos testimonio del Espíritu de la verdad en estos tiempos difíciles depende en gran parte el futuro de la humanidad» (Declaración), creando «oasis de amor desinteresado en un mundo donde demasiado a menudo solo parecen contar el poder y el dinero» (Benedicto XVI).