El Concilio se cierra y abre nuevos tiempos

La nuova Europa
Marta Dell'Asta

Los dos mensajes conclusivos del Concilio panortodoxo incluyen un firme reclamo al cambio: apertura al mundo, responsabilidad, diálogo con todos, renuncia a los particularismos. Nacido bajo pésimos augurios, ha sido una sorpresa para todos El domingo 26 de junio se clausuró el discutido y fatigoso Concilio panortodoxo. A pesar de todas las polémicas que lo han acompañado, el Concilio se ha celebrado y ha entrado igualmente en la historia de la Iglesia, donde seguirá su curso porque, como ha señalado el padre John Chryssavgis, portavoz del patriarca de Constantinopla, en su video-mensaje final, un Concilio solo se realiza verdaderamente con su recepción por parte del pueblo de Dios. «Hace una semana, en la fiesta de Pentecostés, todos los primados celebraron juntos y a la mañana siguiente inauguraron la sesión. Ambas ocasiones han sido formales y solemnes, era un trabajo preparado durante siglos, pero el lunes por la tarde algo extraordinario sucedió; en el lenguaje espiritual se llamaría milagro, u obra del Espíritu Santo. El hecho es que los padres conciliares empezaron a hablar, y a hablar un nuevo idioma, el del intercambio abierto, el de una comunicación leal, un diálogo respetuoso y humilde. Todo ello era nuevo, realmente nuevo, no sucedía desde hacía siglos. Pero lo que parecía tan extraordinario era en efecto absolutamente normal. Y sucedió porque los obispos estaban convocados a un Concilio que buscaba la unidad, y respondieron con caridad y generosidad. Ahora nos toca a nosotros, todos estamos llamados a la unidad. ¿Responderemos también nosotros con caridad y generosidad?».

Los trabajos concluyeron con la publicación, por sorpresa, de dos documentos: un "Mensaje del Concilio a los fieles ortodoxos y a todos los hombres de buena voluntad", bastante breve, que resume en 12 puntos las posiciones generales fruto de la discusión conciliar; y una Encíclica, más larga y densa en su contenido teológico, expuesto en 20 puntos, dirigida específicamente a la comunión ortodoxo, donde se confirman las mismas posiciones, pero con algunos matices añadidos. Sabemos que ambos documentos han sido redactados por distintos grupos de obispos. Tal vez, aunque solo es una hipótesis que algunos han avanzado, el Mensaje, más dinámico y dirigido al mundo en general, venga de obispos más liberales (concretamente de Anastasio, primado de Albania, pastor de fuerza extraordinaria); mientras que la Encíclica expresaría los sentimientos de los tradicionalistas. En todo caso, los dos van firmados por todos los participantes y no hay entre ellos contradicción alguna.

Siguiendo la estructura del Mensaje, se puede captar inmediatamente que el objetivo principal del Concilio era despertar la unidad inter-ortodoxa, intentar hacer experiencia real de la sobornost' (sinodalidad), vivida como método. El resultado sorprendente, como decía el padre Chryssavgis, es que «los obispos han empezado a hablar un lenguaje nuevo».

En el Mensaje se puede leer:
«Alabemos y glorifiquemos al Dios "de misericordia y de toda consolación" que nos ha hecho dignos de reunirnos en la semana de Pentecostés (18-26 junio 2016) en la isla de Creta. (...) Demos gracias al Dios trinitario porque nos ha concedido con benevolencia concluir en unidad de espíritu los trabajos del santo y gran Concilio ortodoxo, convocado por el patriarca ecuménico Bartolomé de acuerdo con los primados de las Iglesias locales ortodoxas autocéfalas. (...) 1. La principal prioridad del santo y gran Concilio era proclamar la unidad de la Iglesia ortodoxa. Fundada sobre la divina Eucaristía y la sucesión apostólica de los obispos, la unidad existente necesita reforzarse y llevar a nuevos frutos. La Iglesia una, santa, católica (sobornaja) y apostólica representa una comunión divino-humana, anticipo y experiencia de las realidades últimas en la santa Eucaristía. Como un Pentecostés ininterrumpido, ella es una voz profética que no se puede acallar, presencia y testimonio del Reino del Dios amor.
Fiel a la unánime tradición apostólica y a la experiencia sacramental, la Iglesia ortodoxa es auténtica continuación de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, como la profesamos en la Señal de fe y como se confirma en el magisterio de los Padres. Nuestra Iglesia vive el misterio de la Economía divina mediante la vida sacramental, centrada en la Eucaristía.
La Iglesia ortodoxa expresa su unidad y sinodalidad (sobornost') en el Concilio. La sinodalidad determina la organización, el proceso de decisión y la elección del camino. Las Iglesias locales ortodoxas no constituyen una federación de iglesias sino una sola Iglesia santa, católica y apostólica. Cada Iglesia local donde se celebra la Eucaristía constituye la presencia y manifestación en ese lugar de la única Iglesia, santa, católica y apostólica. En la diáspora ortodoxa presente en varios países del mundo, se ha decidido proseguir el trabajo de las asambleas episcopales hasta que sea posible utilizar la escrupulosidad canónica. Dichas asambleas están formadas por obispos canónicos, nombrados por las respectivas Iglesias autocéfalas de las que dependen. La coordinación entre las asambleas episcopales garantiza el respeto al principio ortodoxo de la sinodalidad.
Durante sus trabajos, el Concilio ha subrayado la importancia de las synaxis de los primados, ya constituidas. Y ha formulado la propuesta de hacer del santo y gran Concilio una institución a convocar regularmente cada siete o diez años».

Esta insistencia en la sinodalidad como método real de gobierno de la Iglesia y en el Concilio como punto autorizado para todos es una clara toma de posición contra la auto-referencialidad que invade muchas Iglesias locales.

Otro punto sensible es el de la misión, siendo la cuestión del diálogo y la libertad de conciencia negada en línea de principio por los ortodoxos fundamentalistas. El Mensaje subraya la necesidad, además de la misión ad gentes, de re-evangelizar a los propios fieles; y la Encíclica añade un subrayado (punto 6) sobre el hecho de que la misión debe desarrollarse sin agresividad, dejando libertad, con amor y respeto hacia la originalidad cultural de cada persona y pueblo.

Sigue diciendo el Mensaje:
«2. Participando en la Divina Liturgia y rezando por el mundo entero, nosotros debemos proseguir con la liturgia después de la Divina Liturgia y llevar el testimonio de la fe a los que están cerca y a los que están lejos, según el claro precepto del Señor antes de la ascensión: "Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra" (Hch, 1,8). La re-evangelización del pueblo de Dios en las sociedades secularizadas actuales y la evangelización de los que aún no conocen a Cristo son un deber perenne de la Iglesia.
3. Para responder al deber de testimoniar la verdad y la fe apostólica, nuestra Iglesia atribuye un gran valor al diálogo, sobre todo con los cristianos no ortodoxos [esto responde a los fundamentalistas que consideran inaceptable cualquier contacto con los protestantes o católicos - ndr]. De este modo, los demás cristianos conocerán mejor la auténtica tradición ortodoxa, el valor del magisterio patrístico, la experiencia litúrgica y la fe de los ortodoxos. Los diálogos que la Iglesia ortodoxa lleva a cabo no prevén nunca compromisos en materia de fe».

El documento final aborda después la secularización, el matrimonio, la abstinencia, la relación con la ciencia, la ecología, el respeto a la diversidad, la política, la juventud, en todo ello abriendo nuevas perspectivas. Pero un punto esencial que se refiere a la razón de ser propia del Concilio y sus expectativas futuras es el fundamentalismo, tratado de manera un tanto diferente en ambos documentos: más atento al islam el Mensaje, más dirigida al fundamentalismo interno, cristiano, la Encíclica.

Dice el Mensaje:
«4. La explosión del fundamentalismo que se observa en varias religiones manifiesta una religiosidad enferma. Un diálogo interreligioso lúcido contribuye sensiblemente a acrecentar la confianza mutua, la paz y la reconciliación. El bálsamo de la experiencia religiosa debe ser utilizado para curar las heridas, no para reavivar el fuego de los conflictos militares. La Iglesia ortodoxa condena sin condiciones la expansión de la violencia militar, las persecuciones, el exilio y la matanza de las minorías religiosas, la obligación a cambiar de fe, el comercio con refugiados, los secuestros, las torturas y las terribles ejecuciones. Condena la destrucción de iglesias, símbolos religiosos y monumentos históricos. La Iglesia está especialmente preocupada por la situación de los cristianos y de otras minorías étnicas y religiosas perseguidas en Oriente Medio y en otras regiones».

En la Encíclica, puede leerse en el punto 17:
«Hoy vemos recrudecerse el morboso fenómeno de la violencia en nombre de Dios. Las explosiones de fundamentalismo en el seno de las religiones corren el riesgo de hacer triunfar la idea de que el fundamentalismo constituya el corazón del fenómeno religioso. La verdad, sin embargo, es que el fundamentalismo como "celo de Dios, aunque no según un conocimiento adecuado" (Rom 10,2) es fruto de una religiosidad enferma. El cristiano auténtico, siguiendo el ejemplo del Señor crucificado, no pretende sacrificios sino que se sacrifica a sí mismo, y por esta razón es el juez más severo del fundamentalismo religioso de cualquier religión».

Por último, la conclusión del Mensaje reitera la feliz constatación firmada por todos los participantes:
«12. El santo y gran Concilio ha abierto nuevos horizontes del mundo contemporáneo, diverso y multiforme. Ha subrayado nuestra responsabilidad en el espacio y en el tiempo, en la perspectiva de la eternidad».