«El carisma auténtico es un don esencial»

Radio Vaticana
Isabella Piro

La co-esencialidad es el principio que une los dones jerárquicos y los dones carismáticos. Los primeros son aquellos conferidos por el sacramento de la ordenación (episcopal, sacerdotal, diaconal), mientras que los segundos son libremente distribuidos por el Espíritu Santo. Así lo afirma la carta “Iuvenescit Ecclesia” (IE), subrayando que «la Iglesia rejuvenece por el poder del Evangelio», renovada, edificada y guiada por el Espíritu «con diversos dones jerárquicos y carismáticos».

Conexión armónica y complementaria, con obediencia a los Pastores
En particular, la IE se centra en cuestiones teológicas, y no pastorales o prácticas, que se derivan de la relación entre la institución eclesial y los nuevos movimientos y grupos, insistiendo en la relación armónica y en la complementariedad de los dos sujetos, siempre en el ámbito de una «participación fecunda y ordenada» de los carismas en la comunión de la Iglesia, que no les autorice a «substraerse de la obediencia a la jerarquía eclesial», ni les otorgue el «derecho a un ministerio autónomo». «Dones de importancia irrenunciable para la vida y para la misión de la Iglesia», los carismas auténticos deben, por lo tanto, estar encaminados a «la apertura misionera, a la obediencia necesaria a los pastores y a la inmanencia eclesial».

No contraponer Iglesia institucional e Iglesia de la caridad
Por tanto, su «oposición o yuxtaposición» con los dones jerárquicos sería un error. De hecho, no hay que oponer una Iglesia «de la institución» a una Iglesia «de la caridad», porque en la Iglesia «también las instituciones esenciales son carismáticas», y «los carismas deben institucionalizarse para tener coherencia y continuidad». De tal modo que ambas dimensiones «concurren juntas para hacer presente el misterio y la obra salvífica de Cristo en el mundo».

Dimensión carismática y madurez eclesial
Las nuevas realidades, por lo tanto, deben alcanzar la «madurez eclesial» que comporta su plena valoración e inserción en la vida de la Iglesia, siempre en comunión con los pastores y atentas a sus indicaciones. La existencia de nuevas realidades, de hecho –subraya la Carta– colma el corazón de la Iglesia de «alegría y gratitud», pero las llama también a «relacionarse positivamente con todos los demás dones presentes en la vida eclesial», para «promoverlos con generosidad y acompañarlos con paterna vigilancia» por parte de los Pastores para «que todo contribuya al bien de la Iglesia y su misión evangelizadora». «La dimensión carismática –dice el documento– nunca puede faltar en la vida y misión de la Iglesia».

Los criterios para discernir los carismas auténticos
¿Cómo reconocer un auténtico don carismático? La Carta de la Congregación llama al discernimiento, una tarea que es «propia de la autoridad eclesiástica», de acuerdo con criterios específicos: ser instrumentos de santidad en la Iglesia; compromiso con la difusión misionera del Evangelio; confesión plena de la fe católica; testimonio de una comunión activa con toda la Iglesia, acogiendo con leal disponibilidad sus enseñanzas doctrinales y pastorales; respeto y reconocimiento de los otros componentes carismáticos en la Iglesia; aceptación humilde de los momentos de prueba en el discernimiento; presencia de frutos espirituales como la caridad, la alegría, la paz, la humanidad; mirar a la dimensión social de la evangelización, conscientes de que «la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad es una necesidad en una auténtica realidad eclesial».

El reconocimiento jurídico según el Derecho Canónico
Además, la IE indica dos criterios fundamentales a tener en cuenta para el reconocimiento jurídico de las nuevas realidades eclesiales, según las formas establecidas por el Código de Derecho Canónico. El primero es el «respeto por las características carismáticas de cada uno de los grupos eclesiales», evitando «forzamientos jurídicos» que «mortifiquen la novedad». El segundo criterio se refiere al «respeto del régimen eclesial fundamental», favoreciendo «la promoción activa de los dones carismáticos en la vida de la Iglesia», pero evitando que se conciban como una realidad paralela, sin una referencia ordenada a los dones jerárquicos.

La relación entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares es imprescindible
El documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe evidencia cómo la relación entre dones jerárquicos y carismáticos debe tener en cuenta la «relación esencial y constitutiva entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares». Esto significa que, efectivamente, los carismas se dan a toda la Iglesia, pero que su dinámica «solo puede realizarse en el servicio a una diócesis concreta». No solo eso; también representan «una auténtica oportunidad» para vivir y desarrollar la propia vocación cristiana, ya sea el matrimonio, el celibato sacerdotal o el ministerio ordenado. La vida consagrada también «se sitúa en la dimensión carismática de la Iglesia», porque su espiritualidad puede convertirse en «un recurso importante», tanto para los fieles laicos como para el presbiterio, ayudando a ambos a vivir una vocación específica.

Mirar el modelo de María
Por último, la IE nos invita a mirar a María, «Madre de la Iglesia», modelo de «plena docilidad a la acción del Espíritu Santo» y de «límpida humildad»: por su intercesión, se espera que «los carismas distribuidos abundantemente por el Espíritu Santo entre los fieles sean mansamente acogidos por ellos y den frutos para la vida y misión de la Iglesia y para el bien del mundo».