Foto de grupo de la delegación.

Ecumenismo en camino

Servicio de Información Religiosa
M. Chiara Biagioni

Un viaje por las tierras devastadas por la guerra en el Líbano y Siria, para conocer la situación de los refugiados sirios en los campos, para escuchar las historias de hombres, mujeres y muchísimos niños que han tenido que dejarlo todo. Para comprender las razones de lo que está pasando y para apoyar a los que han decidido quedarse. A principios del mes de abril, una delegación de la Iglesia ortodoxa rusa y de la Iglesia católica, compuesta por el arzobispo de Moscú Paolo Pezzi, el sacerdote Stefan Igumnov del Patriarcado de Moscú, y representantes de la Fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada, partieron hacia Beirut y Damasco.

La iniciativa contaba con la bendición del papa Francisco y el patriarca Kiril. «Les informamos antes de hacer este viaje -explica monseñor Pezzi-, que en cierto modo es una consecuencia práctica de su encuentro en Cuba, donde uno de los temas más importantes de los que hablaron no solo fue la persecución de los cristianos en Oriente Medio sino también la posibilidad de ofrecerles una solidaridad y apoyar su deseo de permanecer en esas tierras».

En el Líbano, la delegación visitó los campos provisionales en la ciudad de Zahle, en la frontera con Siria, donde han encontrado refugio casi 250.000 refugiados sirios. «Allí la vida no es nada fácil -continúa Pezzi-, las condiciones son muy precarias, aunque la Iglesia está haciendo grandes cosas. Nos ha impresionado sobre todo la presencia de los niños. Hay muchísimos. En estas circunstancias, se puede entender por qué el Evangelio dice que a los niños pertenece el reino de los cielos. Estos pequeños han vivido las situaciones más dramáticas. Han visto cosas horribles que desgraciadamente les han hecho a sus padres o hermanos. Sin embargo, ellos no pierden la esperanza, en sus rostros no se ha apagado la sonrisa».

También visitaron uno de los comedores organizados por los servicios sociales de las iglesias donde se reparte comida diariamente a los refugiados y a los más pobres. Allí se encontraron con varias familias cristianas procedentes de la ciudad de Homs, en Alepo. «Lo que más me ha asombrado en ellos es su alegría -afirma el arzobispo de Moscú-, una ausencia de odio y rencor, y un profundo deseo de poder volver a sus casas, que sin duda tendrán que reconstruir. En Alepo y Homs se ha destruido prácticamente el 70-90% de la ciudad».

A lo largo del viaje, la delegación identificó tres perspectivas de trabajo. La primera es «hacer un censo de la situación real de las comunidades cristianas» para que pueda quedar grabado en la memoria de las generaciones futuras el relato de lo que está pasando realmente. Se trata, según el obispo, de recoger «las motivaciones que han llevado a los cristianos a quedarse; historias de una caridad y solidaridad a disposición de todos, relatos de cómo se está viviendo la fe, a veces llegando incluso al martirio; testimonios de cómo es posible vivir sin tener nada».

Después habría que «monitorizar los lugares de culto» para determinar cuántas iglesias había en las ciudades, cuáles han sido destruidas, cuáles dañadas, cuáles son las que requieren una intervención primaria y cuáles tendrían que ser reconstruidas totalmente. Un trabajo que tendría que contar con la solidaridad de los cristianos en Rusia y de toda la comunidad internacional para que no se pierda «el testimonio cristiano en lugares santos donde la tradición cristiana ha estado presente desde sus inicios».

La tercera hipótesis de trabajo -que tendrá que concretarse en plazos relativamente cortos- es la de crear una red de solidaridad entre familias cristianas de Rusia y de Siria. Este viaje de la Iglesia rusa católica y ortodoxa es el signo de que algo se está moviendo en el diálogo entre ambas. «Se está desarrollando -observa monseñor Pezzi- un ecumenismo de la caridad, un ecumenismo de la escucha de unos a otros, un ecumenismo en camino que no se preocupa por definir las cosas sino por verificarlas en acto».