El Papa en el congreso internacional ''Cor Unum''.

¿Por qué la caridad es un bien?

Unos días antes de la masacre en Yemen, papa Francisco habló en el Consejo internacional de "Cor Unum", en el décimo aniversario de la "Deus caritas est". Entre los participantes, los cardenales Tagle y Müller, el filósofo Hadjadj, el rabí Rosen...
Luca Pezzi

En 2005 el Papa Benedicto XVI publicó su primera carta encíclica, la Deus caritas est, que estos días ha sido protagonista de un congreso internacional titulado "Love Never Fails", organizado en Roma por el Pontificio Consejo "Cor Unum", para retomar un contenido «brillante -en palabras del Papa Francisco-, un texto que mantiene toda su actualidad en el momento presente».

Anselm, Marguerite, Judit y Reginette decidieron no abandonar la "Casa de la caridad" de Aden, en Yemen, a pesar de las amenazas y ataques que habían recibido. Las cuatro hermanas de la caridad de la Madre Teresa «decidieron quedarse -ha explicado en Asia News monseñor Paul Hinder, vicario apostólico de Arabia Meridional- pasase lo que pasase». El 4 de marzo murieron en un atentado terrorista mientras dedicaban su vida a cuidar ancianos y personas con discapacidad.

Pasado el escándalo ante el enésimo acto de violencia –«diabólica», dijo el Papa Francisco– hay que preguntarse por qué ser buenos con el otro, si de pronto puede convertirse en enemigo. La caridad, ¿es realmente un bien?

Hace unos años alcanzó cierto éxito el libro de Dambisa Moyo, Dead Aid, una invitación al continente africano a liberarse de las ayudas de Occidente que le constriñen a una eterna adolescencia. Si hay algo de verdad en esa afirmación, habrá que preguntarse qué es la caridad y si tiene algo que no la haga nociva.

Hubo muchos invitados internacionales en el congreso: el rabino David Rosen, del American Jewish Committee; Fabrice Hadjadj, del Insitut Philantropos, el cardenal Gerhard Ludwig Muller, de Doctrina de la Fe; el cardenal Luis Antonio Tagle, de Cáritas Internacional. El testimonio de Roy Moussalli, director ejecutivo de la Syrian Society for Social Development, una ONG que apoya a más de 200.000 personas en Siria, fue de gran utilidad para dar luz a nuestras preguntas y puso sobre la mesa un nuevo concepto de caridad: no un conjunto de iniciativas para resolver problemas, no una asistencia, no una limosna, sino un encuentro humano. Según Moussalli, «san Pablo no estaba muy lejos de los terroristas de nuestros días», y sin embargo Dios no le despreció y por medio de Ananías lo alcanzó, lo «transformó».

La de san Pablo no es una historia aislada. Michael Thio, presidente general de la Confederación Internacional de Sociedades de San Vicente de Paúl, era un alto directivos de British Telecom en el sureste asiático y en un viaje de regreso a casa coincidió con un jefe de la Singapore Airlines que le saludó. El chico le había reconocido y le llamaba por su nombre, pero Thio no conseguía recordar quién era. Entre las muchas familias que había visitado en el pasado con la Asociación San Vicente, había una budista con cuatro hijos. Eran pobres y durante años les ayudó con comida, dinero, ropa... Pudieron estudiar y llegar a la universidad, y por casualidad uno de ellos se encontraba ese día en su mismo avión. «Señor Thio, tengo más buenas noticias para usted: hemos encontrado la fe, ahora soy miembro de la Asociación San Vicente de Paúl».

Si el cardenal Müller destacó cómo la caridad es el «corazón de la vida de la Iglesia», Hadjadj subrayó su «extensión cósmica» en el tiempo -como adhesión entre las diversas épocas- y en el espacio, porque «a partir de la celebración de un ser singular, desborda en la singularidad de cualquier otro ser», como observa el poeta Joseph Pieper: «el amor de un solo ser hace nacer la certeza moral de la bondad universal de todos los seres en cuanto creados».

Resumiendo, «Deus caritas est -afirmó monseñor Gampiero Dal Toso, secretario del dicasterio vaticano- es Dios que nos busca para realizar nuestro bien». De hecho, como escribe Benedicto XVI en la introducción de la encíclica, «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva». Así fue para Alejandro Marius, que cuando se encontró con la experiencia de una monja benedictina renunció a un buen sueldo en una empresa internacional para poner en marcha la asociación civil Trabajo y Persona, que hoy dirige en Venezuela, en un contexto no demasiado distinto al de hace mil años cuando, en un mundo en ruinas, la experiencia de los monjes recuperó el valor de la persona y del trabajo, y paso a paso estableció las bases para el desarrollo de todo Occidente.

Entonces la caridad no hace mal, aunque en esta hora -concluyó monseñor Dal Toso- no son tanto las «reservas intelectuales» las que alejan de la Iglesia, sino la «falta de confianza en el amor divino», esa confianza que alimentaba a las hermanas de Aden y que las llevó a dar su vida -a compartir su vida- todos los días por sus amigos y enemigos. La caridad no mata, y se comunica de persona a persona. «La caridad no pasa, es de todos los tiempos», dijo Hadjadj. «Es el acto puro del Eterno, el punto de contacto entre el tiempo y la eternidad». Exactamente igual que las hermanas de la caridad...