El Patriarca Kiril de Moscú.

Francisco y Kiril, encuentro en Cuba

Un comunicado conjunto anuncia el acontecimiento histórico. Nunca un Papa y un Patriarca de Moscú se habían visto en persona. ¿Por qué ahora? Para Giovanna Parravicini, de Rusia Cristiana, hay mucho en juego. Y tiene que ver con la naturaleza del cristian
Luca Fiore

«No podemos caer en la tentación de reducir este acontecimiento histórico a sus factores de carácter diplomático y político. Este encuentro puede cambiar la historia de la Iglesia y la seriedad con que los cristianos lo tomemos en consideración en nuestra vida diaria será decisivo para no desperdiciar esta ocasión». Giovanna Parravicini, investigadora de la Fundación Rusia Cristiana, ha participado en un ciclo de conferencias organizadas en Smolensk, a cinco horas en coche al este de Moscú, en la sede del seminario de la Iglesia ortodoxa rusa. Allí recibió el anuncio conjunto del encuentro, el primero de la historia, entre un Papa y un Patriarca de Moscú. De hecho, Francisco y Kiril se reunirán el próximo viernes, 12 de febrero, en el aeropuerto José Martí de La Habana. El Papa hará escala allí antes de llegar a México; el Patriarca estará en la isla por un encuentro con Raúl Castro. Por una vez, las habituales exageraciones periodísticas ¬–hecho inaudito, histórico, nunca visto– no están fuera de lugar.

Hacía tiempo que se hablaba de este encuentro, ¿por qué precisamente ahora? Hacía cinco años que se discutía sobre esto. Puede decirse que desde hace al menos siete u ocho meses se está preparando. Desde que en la primavera del año pasado vimos, por parte del Patriarcado de Moscú, un deseo real de concretar el momento.

¿Qué obstáculos impedían este encuentro? ¿Y cómo se han vencido? Lo más interesante es que todos los obstáculos siguen aún en pie, sobre todo la presencia de los greco-católicos en Ucrania, los llamados uniatas. Lo que sabemos ahora es que el encuentro entre el Papa y el Patriarca de Moscú no es el resultado de la solución de los impedimentos que había sino la ocasión para volver a empezar a dialogar. Luego están los factores del contexto, que han
ayudado: por ejemplo, la guerra en Ucrania y el riesgo de división entre Moscú y la Iglesia ortodoxa ucraniana, la mejora en las relaciones entre el Papa Francisco y Bartolomé, el Patriarca de Constantinopla, o el alarmante escenario de la “guerra mundial combatida a pedazos”. Los obstáculos al encuentro no han caído, pero Moscú se ha dado cuenta de lo urgente que es afrontar los desafíos que la Iglesia tiene por delante. Y comprende que sin duda una mayor cercanía con los católicos podría ser una ayuda, en sentido cristiano, para afrontar los problemas que están sobre la mesa.

El Papa siempre ha dado la impresión de llevar en el corazón el problema de la unidad. Ya desde la primera vez que se asomó a la Logia de San Pedro definiéndose como “obispo de Roma” y hablando de la «Iglesia de Roma, que preside en la caridad a todas las Iglesias».
Francisco siempre ha prestado una gran atención al problema ecuménico, que por lo demás era el gran sueño de san Juan Pablo II y una de las prioridades del pontificado de Benedicto XVI. Desde este punto de vista, los últimos pontífices siempre han tenido un gran deseo de unidad. Tenían la conciencia de que el ecumenismo no era uno de los muchos problemas sino que era el problema.
La unidad en Cristo podía ser la solución de todas las demás cuestiones, sociales y morales. Por otra parte, es el primer mandamiento de Cristo: vivir en la unidad y testimoniar la unidad.

¿Y desde el punto de vista de la Iglesia ortodoxa? Sin duda son muchas las causas de esta aceleración. Una es que Putin apuesta por una salida del aislamiento por parte de Rusia para recuperar un papel de líder a nivel mundial. Luego está el deseo de la Iglesia de Moscú de no estar en segundo plano respecto al Patriarcado de Constantinopla, también en vista del próximo Concilio panortodoxo previsto para junio. Pero no me gustaría plantear la cuestión en estos términos, porque sería no mirar a la Iglesia por lo que es su propia naturaleza. Me parece que hoy nos encontramos ante un hecho nuevo en la historia, como subraya el comunicado conjunto. Algo que no se puede explicar ni reducir a todos los factores políticos y diplomáticos que pueden llevar a Moscú a correr el riesgo. Porque el Patriarca Kiril se arriesga respecto a su Iglesia.
Yo estoy ahora en Smolensk para participar en un ciclo de conferencias en el seminario ortodoxo y cuando di la noticia del encuentro alguno me dijo: «La verdad es que muchos ortodoxos quedarán decepcionados...».

¿Por qué?
Porque durante mucho tiempo la Iglesia ortodoxa ha hablado de los católicos, de los papistas como nos llaman, en términos de enemigos de la ortodoxia.
Incluso hoy, para muchos ortodoxos, los católicos son sencillamente herejes.
Sobre todo en los monasterios y en los ámbitos más rígidos. Desde este punto de vista, el Patriarca realiza un gesto bastante arriesgado y sin precedentes.
Nosotros católicos estamos acostumbrados a pensar en el Papa como en una personalidad que va al encuentro de todos; desde las favelas hasta las cárceles, desde las mezquitas hasta las sinagogas. Para un Patriarca de Moscú no es así.
De hecho, en cierto modo, es un gesto de gran valentía. Madurado también por circunstancias de carácter político y diplomático, pero que tendrá consecuencias que no podemos imaginar. Será un día histórico, tanto para los católicos como para los ortodoxos.

En Occidente nos cuenta comprender el nudo del ecumenismo, sobre todo porque esta división no la tenemos ante nuestros ojos todos los días. ¿Qué provocación supone esta falta de unidad para un cristiano? Sí, vivimos indiferentes ante esta división y pensamos que el cristianismo empieza y termina en nuestra Iglesia local, en nuestra parroquia, comunidad o movimiento. Pero la pasión porque Cristo sea «todo en todos» es justamente la pasión católica. El testimonio más grandioso de esta herida fue la persona misma de san Juan Pablo II. Pienso en la Orientale Lumen, donde decía, y cito de memoria: «Nosotros católicos no podemos llamarnos así hasta el fondo si no conocemos, si no vivimos la santidad, la experiencia de las Iglesias de Oriente, porque son parte de nosotros. Mientras no estén unidas a nosotros, nunca seremos nosotros mismos verdaderamente». Así pues, nuestro mal es que esta herida ni siquiera la sentimos. Me viene la mente el confesor de A cada uno un denario, que le pregunta al pecador que está a punto de morir: «¿Te arrepientes de no arrepentirte?». Porque el ecumenismo no es más que la pasión por que Cristo sea todo en todos. Eso es algo que ciertamente tiene que ver con las diversas iglesias, las diversas religiones, pero también con mi compañero, con mi vecino. Todo en todos. Realmente todos.