Poder, servir a la criatura de Dios

Cecilia Porfirio y Viviana Sito Henderson

Pasaron casi diez años para que se volviera a celebrar el tradicional Tedeum en la Catedral Metropolitana. La administración saliente, desde el Tedeum del 25 de mayo de 2006 presidido por el entonces Cardenal Primado Jorge Mario Bergoglio, no participaba de estas celebraciones en el ámbito del templo mayor de Buenos Aires.
Esta vez, retomando la larga tradición argentina, el presidente Mauricio Macri caminó junto a los ministros de su Gabinete desde la Casa Rosada, sede del gobierno, hasta la Catedral Metropolitana, donde fueron recibidos por el Cardenal Mario Poli.
El Arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina presidió la invocación religiosa por el nuevo Gobierno, en la que pidió a Dios que «atienda nuestros ruegos por la Patria, para que la sabiduría de los gobernantes y la honestidad de sus ciudadanos robustezcan la concordia y la justicia, y podamos vivir en la paz y el progreso constante».
Recordó la convocatoria del Papa Francisco del Año Santo de la Misericordia, en la que el Pontífice invita a reflexionar sobre las obras de misericordia corporales y espirituales como «un modo de despertar nuestra conciencia aletargada sobre el drama de la pobreza».
Agregó que «imitar a Dios misericordioso es inclinarse ante los pobres, mirarlos desde abajo y no desde arriba. Los que no tienen voz, los que se caen del sistema, los más pequeños; todo lo que hagamos por ellos se lo hacemos a Dios».
Por su parte, el presidente Macri hizo luego, junto con todos los presentes, una invocación en la que le pidió a Dios que él y su gabinete puedan ser «instrumento de concordia y de paz, para que practiquemos el diálogo y el respeto en el disenso y aceptemos la diversidad que incluye y enriquece».
Tras la oración del primer mandatario, hicieron una invocación religiosa según sus creencias Monseñor Tarasius, arzobispo ortodoxo; el rabino Abraham Skorka, el sheij Abdelnaby El Hefnawy, el reverendo anglicano Agustín Marza y el pastor evangélico Jorge Gómez.

Homilía del Cardenal Primado y Arzobispo de Buenos Aires Mario Poli
La reflexión sobre el evangelio de San Juan que hemos proclamado tiene un título: la palabra, el servicio, la misericordia, la patria.
Comenzamos esta oración de acción de gracias por nuestros gobernantes y por la patria escuchando la palabra de Dios, y la razón nos la da San Pablo cuando nos enseña que toda la escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar y para argüir, para corregir y para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté mejor preparado para hacer siempre el bien.
El evangelio de San Juan nos narra un pasaje de aquella última cena pascual con sus discípulos, Jesús, aquella noche saltea el protocolo ritual y sin hacer alarde de su condición divina se arrodilla ante sus discípulos y les hace el servicio de lavarles los pies. Entre la sorpresa y la perplejidad los apóstoles ven al maestro amado anonadándose y realizando un insólito gesto; no se conocía tanta cercanía y abajamiento de un señor, sus parábolas y milagros durante su ministerio público anunciaban el reino de Dios y su justicia, y dejaban entrever una autoridad que trascendía lo humano, aunque ninguna de sus expresiones había sido como esta, lo vieron humilde, en silencio, agachado, mirando desde abajo a quienes él había elegido para continuar su obra. Todo un signo para que no pase desapercibido. La pregunta: ¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?, parece completar el carácter parenético original del pasaje, acaba de inaugurar el camino de la felicidad por la vía del servicio y del servicio a los hermanos, ustedes serán felices si sabiendo estas cosas las practican.
Jesús sella así lo que ya había enseñado con autoridad y ahora bajaba a sus manos –«el que quiera ser grande que se haga servidor de ustedes, y el que quiera ser el primero que se haga servidor de todos, porque el mismo hijo del hombre no vino para ser servido sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud»–, estas actitudes del supremo pedagogo iban preparando el ánimo de sus seguidores para cuando, suspendido de la cruz, viesen al mismo que les lavó los pies haciendo el gran servicio de la salvación, porque no hay amor más grande que dar la vida por sus amigos y él cumplió sus palabras.
Dos momentos gozosos dan su marco venturoso a este nuevo tiempo para los argentinos que hoy piden a Dios su bendición y su amistad. Por un lado el Papa Francisco ha comenzado a vivir el Jubileo de la Misericordia, y por otro la Patria se dispone a celebrar el bicentenario de la independencia nacional.
El Papa nos propuso un lema para este año, “Sean misericordiosos como mi Padre”, los salmos nos revelan a un Dios clemente y compasivo, que nunca retira su amistad, es lento para el enojo, rico en misericordia y fiel, siempre dispuesto a perdonar y a renovar su alianza de amor.
Un argentino que fue elegido como sucesor de Pedro nos enseña que «es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales, será un modo para despertar nuestra conciencia muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina». Imitar a Dios misericordioso es inclinarse ante los pobres, mirarlos desde abajo, no desde arriba; los que no tienen voz, los que se caen del sistema, sus pequeños, los pequeños privilegiados de Dios, todo lo que hagamos por ellos, a Él se lo hacemos, y Dios no se deja ganar en generosidad.
Los que se han echado al hombro la responsabilidad del bien común han jurado ante el pueblo de la nación, todos los juramentos patrióticos tienen por modelo al de los hombres de alma decidida y de nobles aspiraciones que en la ciudad de San Miguel de Tucumán hace 200 años, en medio de tinieblas que cubrían la nueva patria, hicieron brillar la luz de la esperanza y con espíritu magnánimo salvaron la gloriosa revolución que habían iniciado los próceres de mayo.
Cada vez que un argentino jura servir al pueblo se renueva el carisma de aquella Asamblea que nos dio vocación de nación. Uno de nuestros poetas lo dice bellamente, porque hay mucho humus moral en nuestro pasado y prefiero apelar a los poetas: «La patria –dice el poeta– amigos, es un acto perpetuo como el perpetuo mundo, si el eterno espectador dejara de soñarnos un solo instante, nos fulminaría blanco y brusco relámpago su olvido; nadie es la patria, pero todos debemos ser dignos del antiguo juramento que prestaron aquellos caballeros de ser lo que ignoraban, argentinos, de ser lo que serían por el hecho de haber jurado en esa vieja casa. Somos el provenir de esos varones, la justificación de aquellos muertos, nuestro deber es la gloriosa carga que a nuestra sombra legan esas sombras que debemos salvar. Nadie es la patria, pero todos lo somos, arda en mi pecho y en el vuestro, incesante, ese límpido fuego misterioso»; es una oda escrita por Jorge Luis Borges en 1966.
Así concluyo, que el buen Dios nos bendiga a todos.