Puerta Santa en la catedral de Bangui.

La decisión de Francisco

«África es mártir. Por eso la amo». El Papa ha querido a toda costa empezar el Año Santo en Bangui. Y desde allí ha pedido a todos que crucen «a la otra orilla». El relato de padre Federico Trinchero, misionero en la «capital espiritual del mundo»
Alessandra Stoppa

«Aunque el mundo se olvide de nosotros, el Papa no. Él no se ha olvidado». Esta es la experiencia del pueblo centroafricano, relatada por el padre Federico Trinchero, carmelita descalzo, misionero allí desde hace dos años. El Papa Francisco acaba de pasar por allí, después de haber querido, obstinadamente y en contra de todas las previsiones, abrir el Año Santo en Bangui, convirtiendo a esta ciudad en la «capital espiritual del mundo».
Con un gesto ha dado un vuelco a todas las clasificaciones e índices, donde siempre hay que buscar a la República Centroafricana en los últimos puestos. Es el tercer país más pobre del mundo. «El más grande y desgarrado de los tres que el Santo Padre ha visitado en su viaje africano», continúa Trinchero. «La mayoría ni siquiera sabe que es un país, piensan que es una indicación geográfica: la parte central de África. El Papa, por el contrario, ¡nos ha puesto líderes de la clasificación!». En el viaje de vuelta en el avión, lo ha explicado así: «África es mártir. Por eso la amo. Es mártir de la explotación y víctima de otras potencias». Cuando le preguntan qué es lo que más le ha llamado la atención, dice: «Esa multitud, esa alegría, esa capacidad de festejar con el estómago vacío. Dios nos sorprende, pero África también. Estaban felices por sentirse visitados». Visitados y preferidos.

«Ha querido venir a toda costa», prosigue el padre Trinchero. «He de admitir que yo también estaba entre los pesimistas, pensaba que no iba a venir. Hasta el sábado -ahora puedo decirlo- aquí seguía habiendo disparos». En el Km5, la "zona roja" y enclave musulmán, justo donde Bergoglio quiso llegar, en un Toyota modificado pero sin cristales blindados. Pero no solo por esto son preferidos. También lo son por el mensaje que les ha querido llevar. Un reclamo continuo y alto, exigente, sin ningún tipo de pietismo, lleno de predilección. Ha pedido a estos hijos suyos que crucen a la otra orilla, hacia la perfección. «La travesía no se puede hacer si no es con Jesús. Él no nos envía solos, la realiza con nosotros. Nuestra vocación fundamental es "ser perfectos como es perfecto vuestro Padre"». La tarea consiste en mostrar a otros con la propia vida cuál es «nuestro secreto: la certeza de que Él está en la barca con nosotros». Y añadió: «Reconozco que la distancia que nos separa del ideal tan exigente del testimonio es grande», pero entonces recordó una sola cosa, a Tertuliano y el testimonio de los paganos sobre los primeros cristianos: «Ved cómo se aman, se aman de verdad».

Mientras miraba al Papa que abría de par en par la primera Puerta Santa del Jubileo de la Misericordia, el padre Federico ya no veía «las dos puertas pesadas y solemnes de una antigua catedral, sino las barreras de una prisión. La prisión de la violencia, la venganza y el miedo, donde el país vive atrapado. Antes de realizar aquel gesto, Francisco quiso pronunciar en sango, la lengua local, dos palabras que todos repitieron después: Ndoyé siriri. Amor y paz. Como si fueran la contraseña para abrir aquella puerta. Y la puerta de hecho se abrió».

Lo que ha pasado «es un hecho histórico. Por una vez, se puede decir sin exagerar», continúa el padre Trinchero desde su convento convertido en campo de refugiados desde la mañana del 5 de diciembre de 2013, donde desde entonces atiende cada día junto a sus hermanos a miles de desplazados. Todavía hoy, en el terreno que rodea el Carmelo, viven 5.000 personas. «El primer milagro de este viaje», dice, «es que todo haya salido bien. De verdad, aquí no se podía dar en absoluto por descontado».

La República Centroafricana está viviendo el momento más dramático de su historia: golpes de estado, guerra civil, misiones militares internacionales, cientos de miles de desplazados. En 2012, los Séléka, una coalición de mayoría musulmana de rebeldes locales y mercenarios procedentes de Sudán y del Chad, intentaron hacerse con el poder, liderados por Michel Djotodia, que al año siguiente derrocó el presidente François Bozize. «Desde entonces el país no ha vuelto a levantarse», explica Trinchero. «De hecho, la parte cristiana -mejor dicho, no musulmana- reaccionó por desesperación». Los llamados anti-balaka desataron una violencia similar a la de los Séléka. «Nuestros obispos siempre han tomado distancias y condenan firmemente las acciones de estas milicias, llamadas cristianas de manera impropia porque se contradicen totalmente con el Evangelio». A pesar de la llegada de la nueva presidenta de transición, Catherine Samba Panza, del ejército francés (operación Sangaris) y de la misión de la ONU (Minusca), en los últimos meses, después de un aparente punto muerto, los enfrentamientos han vuelto a empezar. Hay muertos y heridos en ambos bandos, casas e iglesias quemadas, barricadas por las calles, mucha gente huye y ha encontrado refugio en las parroquias. «La situación se ha hecho crónica». No siempre hay guerra, pero nunca hay paz. «No se trata de un conflicto religioso», precisa Trinchero, «pero, como en Tierra Santa, se están creando enclaves y divisiones muy profundas».

Las palabras del Papa, en sus diversas intervenciones, han sido un llamamiento muy fuerte a abandonar las armas, los intereses, cualquier tipo de reacción violenta, sobre todo por parte de los cristianos, en un lugar donde «hasta hace cuatro años católicos, protestantes y musulmanes vivían como hermanos». En la última homilía, en el estadio, delante de 25.000 personas, pidió a todos los bautizados «romper lo que aún tiene del hombre viejo» y pedir perdón «por nuestras excesivas resistencias y demoras en dar testimonio del Evangelio».

A los jóvenes reunidos en la plaza de la catedral durante la vigilia, en un vigoroso discurso sin papeles, les pidió ser «resistentes» como el bananier, planta tropical que «siempre crece, siempre da frutos que alimentan mucho». Sabiendo que a muchos les gustaría marcharse de aquí, les dijo: «Escapar de los retos de la vida nunca es una solución». Adelantándose así a la pregunta de algunos («¿qué podemos hacer?»), con indicaciones precisas: 1) la oración, porque «la oración es poderosa, vence al mal, te acerca a Dios. ¿Ustedes rezan? No lo olviden». 2) «No odiar nunca». Y trabajar por la paz: «La paz se hace todos los días. La paz es trabajo artesanal que se hace con las manos, con la propia vida. Nada de odio. Mucho perdón». 3) «Se vence solamente por el camino del amor. ¿Se puede amar al enemigo? Sí. ¿Se puede perdonar a quien te ha hecho mal? Sí». 4) «Confíen en Dios. Porque él es misericordioso».

Ha venido para interrogar a los corazones. Durante dos días, arriesgando, conociendo el peligro, «la gente de todo el país ha llenado las calles de la capital, ha cantado, ha danzado, ha gritado de alegría. Es algo que no pasaba desde hace años», afirma el padre Federico. «Todo ha sido sencillo y muy conmovedor. Para muchos, incluso entre los consagrados, era la primera vez en la vida que veían a un Papa». Hasta Bangui llegaron delegaciones de las nueve diócesis de esta Iglesia joven, nacida hace poco más de un siglo, en 1894, cuando un grupo de jóvenes misioneros franceses llegó a esta tierra remando contracorriente por el río Oubangui. Todos para verle y oírle hablar, escuchar de su boca que este «es el corazón de África, desde aquí puede llegar impulso a todo el continente».

Este viaje ha sido «una iniciativa de gran significado y muy valiente». El Papa también ha ido a la mezquita de Koudoukou, por la que hace meses que no pasa nadie porque es demasiado peligrosa. Allí saludó a la comunidad musulmana: «Mi visita no estaría completa sin este encuentro», dijo. Habló de líderes religiosos, cristianos y musulmanes, que «han querido estar a la altura de los desafíos del momento». Los pensamientos van al imán Oumar Kobine Layama, que junto al arzobispo de Bangui, Dieudonné Nzapalainga, y el reverendo Nicolas Guerekoyame-Gbangou, presidente de la Alianza Evangélica, está haciendo un trabajo incansable a favor de la reconciliación. «Podemos recordar también los numerosos gestos de solidaridad que cristianos y musulmanes han tenido hacia sus compatriotas de otras confesiones religiosas, acogiéndolos y defendiéndolos», añadió el Papa, al que jóvenes musulmanes le escoltaron hasta que salió del barrio: «Zo kwe zo», dijo de nuevo en sango el lema del país: «Todo hombre es hombre». En sango, República Centroafricana se dice Be-Afríka, que significa «corazón de África». El Papa comentó: «Este país que lleva un nombre tan sugerente está llamado a descubrir al Señor como verdadero centro de todo lo que es bueno. Vuestra vocación es encarnar el corazón de Dios en medio de sus conciudadanos».

Convertirse en el corazón de Dios para el mundo, ¿quién lo diría en uno de los lugares más desconocidos del planeta? Pero hay un hombre que lo dice: «La vida eterna, el cielo que nos espera», señaló el Papa, «no es una ilusión, no es una fuga del mundo, sino una poderosa realidad que nos llama y compromete. Transforma ya nuestra vida presente. Estamos a mitad del río. La otra orilla está al alcance de la mano, y Jesús atraviesa el río con nosotros».