Carlin Petrini

«Un nuevo humanismo que necesitamos»

Un Papa que habla «a cada uno de nosotros», con «una fuerza revolucionaria» y «una lucidez de pensamiento que no veía desde hace mucho». Leyendo la "Laudato Si'", algo se ha «movido» dentro del activista Carlin Petrini
Davide Perillo

«Es un momento de cambio, algo histórico». Así, sin rodeos ni medias tintas. Para Carlin Petrini, 65 años, agnóstico y con un pasado en la izquierda militante, fundador de Slow Food y alma de Terra Madre, una red global de campesinos y productores que nació para devolver su dignidad a la tierra y a la gente que la trabaja, la Laudato si’ es «un texto que cambiará la vida a mucha gente». Así lo declaró en Tv2000, la televisión de los obispos italianos, el mismo día en que se publicó la encíclica, y luego lo reiteró en el diario La Repubblica.

Dice usted que este texto está lleno de «alegría revolucionaria», ¿qué quiere decir?
Es un documento de una potencia extraordinaria. No solo habla a los creyentes, sino a todos. Nos recuerda nuestras responsabilidades, colectivas e individuales. Y al mismo tiempo no se limita a ser una predicación moral y ética, sino que entra en materia viva. También con profundos análisis sobre las causas del desastre ambiental que tenemos ante nuestros ojos. Además, lo hace sin quitar nunca la mirada de esa parte de humanidad que paga el peaje más que nadie: los pobres.

¿Qué es lo que más le ha llamado la atención?
La visión de conjunto. La propuesta de Francisco es una línea de nuevo humanismo, algo que todos vemos que hace mucha falta. Los que se preocupan por estos temas saben que no son argumentos sectoriales, de expertos, sino que se refieren a la vida entera y a la política en su conjunto. Ofrece un pensamiento global nuevo, capaz de abrazar toda esa complejidad.

Pero muchos ya le están haciendo un traje a medida: se habla del «Papa verde» y cosas así…
Los que dicen esas cosas no han entendido nada. Estamos delante de algo distinto. La propuesta de lo que él llama «ecología integral». Une el aspecto ecológico a la existencia de un nuevo humanismo, de una sociedad distinta y un respeto a los pobres. A la necesidad de poner fin al paradigma de «una economía que mata», habla en esos términos. Plantea por tanto una responsabilidad que tenemos todos. Porque la otra gran cuestión de esta encíclica es que interpela claramente a la política y a los gobiernos, pero nos habla a cada uno de nosotros. Ofrece la esperanza de que partiendo de pequeños gestos individuales, «desde abajo», podamos incidir realmente. Y lo hace con una lucidez de pensamiento que no veía desde hace mucho.

¿De dónde nace esa esperanza?
Él habla de un diálogo alegre y dramático con el mundo. Pero al mirarlo yo doy mucho más peso a la alegría. La alegría de dialogar, del encuentro con los que piensan como tú, de trabajar para construir el cambio… Eso lo ves en él.

Uno de los auténticos hilos rojos del texto es «la convicción de que todo en el mundo está íntimamente conectado»: el hombre y Dios, el hombre y la tierra, los hombres entre sí, pero también la economía y el medio ambiente, la ruina de la casa común y la pobreza… Lo llama «el misterio de las múltiples relaciones que existen entre las cosas», que la tecnología y las finanzas, por sí solas, no pueden comprender. ¿A usted qué le parece?
Que todos estamos implicados. De hecho, el Papa se dirige a todos, creyentes y no creyentes. Yo soy agnóstico, pero tengo un gran respeto por todos los credos. Por ejemplo, he encontrado referencias preciosas en las religiones ancestrales, tan cercanas a la tierra, y me han conmovido. Insisto: estamos delante de una nueva construcción de pensamiento. Y eso generará sin duda comportamientos distintos, incluso dentro de la propia Iglesia. Me imagino el trabajo que tendrá que hacer un párroco para informarse sobre el cambio climático…

¿Un párroco? ¿Por qué tendría que hacerlo?
Por lo que dice el Papa. Si no entiende el cambio del clima, no entenderá la llegada de inmigrantes y refugiados. Los éxodos que estamos viendo también se deben al cambio del clima, al desastre medioambiental, a las sequías… El desastre medioambiental lo pagan sobre todo los pobres. Hay otro punto precioso, cuando habla de la relación entre deuda económica y deuda ecológica. El norte y las grandes economías dictan a los países del sur del mundo lo que tienen que hacer porque tienen deudas económicas. Pero el norte nunca paga la contrapartida de las deudas ecológicas que ha contraído con los países pobres: desastres ambientales, explotación de la tierra, el vertido de residuos… ¿Quién paga esa deuda? Nadie. ¿Y quién habla de ella, la política? Nadie. Pues el Papa lo hace. Son argumentos que ya tenía bien claros cuando asumió ese nombre. Todos estaban convencidos de que era el poverello, el Papa de los pobres, etcétera. Pero no, es mucho más que eso.

El texto tiene un núcleo muy fuerte, donde el papa recorre «el Evangelio de la creación» y escribe cosas como: «Decir “creación” es más que decir naturaleza, porque tiene que ver con un proyecto del amor de Dios». Como no creyente, ¿cómo lee estas referencias?
Yo vengo de la Iglesia, he militado en vuestro mundo. El «no creer», para mí, es una cuestión seria. No soy ateo, no niego a Dios; soy agnóstico. No soy capaz de creer, no lo consigo. Dicho esto, me encuentro delante de una reflexión teológica que leo con admiración y curiosidad. También porque lo dice claramente. Como el papa Juan XXIII, se dirige «a todos los hombres de buena voluntad». Dice: la tierra es común, todos estamos dentro, pongámonos a trabajar juntos para salvarla. Es meridiano.

¿Esta encíclica ha movido algo en la manera en que usted mira a la Iglesia?
Sí, la verdad es que este Papa ha movido un poco mi manera de ver a la Iglesia. El elemento del diálogo, al que él reclama siempre, es decisivo. No hablo solo del diálogo entre creyentes y no creyentes sino también, por ejemplo, entre católicos y ortodoxos. El Papa ha dado un impulso a esta cuestión milenaria. Lo miras con el patriarca Bartolomé y ves a dos hermanos. Este hombre dialogando crea situaciones nuevas. Por lo demás, perdóneme, pero lo que dice ¿mueve algo en los creyentes, respecto a ciertos no creyentes? Yo creo que sí.

Hay un párrafo clave donde Francisco se pregunta: «¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo? (…) Si no está latiendo esta pregunta de fondo, no creo que nuestras preocupaciones ecológicas puedan lograr efectos importantes. Pero si esta pregunta se plantea con valentía, nos lleva inexorablemente a otros cuestionamientos muy directos: ¿para qué pasamos por este mundo?, ¿para qué vinimos a esta vida?, ¿para qué trabajamos y luchamos? Se requiere advertir que lo que está en juego es nuestra propia dignidad». ¿Cómo responde usted a estas preguntas?
Yo aspiro a vivir en un mundo donde no se destruya la casa común y se den todas las condiciones necesarias para generar una vida verdaderamente solidaria, que no deje fuera a nadie. Donde se pueda convivir sin que haya gente que no tenga nada que llevarse a la boca. Porque esa es la mayor vergüenza de este momento histórico: la «política del descarte», como dice el Papa. Es un sinsentido. Usamos a las personas mientras nos sirven y luego, cuando ya no sirven, no nos importan. Es un discurso que también a mí me hace reflexionar.

El Papa lo lleva hasta sus consecuencias. Para él, de la cultura del descarte deriva también un tema como el aborto, por ejemplo.
Cierto, abre cuestiones que hay que plantearse, y que yo me planteo. Tratemos de entendernos. Para mí, los que están a favor del aborto se equivocan. Son hechos vitales y está bien que se hable de ello. Solo que luego, en la vida cotidiana, van surgiendo diferencias, y corremos el riesgo de volver a los sofismas.

El Papa termina hablando de las tareas que nos esperan y señala una que, en la práctica, nos afecta a todos: la educación. «La existencia de leyes y normas no es suficiente a largo plazo para limitar los malos comportamientos, aun cuando exista un control efectivo. Para que la norma jurídica produzca efectos importantes y duraderos, es necesario que la mayor parte de los miembros de la sociedad la haya aceptado a partir de motivaciones adecuadas, y que reaccione desde una transformación personal». ¿Cómo ve usted esta necesidad? ¿Qué puede ayudar a adquirir esta educación?
Adquirir esta conciencia no es posible sin conocimiento. Si todo está conectado, en relación, para afrontar los problemas tienes que ponerte a estudiar, profundizar. La educación también es prepararse para ello: entrar en el mérito. Es un proceso que algunos quizá no tenían pensado hacer, que piensan que se puede evitar. Pero no, resulta indispensable. Y es un trabajo enorme.