El cardenal John Onaiyekan en el Duomo de Milán.

«Nuestra Iglesia está en pie»

En la catedral de Milán, el cardenal John Onaiyekan, arzobispo de Abuja, habla de su pueblo. Convivencia con los musulmanes y crítica al fanatismo religioso. Desde África, un testimonio de fe para sacudir la «vieja y cansada Europa».
Maurizio Vitali

En Nigeria la fe cristiana está viva y en continuo crecimiento. Para nosotros es una novedad, sí, porque –admitámoslo– inmersos como estamos en nuestros prejuicios occidentales, del cardenal nigeriano John Onaiyekan esperábamos oír otra cosa. Esperábamos la confesión doliente de una iglesia martirizada pero también aterida por el miedo al fanatismo islamista y homicida de Boko Haram. Sin embargo, nos hemos encontrado con el testimonio de una iglesia libre, en pie, «misionera de sí misma», como dijo Pablo VI en su primer viaje a África, con continuos bautismos, vocaciones sacerdotales y religiosas que no dejan de crecer, y una inmensa labor de preparación ante los grandes desafíos de nuestra época. «Aunque hoy son muchos los que se bautizan», dijo el cardenal Onaiyekan en el Duomo de Milán, invitado por el cardenal Angelo Scola, «es necesario que renueven continuamente su fe, la vivan con coherencia y se interesen por la sociedad según un estilo propio del cristiano». Este es el meollo de la cuestión.

Onaiyekan está al frente de la diócesis de Abuya, la ciudad creada de la nada hace 30 años para reemplazar a Lagos en su papel de capital federal, diseñada por un japonés y levantada en medio de la sabana por empresas alemanas. Un desafío de la “modernidad metropolitana”, de esos que en Europa son objeto de congresos y miles de razonamientos, que la presencia cristiana en Nigeria sencillamente ha vivido de manera positiva: «Hemos crecido según ha ido creciendo la metrópolis». Y explica: «Ahora la ciudad tiene casi tres millones de habitantes. La diócesis tiene más de 50 parroquias y 150 sacerdotes, de los que más de la mitad son locales. Pero lo más bonito de la Iglesia católica es que, joven o antigua, siempre es Iglesia». Nigeria conoció la fe hace 150 años, gracias a los misioneros que, únicos entre los occidentales, no se dejaron frenar ni siquiera por la malaria que les diezmaba. Una historia de santidad en medio de las contradicciones del continente: «El colonialismo, que fue un crimen histórico que marcó a África en el siglo XIX y en la primera mitad del XX, dejó como herencia positiva la fe católica». Hoy, la mitad de los 160 millones de nigerianos son cristianos (protestantes de confesiones diversas y católicos), la otra mitad son musulmanes. Los primeros prevalecen en el sur del país, y los segundos en el norte. La convivencia es algo normal. «Porque católicos y musulmanes practican su fe con sinceridad», explica el cardenal: «Si un católico no va a misa el domingo, es probable que su amigo musulmán le pregunte por qué no ha ido».

Al hablar de las relaciones con el islam, a Onaiyekan no le gusta mucho usar la palabra tolerancia: soportar algo que no resulta agradable. Prefiere hablar de igualdad, respeto, aceptación mutua. Islam y cristianismo tienen una misma vocación universal: ir por todo el mundo… Pero es una misión, no la orden de una carga violenta: «La fe no se impone nunca». Se trata de «reconocer que el Señor es Dios y es él quien decide», no somos nosotros los dueños de la historia, ni siquiera en nombre de Dios. «Así, cada generación tendrá su tarea, y al final de los tiempos veremos quién está a la derecha y quién a la izquierda. Sin duda el criterio de juicio no consistirá en mostrar el certificado de bautismo sino en vivir la caridad. Es esta la vía privilegiada».

Por lo que a Boko Haram se refiere, el cardenal no vacila. «Es un grupo de locos fanáticos, no más de cinco mil, que hace atrocidades y no representa a la comunidad islámica nigeriana», explica Onaiyekan. «Han matado a cristianos y han destruido iglesias, pero matan a todos los que no estén de acuerdo con ellos, musulmanes incluidos». Pero no basta, añade, «que los fieles islámicos se distancien de estos fanatismos. Deben actuar, deben hablar. No puedo hacerlo yo, católico, porque no me creerían. Solo los musulmanes pueden hablar a los musulmanes, porque se escuchan y se comprenden. Deben decirle a los fanáticos que lo que hacen va contra el islam».

Onaiyekan señaló dos signos positivos que, para variar, «no encuentran espacio en las noticias, sobre todo en Occidente». El primero es el encuentro promovido por el rey jordano Abdalá y celebrado en Amman. «Allí vi en los islámicos un sentimiento de profundo malestar porque los grupos terroristas digan que actúan en nombre de Alá. Por esta razón, la universidad más importante del islam suní está preparando un libro que enumera los principios islámicos fundamentales que el Isis ha malinterpretado y violando». El segundo hecho es que los 140 líderes islámicos más importantes del mundo han firmado una carta abierta a Al Baghdadi, califa del autoproclamado Estado Islámico. «Nosotros cristianos debemos apoyar estos intentos de autocorrección de los musulmanes», indicó el cardenal: «El gobierno tiene el deber de hacer su tarea, es decir, dar una respuesta armada a los que usan fusiles y bombas». Pero «la solución no vendrá de las armas. Puesto que es una ideología, hace falta una teología, una conciencia religiosa auténtica, para cambiar su mentalidad».

Por tanto, no es el islam lo que le preocupa. Le preocupa más bien el crédito que obtiene, especialmente entre los propios cristianos, la propaganda pentecostal realizada con el método de los predicadores televisivos americanos, que engaña a la pobre gente prometiendo milagros. Sobre todo predomina en el cardenal la conciencia de que la Iglesia no se apoya en la obra de nuestras manos sino sobre un Fundamento seguro y vivo. Por eso, no comparte ese pesimismo tan difundido sobre la suerte de las «viejas y cansadas iglesias europeas». «He visitado a san Ambrosio, la tumba del gran obispo que bautizó al africano Agustín: signo de una herencia que se remonta a los primeros que siguieron a Jesús. No es posible que una Iglesia con este fundamento no viva. Pero también es necesario vivir la Iglesia como una condición personal».