Cardenal Philippe Barbarin, arzobispo de Lyon.

«Son tiempos de una gran sed»

Alessandra Stoppa

«Cada persona es un misterio inmenso, que espera y solicita nuestro amor. Y la tolerancia no llega a ser un encuentro». El cardenal Philippe Barbarin es arzobispo de Lyon desde 2002. De origen marroquí, a sus 65 años vive una profunda amistad con el imán de la región de Rhones-Alpes, Azzedine Gaci: en 2006, le acompañó en peregrinación a Thibirine, en Argelia, a la tumba de los monjes trapenses asesinados en 1996 por fundamentalistas islámicos. «Cuando vino a proponérmelo, le dije: vamos mañana mismos».
En los últimos meses, ha ido a Iraq dos veces: para inaugurar el hermanamiento entre las diócesis de Lyon y Mosul, y luego con sus fieles para compartir el sufrimiento de los refugiados cristianos en Erbil. En esta entrevista, aborda cuestiones que nos interpelan a todos: desde la cultura del «nada tiene sentido» a la relación entre fe y razón, pasando por los mejores recuerdos de su sacerdocio, que se remontan a cuando era párroco en Boissy-Saint-Léger, en la periferia de París, donde convivían hasta cuarenta nacionalidades. «El tiempo que estamos viviendo requiere de nosotros ser cristianos más decididos, más ejemplares, en una palabra… más santos».

¿Cómo ha vivido los hechos de París?
Una vez pasados el estupor y el horror, sentí la necesidad de un periodo de silencio, necesario para orar y para tomar un poco de distancia de esos hechos. Luego, muy rápidamente, se organizó la manifestación que tuvo lugar ese mismo día, delante del ayuntamiento de Lyon. Naturalmente fui, no para decir «je suis Charlie», sino como un gesto de comunión con las víctimas. Le di un abrazo al rector de la Gran Mezquita, pues sabía que para él estar allí era un acto de coraje, pues todas las miradas se dirigían a él. Lo que más me impresionó, aparte de la inmensa multitud, es que cada uno se sentía llamado a un acto de responsabilidad. Se hizo evidente una convicción común: esa emoción no servía de nada si no se concretaba en decisiones y acciones. Alguien quiere declararnos la guerra, debemos estar más que decididos a luchar por la paz.

¿Cómo nos interpela la violencia que vemos crecer en tantos lugares del mundo?
Es un verdadero problema, no solo musulmán o religioso. Recordemos ante todo que los regímenes ateos del siglo XX causaron millones de mártires. Pienso también en el genocidio de Ruanda, entre poblaciones cristianas. Y nuestra sociedad, tan satisfecha de sí misma, tan dispuesta a explicar al mundo los «valores universales» o la democracia, ha renunciado desde hace mucho tiempo al carácter sagrado de la vida humana.

Lo que está sucediendo en todo el mundo, desde Francia hasta Nigeria y Oriente Medio, nos lleva a asociar el terrorismo con el islam, o al menos con una interpretación radical del mismo. ¿Qué piensa de este vínculo entre la violencia y la religión musulmana?
Me ha interpelado profundamente un análisis de Jean-Pierre Denis, periodista francés, que explica el islamismo como un tumor que se ha desarrollado en el cuerpo del islam, y que hay que decir insistentemente que el cuerpo y el tumor no pueden compartir absolutamente nada, pues de otro modo no se podría proceder nunca a la operación para extirparlo. Igual que la pedofilia es un absceso que hay que arrancar. La cuestión de la violencia, la relación con la razón o la libertad de expresión son legítimas, indispensables y urgentes, y los musulmanes deben responder a ellas.

¿Qué es lo que considera problemático en la nueva situación geopolítica del mundo islámico?
Cada vez que he viajado a Oriente Medio, y sobre todo en estos dos últimos viajes a Iraq, he leído y escuchado mucho. Y cuando más me informaba, menos entendía… Tengo la impresión de que estos problemas van más allá de mi comprensión y que no tengo los instrumentos necesarios para afrontarlos. En cambio, veo claramente el compromiso que debemos adoptar para crear un partenariado que incluya las cuestiones materiales, la cercanía fraterna y la comunión espiritual en la oración. Eso es lo que buscamos con el hermanamiento Lyon-Mosul.

¿Es posible construir la paz ante un mal tan cruel como el del terrorismo?
Siempre es posible, además de necesario, buscar la paz. Lo cual no significa que sea fácil, sobre todo cuando se han causado heridas tan grandes. El obispo de Niamey, después de ver cómo quemaban muchas de sus iglesias, declaró: «Hemos meditado sobre el amor a los enemigos. Quizás estemos viviendo la agonía de Jesús en nuestros propios cuerpos». El artesano de la paz no es un dulce soñador: sabe unir la dulzura y la fuerza. Pienso también en el patriarca de los caldeos, Louis Raphael Sako, que repite a los cristianos iraquíes expulsados de sus ciudades: «La esperanza cristiana no significa pensar que mañana irá mejor. Significa creer que, sean cuales sean nuestras dificultades, estamos en manos de Dios».

Es fácil caer en el escepticismo y pensar que la educación, el diálogo y el encuentro entre los hombres sean una respuesta demasiado “pequeña” o demasiado “a largo plazo”.
Pero permítame distinguir las acciones políticas, indispensables para neutralizar los focos terroristas, de las de la Iglesia, es decir, de la actitud de cada uno de nosotros. Para mí, el camino es el indicado por Benedicto XVI en su libro Luz del mundo: «Es importante que sigamos intensamente en contacto con todas las fuerzas musulmanas abiertas al diálogo para que los cambios puedan producirse, allí donde el islam vincula verdad y violencia» (cap. 9).

Su amistad con el iman Gaci es un ejemplo muy iluminador para todos. ¿Puede contarnos cómo vive esta amistad y qué significa para usted? ¿Estuvo esos dolorosos días en contacto con él?
Sí, como usted sabe Gaci estaba precisamente en la audiencia general del Papa Francisco ese miércoles 7 de enero, cuando tuvo lugar el atentado de Charlie Hebdo. El contacto personal que mantuvo con el Santo Padre ha sido muy importante y le ha marcado mucho, como él mismo me contó, con pocas palabras. Nuestra cercanía fraterna y espiritual es tan grande que no necesitamos hablar mucho para comprendernos y «encontrarnos».

¿Qué quería decir cuando –en una entrevista en Avvenire– dijo: «Si del diálogo y la amistad no se llega a la admiración, no es posible un progreso en el encuentro»?
La tolerancia implica aceptar la co-existencia, pero no llega a ser un encuentro. De hecho, hace falta benevolencia para comprender las raíces de la cultura del otro, las razones de su fe y la luz de una vida verdaderamente religiosa. Es verdad que cuando veo a ciertos musulmanes que se levantan por la noche, ayunan más que yo, este contacto se hace más profundo y puede dar lugar a una verdadera admiración. Eso me invita a convertirme, a recuperar el camino del fervor, viendo lo que Jesús me pide y yo no hago mientras otros sí lo hacen, incluso sin Jesús… Estoy convencido de que el verdadero motor del progreso del diálogo interreligioso es la estima recíproca que se transforma en admiración.

El cardenal Tauran ha afirmado que «la religión no es el problema, sino parte de la solución». Nos parece importante confirmar que no es la religiosidad la que lleva al hombre a luchar contra el hombre, sino la falta de una «religiosidad verdadera».
En efecto, se trata de encontrar un punto de equilibrio entre fe y razón. Cuando la razón se cree omnipotente y olvida la fe, es decir, cuando encuentra en sí misma su origen y su fin, inevitablemente se convierte en una fuerza de destrucción, como hemos visto en los grandes totalitarismos del siglo XX. Lo mismo sucede con la fe: cuando deja de estar temperada por la razón, va a la deriva y a menudo se abisma en el integrismo, en el fundamentalismo, en el terrorismo. Considera al hombre un medio al servicio de una causa, mientras que el hombre es precisamente la causa a la que servir. Me gusta la fórmula del cardenal Tauran porque no dice que la religión sea la solución sino que «forma parte de la solución». Recordemos la primera página de la encíclica de Juan Pablo II, donde explicaba que la fe y la razón son las dos alas que nos llevarán hacia la luz. Privar a nuestra vida de una de estas dos alas significa seguramente adentrarse en las tinieblas.

Lo que vemos en Europa, pero más en general en Occidente, ¿es la demostración de un vacío existencia, de una falta de respuestas a las preguntas fundamentales del hombre?
Sin duda. En mi opinión, Charlie Hebdo es la manifestación de un nihilismo desesperado contra el que se ha topado otro nihilismo, el del islam radical. La cultura del «nada tiene sentido» degenera en la apología del escarnio por un lado, o la de la violencia por el otro. Porque si nada tiene valor, si nada es digno de respeto, entonces todo se puede destruir. No hay que olvidar que cada persona es un misterio inmenso que espera y solicita nuestro amor, sean cuales sean sus derivas y sus excesos. Pienso en la conmovedora declaración del ex director de Charlie Hebdo, el mismo día del atentado: «He perdido a todos mis amigos. (…) No tengo fe. Es una lástima. Tal vez hoy me gustaría tenerla. (…) Si hubiese una vida después de la muerte, les diría cuánto les quiero».

Delante de todo esto experimentamos una gran sensación de inadecuación e impotencia. ¿Cómo podemos, en nuestra vida cotidiana, ser protagonistas de lo que sucede?
Me parece importante no quedar indiferentes ante lo que vemos y oímos, ante las informaciones que nos llegan, pero tenemos que situarlas en el lugar adecuado. Todas estas noticias exigen un plus de vida interior, como si en este periodo de gran sed nosotros tuviéramos que sacar el agua de Dios, una agua más abundante, más refrescante, más profunda de los pozos de nuestra alma (según la preciosa expresión de Christian de Chergé). La oración, naturalmente, nos lleva a la acción, pero sobre todo a cambiar nuestra perspectiva, para cultivar la benevolencia y luchar por la paz.

Usted ha indicado, entre los caminos a recorrer, la «transformación misionera» que lleva Cristo a las periferias. ¿Se han dado pasos en este sentido? ¿Hay ejemplos positivos? Si es así, ¿realmente son una respuesta al problema?
Admiro mucho a los sacerdotes y laicos voluntarios que desean servir en estos barrios. Como sacerdote, mis mejores recuerdos se remontan a cuando era párroco en Boissy-Saint-Léger, en las periferias de París, donde convivían más de cuarenta nacionalidades. El periodo que estamos viviendo requiere que seamos cristianos, misioneros, artesanos de la paz más decididos, más ejemplares, en una palabra… más santos. En Francia, durante el otoño de 2005, aquellos suburbios salieron ardiendo. Fue una advertencia que olvidamos muy pronto. Un conflicto entre suburbios que acabó en cenizas. Y hace unos meses hubo una revuelta en la que participaron muchos jóvenes en pleno centro de Lyon. Por esto, la multiculturalidad social es un medio esencial para luchar contra la formación de guetos. El salesiano Jean-Marie Petitclerc lucha para permitir a los niños de las periferias ir al colegio o al instituto en los barrios elegantes. Pienso en esos profesores que eligen la periferia aunque su perfil estaría más destinado a dar clase a las elites. Hay que citar también a las asociaciones que mandan a jóvenes voluntarios a las periferias. Chapeau! Por último, debemos reflexionar sobre la esperanza que dejamos a los jóvenes de hoy. Algunos artículos sobre la infancia de los hermanos Kouachi describen la miseria extrema de su familia. ¿Qué imagen del hombre, en el sentido masculino del término, se ha dado a un chico de quince años? ¿La pornografía, el modelo americano de Rambo, la yihad? Es urgente una generación de cristianos disponibles que sepan dar razón de su esperanza y de aquello que constituye el valor de ser un hombre o una mujer. Desde este punto de vista, me alegra el renacer de las peregrinaciones de padres de familia y grupos de oración para madres.

El presidente egipcio Al-Sisi ha recordado a los líderes musulmanes que hay que «salir de nosotros mismos». ¿Qué piensa de esta posible «revolución religiosa» a la que se ha referido el presidente egipcio? ¿Conoce algún ejemplo?
Me ha llamado favorablemente la atención y me alegró mucho oír esta declaración. Veo que numerosas personalidades musulmanes están de acuerdo con este discurso. Hay que animarlas. Azzedine Gaci recuerda continuamente a los musulmanes de Lyon la fórmula «texto y contexto» que invita al lector del Corán a contextualizar las frases en un universo histórico, social y político, que le ayude a volver a poner las cosas en su perspectiva justa.

En su opinión, la eliminación de las religiones en el espacio público (por el principio de laicidad «a la francesa»), ¿es en parte responsable de lo que está pasando? ¿Hay una relación entre laicismo y polarización de los extremismos religiosos?
Por supuesto que sí, en parte. En un universo vacío de sentido, donde la única lógica que parece dominar el mundo es la del crecimiento y el mercado, se han abierto de par en par las puertas a las creencias más absurdas y violentas. Que la República sea inflexible con los terroristas es obvio, pero expulsar al hecho religioso en general de las puertas de una laicidad que está muy lejos de ser fiel al texto y al espíritu de la ley de 1905 significa que vuelvan a entrar por la ventana y en formas menos civilizadas. Por último, hay que citar la cuestión de la pobreza y la injusticia. Níger, por ejemplo, es el país más pobre del mundo, con el 30% de analfabetos, mientras sus grandes reservas de uranio las aprovechan las potencias occidentales. «No hay paz sin justicia. No hay justicia sin perdón», nos advirtió Juan Pablo II en la Jornada Mundial de la Paz de 2002, justo después de los atentados del 11 de septiembre.