Recolectoras de arroz en Matutum.

Los que esperan al Papa

Francisco parte hoy hacia Filipinas. Compasión, Eucaristía y misericordia son las palabras clave de este viaje, una oportunidad para «creer y vivir». El país que le espera, narrado desde allí
Giovanna Garbelli

Puedo asegurar que la palabra que más asoma en el corazón y en los labios de nuestro pueblo es “compasión”. Compasión por todo el sufrimiento que tiene que soportar, con una paciencia y un coraje admirables. Viene a mi cabeza ese fragmento del Evangelio donde Jesús mira a la multitud reunida para escucharle, y se conmueve. Seguramente habrá una multitud inmensa de fieles para recibir al Papa, a quien aquí todos sienten muy cercano, porque es capaz de comprender las dificultades de esta gente, continuamente a merced de los corruptos poderes locales. Una multitud que no espera que el Papa resuelva sus problemas, sino que espera verse confortado en la fe y encontrar el coraje necesario para seguir luchando. Una multitud que espera solidaridad, pero que también quiere mostrar y ofrecer al Papa su testimonio.

La Iglesia se ha preparado con mucho esmero para esta visita. Los obispos publicaron hace seis meses una carta pastoral titulada “Una nación llena de misericordia y compasión”. Todos saben que el Papa Francisco quiere encontrarse con las víctimas de los últimos desastres naturales, sobre todo con aquellos que lo perdieron todo el año pasado por la furia del tifón Haiyán. De ahí la insistencia en reflexionar sobre el tema de la misericordia y la compasión, para estar en comunión con el Papa cuando llegue. Y no solo eso, sino que en cada misa se ha invitado a todos los fieles a rezar alguna oración para que la visita se desarrolle en un ambiente de paz y alegría.

Cada diócesis enviará a cien representantes de las diversas comunidades para el encuentro con las familias en Manila. Todos esperan que este momento pueda ser el inicio de una nueva evangelización, gracias a la cual los valores de la familia, tan amenazada por las últimas leyes de control de la natalidad y por la creciente emigración, puedan volver a ser el eje de una auténtica sociedad cristiana.

Los obispos han sugerido el compromiso en obras de misericordia, dar espacio todos los días a un acto de compasión, como fijarse en cómo están los compañeros de trabajo, estar pendientes de sus preocupaciones, confortar a los que viven confusos, dar alimento a los más pobres, visitar a los presos. También se nos ha invitado a prepararnos para la visita con la confesión y la participación frecuente en la Eucaristía, dedicando parte de nuestro tiempo a la adoración eucarística.

Ciertamente, la gente espera que el Papa hable también de justicia y de las causas reales de la pobreza crónica, que afecta a la mayor parte de nuestro pueblo. Pero yo no diría que el tema social sea la gran expectativa para esta visita. Lo que la gente espera es encontrarse con una persona auténtica, con la verdad de Cristo, con el Cristo representado por su vicario en la tierra. Muchos de nuestra diócesis, situada en el sur profundo del país, quieren ir a Manila para escuchar al Papa, porque saben que sus palabras serán de gran ayuda para creer y para vivir.

Después del tifón Haiyán, la gente de Tacloban ha sentido una gran necesidad de pedir perdón a Dios por haberse alejado de él. ¿Qué pueblo reacciona así? Sin duda, también puede ser algo momentáneo que no produzca un cambio radical, pero el hecho de que solo la Iglesia esté verdaderamente presente para compartir el dolor de la gente creo que ha devuelto a muchos la fe. Creo que muchos han podido entender que no se trata solo de una tradición sino de una fuerza capaz de cambiar el presente.

Uno de nuestros amigos me decía que lo que más necesitamos es volver a ser educados, para poder estar en pie ante la presión del poder. La visita del Papa será una gran ocasión de educación para poder entender qué quiere decir de verdad ser cristianos y a qué tipo de dignidad estamos llamados. Todo el país estará en Manila para afirmar esta dignidad nuestra de hijos de Dios.
Sor Giovanna Garbelli, priora del monasterio trapense de Matutum (Filippinas)