El Papa Francisco con el presidente turco Erdogan.

En el diálogo, hacia la anhelada meta de la unidad

Marta Ottaviani

El balance del viaje del Papa Bergoglio a Turquía no podía ser más positivo. Al presidente Recep Tayyip Erdogan no le ha quedado otra opción que presentar esta visita del modo que pudiera resultar más útil a su país.
El viaje del Pontífice nació de una invitación enviada por Bartolomé I el pasado mes de marzo, que Erdogan secundó inmediatamente, nada más convertirse en jefe de Estado, el pasado mes de agosto. Francisco ha sido el cuarto Papa que visita Turquía, después de Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Pero esta misión tenía un valor especial tanto por lo que respecta al frente ecuménico como al ámbito propiamente político y diplomático.

De hecho, este año se celebra el cincuenta aniversario de la reanudación del diálogo entre católicos y ortodoxos. Ha transcurrido medio siglo desde que, en Jerusalén, el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Atenágoras, abrazó al Papa Pablo VI. El encuentro con Bartolomé I ha sido muy cálido. El jefe de la Iglesia de Oriente y el de la Iglesia de Occidente se conocen desde hace años. El objetivo estaba claro: continuar por el camino del diálogo y el acercamiento mutuo, cada uno con sus ritos, sus dogmas y sus instituciones, y tratar de cerrar la brecha abierta por el cisma de 1054.
En este sentido se sitúan las palabras del Papa Bergoglio en la misa en el Patriarcado ortodoxo de Constantinopla: «Quiero asegurar a cada uno de vosotros que, para alcanzar el anhelado objetivo de la plena unidad, la Iglesia Católica no pretende imponer ninguna exigencia, salvo la profesión de fe común, y que estamos dispuestos a buscar juntos», dijo el Papa Francisco. Un concepto reiterado también en la Declaración conjunta con Bartolomé I, en la que se puede leer: «Expresamos nuestra resolución sincera y firme, en obediencia a la voluntad de nuestro Señor Jesucristo, de intensificar nuestros esfuerzos para promover la plena unidad de todos los cristianos, y sobre todo entre católicos y ortodoxos».

El Pontífice y el Patriarca instan también a promover un «diálogo constructivo con el islam, basado en el respeto mutuo y la amistad». Y añaden: «como líderes cristianos, exhortamos a todos los líderes religiosos a proseguir y reforzar el diálogo interreligioso y de hacer todo lo posible para construir una cultura de paz y la solidaridad entre las personas».

Palabras muy firmes y, a propósito del diálogo, el verdadero núcleo de la situación es ver cómo serán acogidas, en la práctica, por el otro sujeto del diálogo, es decir, el mundo musulmán. Empezando por Turquía, escenario de esta declaración y país que, aunque siempre a nivel más teórico que otra cosa, se presenta como candidato a entrar en la Unión Europea.

El Papa Francisco llegó al país de la media luna en una situación aparente más tranquila que su predecesor, Benedicto XVI, cuya estancia en Turquía resultó particularmente complicada debido a la polémica generada por su interpretación manipulada y sesgada de su discurso en Ratisbona. El clima general era ahora más relajado. Aparte del periódico islámico Milli Gazete, que el día que llegó el Papa decía en portada «Hos Gelmedin» («No eres bienvenido»), todos los demás han esperado las palabras del Pontífice antes de juzgarlo.

Los comentarios sobre su discurso durante su encuentro con el presidente de la República, Recep Tayyip Erdogan, son entusiastas. Las rígidas medidas de seguridad impidieron al Papa Francisco detenerse con las decenas de fieles que le esperaban cerca de la antigua basílica de Santa Sofía. En la capital, en una situación de extrema cordialidad por parte de las autoridades turcas, el clima resultó más frío respecto a su discurso. La prensa ha alabado las formas sencillas y espontáneas del Papa Bergoglio y su decisión de pasar por Ankara en un Passat y por Estambul en un Renault. Una distancia sideral con el presidente Erdogan, que unos días antes había sido muy criticado por su nuevo palacio presidencial, que ha costado la exorbitante cifra de 600 millones de dólares. Pero lo que ha atraído la simpatía de todos los medios, sin importar la orientación política, ha sido el mensaje de paz lanzado al islam.

Ibrahim Kalin, uno de los hombres más cercanos a Erdogan, se ha valido del viaje de Francisco para criticar indirectamente a Benedicto XVI y en su comentario al primer día del Papa en Turquía ha dicho: «El Papa Francisco llega a Turquía con una agenda similar a la de Benedicto, pero con tonos y actitudes muy distintas. Mientras que Benedicto era un teólogo antes que otra cosa, Francisco es un hombre de acción y humildad».

Lo que Kalin no ha tenido en cuenta es que desde 2006, cuando Ratzinger visitó Turquía, también ha cambiado, y mucho el tono del presidente Erdogan. Nada más llegar el Papa, el jefe de Estado turco no dudó en lanzar una auténtica invectiva contra un Occidente solo interesado en el dinero de los musulmanes. En su discurso, ha vuelto a plantear los temas que más le preocupan, como son la caída del dictador sirio alauí, Bashar al-Assad, y el presidente egipcio Al-Sisi, en el segundo caso criticando indirectamente al propio Pontífice, que le había recibido pocos días antes en Roma.

Una situación paradójica, que el periódico de la oposición Cumhuriyet resumió con el titular «Del Papa la oración, de Erdogan el reproche». Pocas palabras que retratan las distintas actitudes de dos hombres y tal vez incluso la diferencia de sus objetivos. Por una parte el Papa Francisco que busca el diálogo con el islam, por otra Turquía, que lleva tiempo acreditada en la lucha no solo entre el islam suní y chií, sino también en la guerra interna entre facciones sunitas, y que aspira a convertirse en un país de referencia en la región. Sigue en pie, con mucha fuerza, la duda sobre quién será verdaderamente capaz de acoger esta invitación al diálogo por parte del Pontífice.