El libro de la misericordia de Dios

Conociendo a Teresa de Jesús
Carmen Pérez

Todos los escritos de Teresa de Jesús son “libro” de la Misericordia de Dios en ella, de las maravillas que Dios hizo en ella y a través de ella. Por mandato de su confesor escribe «el modo de oración y las mercedes que el Señor le ha hecho» y ella dice que «le tenían que dar licencia para que por menudo y con claridad dijera sus grandes pecados y ruin vida. Pero no han querido atándome mucho en este caso». Ella siente que hay santos que después de su encuentro con el Señor no le tornaban a ofender. «Yo no solo tornaba a ser peor sino que parece traía estudio a resistir las mercedes que su Majestad me hacía». Pero se lo han mandado y lo hace y que sirva para agradecer algo de todo lo que debe al Señor.

El libro de la Vida es el primero que escribe santa Teresa de Jesús, el más espontáneo y fresco, fiel reflejo de su personalidad y su experiencia humana y sobrenatural.
Lo escribe inicialmente en 1562 en una edición ya perdida. Pero vuelve a escribirlo de nuevo, basándose en el texto inicial, en 1565.
El libro es una biografía tanto interna como externa, pues además de describir acontecimientos mundanos, también nos relata sus experiencias espirituales y nos enseña a orar. Muy a menudo convierte su relato en una oración.
Los capítulos 1 al 10 sí son biográficos en el sentido convencional, pero los que siguen, del 11 al 22 son un tratado de oración, y del 32 al 36 nos describe la primera fundación del convento de San José de Ávila.
En su prólogo comienza: «Quisiera yo que, como me han mandado y dado larga licencia para que escriba el modo de oración y las mercedes que el Señor me ha hecho, me la dieran para que por muy menudo y con claridad dijera mis grandes pecados y ruin vida» (Vida, Prólogo, 1). Escribe por obediencia, no por gusto, y considera incompleto el relato en que le piden excluya sus faltas.
En la primera parte del libro Teresa nos relata su infancia y juventud, la muerte de su madre y la posterior de su padre. También su ingreso a la vida religiosa en 1535 con 20 años. A esta etapa le siguen 20 años de vida monástica con relajada tibieza y oración mental en sequedad, en una tensión por perseverar y desprenderse del mundo. Ella misma nos cuenta: «Cuando estaba en los contentos del mundo, en acordarme lo que debía a Dios, era con pena; cuando estaba con Dios, las afecciones del mundo me desasosegaban» (Vida 8,2).
Define más adelante oración mental: «…que no es otra cosa oración mental –a mi parecer–, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8,5). Insistiendo en todo momento al lector en que no deje nunca esta oración.
La intensidad de su vivencia religiosa comienza a adquirir más fuerza desde que lee las Confesiones de San Agustín, y también le causa grave impresión un Cristo muy llagado que trajeron a guardar al oratorio (Vida 9)
Explica entonces la barrera que nos ponemos para acercarnos a Dios: «Mas parécenos que lo damos todo, y es que ofrecemos a Dios la renta o los frutos y quedámonos con la raíz y posesión». (Vida 11,5).
El párrafo que sigue merece atención pues refleja dos aspectos muy interesantes. El primero, que no solo se dirige a religiosos y monjas, sino a todo el que comienza vida espiritual. El segundo, su batalla contra la honra, el orgullo que más adelante definirá como uno de los peores males, también en los monasterios: «Parece también que dejamos la honra en ser religiosos o en haber ya comenzado a tener vida espiritual y a seguir perfección, y no nos han tocado en un punto de honra, cuando no se nos acuerda la hemos ya dado a Dios y nos queremos tornar a alzar con ella» (Vida 11,2). Y respecto a la honra más adelante: «si no quitan esta oruga… otras virtudes quedarán, mas todas carcomidas… por poco que sea el punto de honra es como en el canto de órgano, que un punto o compás que se yerre disuena toda la música» (Vida 31,21).

Grados de oración
Los capítulos 11 a 23 del libro de la Vida son un tratado de oración clásico y único, donde compara los niveles de oración con cuatro formas de regar un huerto. Las flores que este dará son las virtudes:

1. Riego acarreando el agua con cubos desde un pozo.
Corresponde con la oración mental, interior o meditativa, que es un discurso intelectual sin repetición de oraciones aprendidas. Se trata de recoger el pensamiento en el silencio, evitar las continuas distracciones y comenzar un diálogo con Dios, sin artificios ni protocolos, como se habla con un amigo. Es la etapa que más esfuerzo personal requiere. Iniciar este camino supone luchar con continuas distracciones y las atracciones del mundo, a menudo también contra la tristeza y las dudas.

2. Riego trasegándola con una noria.
Oración de quietud: también llamada contemplativa. La memoria, la imaginación y razón experimentan un recogimiento grande, aunque persisten las distracciones ahonda la concentración y la serenidad. El esfuerzo sigue siendo personal, se comienza a gustar de los frutos de la oración, lo que nos anima a perseverar.

3. Riego con canales desde una acequia.
Oración de unión: El esfuerzo personal del orante es ya muy pequeño: memoria, imaginación y razón son absorbidas por un intenso sentimiento de amor y sosiego: «Quiere el Señor aquí ayudar al hortelano… es un sueño de las potencias, que ni del todo se pierden ni entienden como obran. El gusto y suavidad y deleite es más sin comparación que lo pasado… Es un glorioso desatino, una celestial locura, adonde se aprende la verdadera sabiduría…» (Vida 16,1).

4. Riego con la lluvia que viene del cielo.
Éxtasis o arrobamiento: «El Señor me enseñe palabras como se pueda decir algo la cuarta agua… Acá no hay sentir, sino gozar… se goza un bien, adonde junto se encierran todos los bienes… Ocúpanse todos los sentidos en este gozo de manera que no queda ninguno desocupado para poder en otra cosa exterior ni interiormente. No queda poder en el cuerpo ni el alma le tiene para poder comunicar aquel gozo» (Vida 18, 1).

El texto está cuajado de advertencias sobre la perseverancia, sobre etapas en que se vuelve muy atrás, sobre no querer uno levantar el vuelo solo. Y continuas llamadas a la humildad, comienzo de toda la oración y también fruto de la misma: «…todo está en lo que su Majestad quiere y a quien quiere darlo; mas mucho va en determinarse a quien ya comienza a recibir esta merced en desasirse de todo…». Desasirse de todo abarca no solo los bienes mundanos, sino los regalos que recibimos en forma de virtudes, paz o sosiego, a ellos tampoco debemos apegarnos.
En el capítulo 29,3 nos describe la transubstanciación: «veía un ángel cabe mí… Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Éste me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas; al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios».
En el capítulo 32 tiene una espantosa visión del infierno de la que sale reforzada: «Después de acá, como digo, todo me parece fácil en comparación». De su deseo de hacer todo lo posible por la salvación de las almas surge el carisma del Carmelo Descalzo: «Pensaba qué podía hacer por Dios, y pensé que lo primero era seguir el llamamiento que su Majestad me había hecho a religión, guardando mi Regla con la mayor perfección que pudiese. Y aunque en la casa adonde estaba había muchas siervas de Dios y era harto servido en ella, a causa de tener gran necesidad salían las monjas muchas veces…Y también no estaba fundada en su primer rigor la Regla, sino guardábase conforme a lo que en toda la orden, que es con bula de relajación, y también otros inconvenientes, que me parecía a mí tenía mucho regalo, por ser la casa grande y deleitosa» (Vida 32,9) «… a la manera de las descalzas» (Vida 32,10)
Tuvo que vencer muchos obstáculos para su primera fundación, desde la oposición y burla de muchos de sus contemporáneos, incluyendo sus compañeras y confesores, hasta su propio apego a la cómoda vida que tenía y su amplia celda.
Santa Teresa escribe una carta final remitiendo su libro a sus superiores: «…Yo he hecho lo que vuestra merced me mandó en alargarme, a condición que vuestra merced haga lo que me prometió en romper lo que mal le pareciere».
El libro fue muy estudiado, hasta por la inquisición. El padre Domingo Báñez escribía en 1575: «Sola una cosa hay en este libro en que poder reparar, y con razón; basta examinarla muy bien: y es que tiene muchas revelaciones y visiones, las cuales siempre son mucho de temer, especialmente en mujeres, que son más fáciles en creer que son de Dios…».
El libro se publicó varios años después de la muerte de Santa Teresa.

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