El cardenal O'Malley en el Duomo.

O'Malley: «Gritad al mundo la belleza del cristianismo»

Francesca Mortaro

«Somos anunciadores del Evangelio para testimoniar al mundo lo que mejor responde a las necesidades del hombre». Es el mensaje que Sean Patrick O’Malley lanzó a la diócesis de Milán reunida en el Duomo. El arzobispo de Boston habló de su experiencia en su tierra, en el tercer encuentro promovido por el arzobispo de Milán Angelo Scola con pastores de las metrópolis del mundo entero sobre el tema de la evangelización en el tercer milenio. Las dos citas anteriores fueron con el arzobispo de Viena, Christoph Schonborn, y el de Manila, Luis Tagle.

O’Malley llegó a Boston en 2003 y se encontró con una situación muy difícil: «En 2002 estalló el escándalo de los abusos sexuales a menores cometidos por algunos sacerdotes de la diócesis», contó el arzobispo: «Muchos católicos quedaron impactados y turbados, pusieron en duda su fe y abandonaron la Iglesia». El nuevo arzobispo tuvo que enfrentarse a un clima de desconfianza, incluso dentro del propio clero, «desorientado, sometido a las burlas y comentarios de todos, sobre todo de la prensa».

¿Por dónde volver a empezar? «Nada más llegar, decidí reunirme con todas las víctimas de los abusos y sus familias para pedirles perdón», narró O’Malley: «Al conocerles, comprendí lo profundo que era su dolor, lo vivas que estaban sus heridas. Fue una verdadera gracia poder cruzar mi mirada con las suyas». Así empezó la nueva evangelización en la ciudad de Boston. Con el encuentro, la oración y una vida compartida. «La plaga de los abusos era verdaderamente grande y dolorosa», señaló O’Malley, «nunca debían repetirse episodios similares. Así que empecé a hacer un camino con todos los sacerdotes: encuentros regulares para sostenernos en la vocación y en la vida entera, para ayudarnos a mantener viva nuestra relación con Dios y con los hermanos».

El escándalo de los abusos a menores afectó también gravemente a la economía de la diócesis: «Estábamos al borde de la bancarrota y la quiebra, con casi 30 millones de dólares de deudas y un millar de causas penales en curso. Los fieles, decepcionados, dejaron de hacer donaciones», explicó O’Malley: «La única manera de recuperarnos era afrontar todo esto con verdad, al lado de los fieles. Pusimos en marcha una acción de transparencia, poniendo a todos al corriente de la desastrosa situación financiera en que se encontraba nuestra iglesia. Y después nos pusimos a rezar». El dinero empezó a llegar, junto a otras muchas personas que se habían perdido por el camino, reconquistadas por aquella frescura en el modo freso y verdadero de hacer las cosas del nuevo arzobispo.

«Para evangelizar una gran metrópolis también hace falta un poco de creatividad», destacó O’Malley: «Y además hay que saber arriesgar». El padre capuchino hablaba y sonreía mientras contaba cuando, junto a algunos de sus colaboradores, pensó en abrir un blog para difundir la palabra de Jesús. «Teníamos un poco de miedo, no sabíamos qué nos íbamos a encontrar, tampoco estábamos seguros de que fuera el instrumento más adecuado. Pero decidimos probar igualmente y en la primera semana de vida de nuestra web registramos más de tres millones de clics. Entonces comprendimos las grandes posibilidades que ofrecía internet: verdaderamente podíamos llegar a millones de personas. Y así fue».

Del blog a las redes sociales, todo se convirtió en instrumento de evangelización. «Antes de entrar en la iglesia, mis sacerdotes no piden a los fieles que apaguen sus teléfonos», comentó O’Malley, «sino que les dicen: abrid vuestro Facebook y escribid que estáis entrando en la iglesia, que estáis en misa. Gritad al mundo la belleza del cristianismo, invitad a todos a vivir la fe».

El arzobispo describió la ayuda constante que la iglesia de Boston ofrece a los necesitados, a los pobres y a los inmigrantes, siguiendo el ejemplo del Papa Francisco: «Muchas personas quedan impactadas por la caridad que se respira en nuestras parroquias, sobre todo personas no creyentes y con prejuicios hacia los cristianos». Y concluyó: «Debemos convertirnos en un equipo de misioneros en camino hacia la belleza. Y solo lo podremos ser si seguimos a Cristo, que es capaz de hacer nuevas todas las cosas, incluso la violencia y el miedo. Incluso los errores».