Eduardo Eliseo Martín, arzobispo de Rosario

Enrique María Serra

Rosario es la tercera ciudad en número de habitantes de Argentina, después de la capital, Buenos Aires, y de la mediterránea Córdoba. A nivel eclesiástico es un arzobispado con un laicado organizado muy ligado a la experiencia de la Acción Católica. Monseñor Eduardo, tras ocho años de muy feliz episcopado en la Diócesis de la Villa de la Inmaculada Concepción de Río IV (provincia de Córdoba), llega a Rosario nombrado –inesperadamente– por el Papa Francisco para renovar el clima eclesial de la arquidiócesis y asegurar su proyección misionera en estos tiempos difíciles. Rosario se originó alrededor de la capilla de la Virgen del Rosario, en el pago de los Arroyos, venerada desde 1725. Junto con la ciudad, la arquidiócesis de Rosario cubre 45 poblaciones entre ciudades y pueblos.
La importancia actual del nombramiento está determinada por diversos factores: el desarrollo industrial y económico creciente; la actividad portuaria, pues Rosario es puerto fluvial de embarque para los “commodities” cerealeros-trigo-soja; su tradición patriótica, en cuanto que es la cuna de la bandera patria, cuyos colores están tomados del manto de la Virgen; su componente histórico-político, en cuanto heredera del anarco-socialismo de inicios del siglo XX (y que le valiera el mote de “la Chicago” argentina) de tinte agnóstico militante, progre y socialista, que se impone en las urnas al justicialismo; la reciente llegada y concentración de migraciones internas de la última década, con poblaciones indígenas y marginales en condiciones habitacionales míseras (la circunvalación de la ciudad es un enorme “anillo” de “villas” y de miseria, con falta de trabajo, desnutrición infantil y enfermedades múltiples), se ha vuelto terreno propicio para la radicación de múltiples bandas de narcos y sus secuelas (muertes y clientelismo cautivo, sicarios, etc.) que enlutan aún más la pobreza circundante y la delincuencia de todo tipo.
Resulta a todas luces claro que el desafío evangelizador para el obispo y la comunidad eclesial es enorme. La sencillez, la claridad de juicio y de palabra de monseñor Eduardo y su bondad se convierten en un anuncio de vida nueva para todos.