Padre Gianfranco Matarazzo.

«La gente quiere saber qué es el hombre»

Francesco Inguanti

El próximo 31 de julio los jesuitas tendrán en Italia a un nuevo Provincial, el padre Gianfranco Matarazzo, actualmente director del centro Pedro Arrupe en Palermo.
El término Provincial, traducido al lenguaje actual, corresponde al nombramiento del Superior de los Jesuitas en Italia. Los jesuitas articulan su presencia en el mundo mediante entidades administrativas llamadas “provincias”, que tendencialmente se corresponden con los diversos países. El nombramiento lo hace el Superior internacional, que actualmente es el padre Adolfo Nicolas, y tiene lugar después de un proceso de consultas y conversaciones. El resultado es por tanto fruto de un profundo y largo diálogo.

El padre Gianfranco Matarazzo, 50 años, tiene sobre sus espaldas una larga experiencia con los jóvenes y una vocación adulta, que llegó después de que completara su formación profesional. El pasado 30 de mayo participó en la presentación del libro de Alberto Savorana Vita di don Giussani en Palermo. Tuvo así la ocasión de “conocer” a don Giussani, mediante la lectura de ese texto.

Padre, ¿cómo nació su vocación?
Mi vocación se manifestó en la adolescencia: de joven viví una larga y hermosa experiencia de formación parroquial y diocesana. Primero en la diócesis donde vivía y luego en Nápoles, donde completé mis estudios universitarios.

¿Cómo llegó a la Compañía de Jesús?
Durante los años de universidad encontré una gran acogida y disponibilidad por parte de los jesuitas en la iglesia del Gesù Nuovo de Nápoles.

¿Qué le llamó la atención aquellos años de la experiencia de la Compañía de Jesús?
Me conquistó la cura personalis de los jesuitas y el servicio eclesial con el que el carisma ignaciano me relanzó. En particular, el Señor quiso que en ese encuentro yo experimentara la Buena Notica de Jesús muerto y resucitado, según el modo de proceder del carisma ignaciano.

¿Y su formación jurídica?
Después de graduarme, proseguí con mis estudios de Derecho Administrativo y Ciencias de la Administración, y conseguí la habilitación para ejercer como abogado. Cuando entré en los jesuitas, estudié filosofía, teología y ética. El trasfondo jurídico me ha marcado profundamente y dio un cierto estilo al servicio que me fue confiado.

¿Qué tipo de servicio?
Me dedicaba al sector social de los jesuitas en Italia (casi 40 entidades asociativas en gran parte guiadas por laicos), atendía los casos de abusos sexuales; me encargaron la dirección de la Escuela de Servicio Social de Módica, en Sicilia. Recibí la ordenación sacerdotal en 2003 y justo después me enviaron al Instituto Arrupe de Palermo, donde soy director desde 2009. También he sido consejero del Superior de Europa.

¿Qué se llevará a Roma de su experiencia siciliana?
Sicilia es una tierra que he aprendido a amar: contradictoria, capaz de autolesionarse, de morir y de volver a vivir. Es un territorio que ha estado sometido a una humillación agotadora. Al mismo tiempo, ha sabido conservar sus valiosos recursos y su capacidad de fecundación, a pesar de todo lo anterior. Tiene una gran necesidad de regeneración y eso me hacía sentir siempre en un terreno de frontera, una experiencia que también en estos últimos años me ha enriquecido profundamente, pues me han invitado muchas veces.

¿Desde dónde le invitan más, desde el contexto cultural o desde el social?
El mundo de la cultura siciliana es una realidad compleja y he tenido experiencias de todo tipo: desconfianza, cerrazón, autorreferencia, cansancio, propuestas de alianzas, apoyo… Me parece más novedoso el tejido social, de los barrios y del interior, los jóvenes, los emprendedores, la Iglesia local, los ambientes universitarios.

¿Cuáles son las principales urgencias que quiere atender desde su nueva responsabilidad?
Los jesuitas en Italia tienen una larga experiencia de presencia eclesial y social, caracterizada por la atención a los pobres, a los jóvenes y a la cultura. Esta herencia la tengo muy presente, aunque hoy se mezcla con cierta fatiga y pesadez.

Desde su puesto, ¿cómo valora la experiencia de CL, sobre todo entre los jóvenes?
CL es un carisma importante que la Iglesia ha sabido reconocer, promover y poner a disposición del hombre contemporáneo. La especificidad de la que se ha hecho portador ha permitido a este movimiento asumir una presencia y una capacidad de acción innovadoras en el panorama eclesial y social. Entre sus ámbitos de presencia, es muy importante la atención a los jóvenes y, sobre todo, a los universitarios: la presencia de CL en estos lugares y los frutos obtenidos constituyen una confirmación de la actualidad de este carisma.

Concretamente, en Palermo, ¿cómo es la relación entre los jesuitas y CL?
En estos años se ha expresado mediante un servicio común que hemos prestado en la Iglesia local. Ha nacido una amistad hecha de estima y familiaridad, que ha generado también algunas iniciativas públicas interesantes, sobre todo de carácter cultural, en las que hemos colaborado juntos. Este estilo expresa un trabajo de fondo más amplio, que ha tratado de valorar la riqueza de los carismas eclesiales presentes en la Iglesia particular de Palermo. A Roma también me llevaré esta experiencia, que me llena de una responsabilidad aún mayor.

¿Qué es lo que más le ha llamado la atención de la figura de don Giussani?
No conocí personalmente a don Giussani, pero se me han hecho evidentes tanto su presencia como su propuesta. Valoro mucho en su itinerario su capacidad para afrontar de formas nuevas las preguntas decisivas del hombre contemporáneo y para ofrecer propuestas formativas muy robustas. Además, fue capaz de hacer todo esto en un momento muy delicado del panorama social y testimonió los recursos que la fe cristiana sigue poniendo a disposición del hombre de hoy. E hizo todo esto de un modo original, poniendo sus recursos culturales, teológicos y espirituales a disposición de todos.

¿Qué aspectos destacaría del texto de Alberto Savorana?
Me han llamado la atención algunos tramos del itinerario formativo de don Giussani, que Savorana ha sabido destacar con gran maestría y que se pueden resumir así: el cauce cristiano, el cauce católico, el cauce diocesano, la perspectiva de los carismas, el desafío de la permeabilidad de la fe, los lugares antropológicos actuales. Desde mi punto de vista, me parecen los rasgos esenciales del carisma ciellino.

¿En qué sentido se refiere a los carismas?
La perspectiva de los carismas y su complementariedad nos restituye y recompone, gracias a la Iglesia, un amplio horizonte común de servicio. Veamos la situación actual: la gente no nos pregunta por los grupos y los movimientos en la parroquia. Quiere saber qué es el hombre, cómo se puede vivir, afrontar los temas de la agenda pública (la familia, la educación, la cuestión del género, el bien común, la sociedad multicultural, el estado de nuestras ciudades, las decisiones continentales y los asuntos internacionales). Es lo que el Papa Francesco decía en la reunión de la Congregación de los obispos el pasado mes de abril: «La gente ya conoce con dolor la experiencia de muchas rupturas: necesitan encontrar en la Iglesia la permanencia indeleble de la Gracia del inicio».

¿Por qué señala la permeabilidad de la fe?
Porque del recorrido hecho por don Giussani, emerge la importancia de encontrar al hombre en los ambientes en que vive realmente: de ahí su decisión de dar clase en la escuela pública y luego seguir a los jóvenes durante su experiencia universitaria. Por tanto, no se trata de ambientes protegidos sino de ambientes expuestos y decisivos, donde se sumerge en una antropología real. Aquí se delinea el drama del mundo. La decisión de estar presente en la escuela pública constituye el paso a una presencia real en el debate público y, después, en el compromiso sociopolítico. Esto, para Giussani, no nace de una actitud defensiva de conservación nostálgica del pasado sino sobre todo del intento de medirse con la secularización.