En Sarajevo, el congreso de la Fundación Oasis.

Entre las flores rojas de Sarajevo

Marco Bardazzi

Por las calles de Sarajevo resulta fácil pasear sobre trozos de cemento manchados de rojo. Manchas que a primera vista hacen pensar en la creación de un artista inspirado en el expresionismo abstracto. «Son nuestras rosas de la memoria», cuenta Mohammed, un joven yemení-bosnio que nos guía por la capital. «Nos recuerdan los puntos de la ciudad donde las granadas causaron estragos durante el asedio de los años noventa».

El deseo de paz se percibe más fuerte en las ciudades que han conocido la guerra. Y en Sarajevo ese deseo no es sólo eso, es un grito y un desafío para afrontar cada día. Con toda la fragilidad de una flor, que corre el riesgo de volver a transformarse un día en rosas de sangre sobre los baldoquines.

«El diálogo no tiene alternativas. La alternativa es la guerra», repite el cardenal Vinko Puljic, el arzobispo que encarnó la esperanza en los años más oscuros de una Sarajevo asediada, que todavía hoy guía a una diócesis drásticamente redimensionada: los católicos eran medio millón antes de la guerra y hoy son menos de doscientos mil. «Ya hemos tenido demasiadas guerras: en el siglo pasado vivimos tres conflictos terribles y sangrientos. Ahora valoramos mucho la paz».

El testimonio del cardenal fue uno de los momentos clave del undécimo encuentro internacional del comité científico de Oasis, la fundación creada por el cardenal Angelo Scola, que con los años se ha convertido en uno de los observatorios más importantes sobre la transformación del mundo islámico y sobre la presencia de los cristianos en los países árabes y musulmanes. La elección de Sarajevo para el encuentro anual de Oasis está muy vinculada al tema, delicadísimo, sobre el que han debatido los expertos que han participado, procedentes de decenas de países: «La tentación de la violencia. Religiones entre guerra y reconciliación». Un terreno minado que hay que explorar con cautela, con la mirada dirigida hacia el pasado, para poder descifrar la complejidad del significado del concepto de “yihad”. Pero también hacia el presente, para poder encontrar claves de lectura de dramas como los que están viviendo en Siria o Iraq.

El cardenal Puljic recordó con gratitud el trabajo y las palabras de Juan Pablo II, que se refirió repetidamente a Sarajevo como «ciudad símbolo del siglo XX», y que lanzó desde aquí, en 1997, un fuerte llamamiento a la paz, que conserva una extraordinaria actualidad. «La paz si todos saben trabajar en la verdad y la justicia, saliendo al encuentro de las expectativas legítimas de los habitantes de esta región, que, en su variada composición, pueden convertirse en un símbolo para toda Europa», dijo el Papa en la capital, que empezaba lentamente a renacer tras los acuerdos de Dayton.

¿Sarajevo sigue siendo hoy un signo para Europa? Desde muchos puntos de vista, sí, por haber sabido reconstruir una convivencia pacífica después de las masacres, en una tierra dividida entre tres etnias y en una capital donde conviven cuatro religiones (católicos, cristianos ortodoxos, musulmanes y hebreos). Ver estos días a todos ellos juntos por la calle, siguiendo los partidos del primer Mundial en el que participa la nueva Bosnia, es un buen signo.

Pero las heridas siguen abiertas, agravadas por la crisis económica. «Es un periodo difícil, pero dependemos los unos de los otros, y la convivencia es decisiva», explicó en el encuentro de Oasis la más alta autoridad local musulmana, el Reis-ul-ulema Husein ef Kavazovic. «Nuestra responsabilidad es hacer que, en el lugar de las flores que honran a nuestros muertos, crezcan flores de perdón y reconciliación».

Según el cardenal Puljic, «lo difícil es curar las heridas de nuestros corazones y reconstruir relaciones humanas positivas». Una prueba de ello está en Sarajevo, un caso prácticamente único, donde los profesores de la escuela católica europea "S. Josip" han organizado las sesiones de trabajo de Oasis: un auténtico “oasis” de convivencia ciudadana, con jóvenes de las diversas etnias que viven sus años escolares juntos y que miran con esperanza hacia Europa. Esa misma Europa de la que sus coetáneos de la UE son cada vez más escépticos aquí es un sueño y una meta a alcanzar.

Sarajevo también es una ciudad simbólica por esto: es una advertencia para el resto del continente. Aquí, el 28 de junio de hace cien años, el famoso atentado en el Puente Latino desencadenó la Primera Guerra Mundial (las conmemoraciones del centenario ya han comenzado). Y también aquí, hace solo veinte años, tres años de asedio y once mil muertos recordaron a Europa lo frágil que es la paz.

¿Las religiones tienen alguna responsabilidad en todo esto? ¿Son portadoras de violencia en nombre de Dios? Las intervenciones en el comité de Oasis han profundizado en esto, con testimonios de Nigeria que lucha con Boko Haram, de la India y de varias zonas de Oriente Medio. «No podemos aceptar como normal el hecho de que muchas sociedades musulmanas estén sufriendo la violencia», afirmó el cardenal Scola en su intervención, que envió por escrito al no poder estar presente por compromisos de última hora. «Aunque sin duda no son las únicas que conocen este problema, este fenómeno ha asumido en los últimos años unas dimensiones extremadamente preocupantes, generando un éxodo inenarrable, tanto de cristianos como de musulmanes, que está privando a muchos de estos países de sus mejores recursos».

“Yihad” no es un concepto de violencia, ni mucho menos lo era en los textos clásicos del islam ni en sus primeras interpretaciones, como señaló Asma Afsaruddin, Indiana University Bloomington (Usa). Aunque sus tesis fueron recibidas con cierto escepticismo por muchos de los participantes procedentes de países de mayoría musulmana, convencidos de que las afirmaciones de la profesora americana reflejaban una lectura sin duda importante, pero que no muestra las interpretaciones que prevalecen en el mundo del islam.

Durante las sesiones de trabajo también hubo espacio para explorar y refutar con detalle la tesis que afirma que el monoteísmo en general está en la raíz de la violencia. Javier Prades, rector de la Universidad Eclesiástica San Dámaso de Madrid, buceó hasta el corazón de un prejuicio extendido que se apoya en las ideas de Schopenhauer y que ve en el relativismo la única opción creíble para las democracias liberales. «La violencia en nombre de Dios es una desviación de la doctrina cristiana», explicó Prades, y entre las religiones monoteístas el cristianismo se distingue en este sentido de un modo sorprendente en la historia: «Dios Padre nos libera de la violencia mediante la libre entrega de su Hijo, que sufre en su propia persona la violencia humana para vencerla. Uno de la Trinidad eligió libremente sufrir para liberarnos de la violencia».

Un ejemplo que Prades ve que se vuelve a proponer hoy en las figuras de los mártires, como los monjes cistercienses de Tibhirine, asesinados en Argelia, cuyo lugar de martirio es ahora meta de peregrinaciones tanto cristianas como musulmanas.

La sangre y el odio, recordó Scola, se vencen con «el coraje del perdón. Hay que saber pedir perdón y perdonar. Verdaderamente, no hay paz sin justicia, y no hay justicia sin perdón».