El Papa Francisco a la orilla del Jordán.

La sed de un pueblo

Simon Suweis

El Papa Francisco ha llegado a Jordania en un momento difícil, tanto por la situación de inestabilidad crónica de Oriente Medio como por los conflictos vecinos en Siria e Iraq. La ciudad de Amman empezó hace más de dos semanas a colgar banderas y carteles de bienvenida al Papa Francisco. Los periódicos estos días han hablado de su visita como de un importante evento político para Jordania, y ha sido un acontecimiento de gracia para nosotros, los cristianos. Muestra de ello es que el Estado jordano ha puesto a disposición gratuita el uso de los medios de transporte público para permitir a los cristianos que pudieran llegar, desde todas las parroquias de la capital y de los alrededores, al International Stadium donde el Papa celebró la santa misa.

Esta visita ha prendido en los corazones de todos los cristianos jordanos, el 3% de la población, de los que 80.000 son católicos, la llama del amor. Francisco es el cuarto Papa que viene a Jordania, después de Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI.

La visita de Francisco llega en un momento muy delicado para los cristianos de Oriente Medio, a causa de la situación generada por el extremismo islámico con la persecución de muchos, martirizados por su fe, especialmente en Siria, Egipto e Iraq.
Su llegada ha traído paz, amor y alegría. La paz que necesitamos, que viene de la conversión. Creo que esta visita nos fortalecerá para afrontar lo que está sucediendo aquí, para seguir siendo generosos con los demás, como nos pidió en su momento Benedicto XVI: «Vosotros los cristianos sois testigos de Jesús en vuestras obras de caridad y de amor». Nos ha confortado, nos anima a dar lo mejor de nosotros mismos permaneciendo en esta tierra.

Hay cosas que me han llamado especialmente la atención durante estos días memorables. Sobre todo lo que me ha contado Teresa, una estudiante italiana que ha venido este año para estudiar árabe en la Universidad de Amman. Teresa acompañó al estadio a una chica filipina, Alona, que lleva 16 años viviendo en Jordania y que antes trabajó como asistenta doméstica en una familia musulmana. Alona no pudo ir a ver, por su trabajo, ni a Juan Pablo II ni a Benedicto XVI, y en el encuentro con el Papa Francisco estaba contentísima: siempre había pensado que ver al Papa era la mayor gracia que podía recibir en su vida. No dejaba de darle las gracias a Teresa, de hacer fotos y decir que nunca había vivido algo tan hermoso. Teresa nos contaba que mirando su certeza, su fe y su alegría, se había sorprendido deseando eso que estaba viendo también para sí misma.

En Jordania hay muchos inmigrantes cristianos, muy pobres, procedentes de Extremo Oriente o de Egipto. La mayoría trabaja en condiciones de semi-esclavitud para las familias más ricas del país y con perseverancia se sacrifican para enviar dinero a sus familias, que siguen en sus países de origen y no dejan de perseverar también, silenciosamente, en su fe. El encuentro de estos días ha sido para ellos un acontecimiento que les ha dado fuerza y esperanza.

Para Teresa, ha sido conmovedor ver la necesidad de estos cristianos que asistieron a la celebración, su deseo de tocar y encontrarse carnalmente con Jesús en la persona del Papa en esta tierra sufriente. Ha visto a la gente vivir este gesto con alegría, como si, sedienta desde hace tiempo, finalmente hubiera hallado la posibilidad de beber el agua que anhelan.

La invitación del Papa Francisco a «vivir junto a musulmanes y hebreos amando al único Dios» nos compromete a los cristianos a ser testigos de la paz y a amar a todos los pueblos; nos pide con fuerza «que prepare nuestros corazones al encuentro con los hermanos más allá de las diferencias de ideas, lengua, cultura, religión; que unja todo nuestro ser con el aceite de la misericordia que cura las heridas de los errores, de las incomprensiones, de las controversias».

He escuchado el relato de familiares y amigos jordanos, incluso también el de grupos de turistas que estaban de paso y han querido asistir al estadio de Amman. También he escuchado a muchos niños que se preparan para su Primera Comunión y a sus familias, que han vivido este momento con gran entusiasmo, como sabe hacer el pueblo árabe jordano.

Personalmente, he vivido con mucha intensidad el encuentro con el Papa Francisco en los lugares del Bautismo de Jesús junto a un grupo de Cáritas con el que llevo años trabajando para ayudar a los refugiados palestinos, iraquíes y sirios. Me ha vuelto a sorprenden la contención y la alegría de los cristianos que estaban allí, y el hecho de que muchos de ellos se hubieran desplazado desde muy lejos.

La visita a Betania, “al otro lado del Jordán”, ha sido impresionante por la elección de un lugar tan especial: el Jordán, donde Jesús pidió a Juan que le bautizara, donde Él «se mostró humilde, compartiendo la condición humana… cómo se abaja ante las heridas humanas para curarlas». Me ha conmovido ver al Papa, ya cansado al final de la jornada, sonriendo feliz ante la acogida y el abrazo de los refugiados sirios e iraquíes, y de los discapacitados.

Una vez más, el testimonio del Papa Francisco nos ha mostrado la fascinación y la belleza de Jesús. «La paz es un don que hemos de buscar con paciencia y construir “artesanalmente” mediante pequeños y grandes gestos en nuestra vida cotidiana». Esta frase de Francisco me recordó lo que tantas veces nos repite Carrón citando a don Giussani: «Las fuerzas que cambian la historia son las mismas que cambian el corazón del hombre». Este encuentro con Francisco ha vuelto a despertar en mí el deseo de poder vivir cada vez más con esta conciencia en mi trabajo en los campos de refugiados con los musulmanes, y testimoniar el amor y la caridad de Cristo que, a través del Papa, de Carrón, de mis amigos y familiares, me abraza con todos mis límites.