¿No se ve la verdadera faz de la madre y del hijo en la relación de ambos?

Carmen Pérez

Esa es María, la Madre que Jesús quiso darnos en el momento de mayor entrega, dolor, sufrimiento, angustia, soledad: la madre que nos daría confianza y ayuda, seguridad y certeza en el amor de Dios que así quiso acercarse al hombre.
María, dice el Papa Francisco, es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura. Ella es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada que comprende todas las penas… Como una verdadera madre, camina con nosotros, lucha con nosotros y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios. Si ahondamos en ellas, cada una de estas afirmaciones reconforta nuestra vida diaria
Y un amigo me ha recordado también la conversación del periodista Peter Seewald con el entonces Cardenal Ratzinger que contestó de manera sencilla y directa sobre lo que María le había conmovido y sentía que conmovía a la gente. Realmente la mariología hace latir el corazón de la cristiandad. Con María, la Madre, las personas experimentan el cristianismo como la religión que proporciona confianza, seguridad. Y esas oraciones tan primitivas y tan sencillas que han surgido de la piedad popular, y no han perdido nunca un ápice de frescura ni de actualidad, las mantienen en su fe, porque gracias a la madre de Dios comprenden que la religión no es una carga, sino confianza y ayuda para superar la vida.
La religión no puede degenerar en mero sentimentalismo que pierda el suelo de la realidad bajo los pies, que no sea capaz de reconocer la grandeza de Dios. Pero tampoco puede dar lugar a una racionalización y puritanismo a la que el corazón se opone y rechaza. En María, la Madre, se ve la verdadera faz de Dios que desea salvarnos. Entre los protestantes se temió que María le arrebatase algo a Cristo. El “Cristo sólo”, llega a un radicalismo en el que se pierde humanidad, y parece hacer sentir una especie de competencia entre Cristo y María. Algo sin sentido. Esto no es competencia sino la forma más profunda de acercamiento al ser humano. ¿Cómo no advertir que en el rostro de la madre aparece el rostro mismo de Cristo y pone de manifiesto su verdadero mensaje? La humanidad del cristianismo llega absolutamente a todo, penetra todo.
Recuerdo una anécdota. El hijo mayor de una madre que se quedó viuda muy joven hizo frente, junto a su madre, a la situación de la familia. Y estando a cargo de la situación económica familiar se presentó a unas duras y muy importantes oposiciones. El resultado fue magnífico, el número uno de la oposición. El tribunal quedó sorprendido, admirado, de la categoría humana e intelectual del opositor y quiso conocer más detalles suyos. Cuando se enteraron los miembros del tribunal de su situación personal y familiar, decidieron que el presidente escribiera una carta a la madre para felicitarla por el hijo, convencido el tribunal de que era el mejor homenaje al hijo. Pueden suponerse cómo guardó siempre la madre esa joya de carta. Sobran los comentarios. ¿No se ve la verdadera faz de la madre y del hijo en la relación de ambos? ¿Hay algo más humano y confortante, más rico y necesario en la vida? Tuve un compañero de universidad, protestante, profundamente inteligente y honesto, que después se convirtió al catolicismo. Era mayor que nosotros, en realidad venía por las clases formidables de varios profesores, entre ellos, el de una asignatura que entonces se llamaba “Filosofía de la religión”. Uno de los buenísimos recuerdos que guardo de él, pienso ahora que quizá el mejor, es cómo nos hizo conmovernos ante “lo que es sentirse huérfano. Lo incompleto, lo manco, lo cojo, lo ciega que es una religión, un cristianismo sin Madre”. Creo que he dicho sus mismas palabras.
María anticipa la Iglesia en cuanto tal, es la Iglesia en persona. Es la primera cristiana. Los privilegios de María son la esperanza que nos incumbe a todos. Si todos podemos contar multitud de anécdotas de una madre y un hijo, como la que acabo de referir, ¿cómo no vamos a sentir lo que es la Madre en la Iglesia de Cristo? En ella se pone de manifiesto que todo procede de Él, y que María es lo que es gracias a Cristo. A través de María se contempla el rostro de Dios y de Cristo de tal modo que nos permite comprender a Dios. María es la puerta abierta de Dios. Al hablar con ella se puede tener la ingenuidad del hijo con la madre, se puede acudir a Ella, con esos ruegos y confianza infantiles que la madre siempre entiende. Es el lenguaje del corazón que se manifiesta en la red de santuarios y muestra cómo afecta al corazón humano. Es la fe, de la que Cristo nos dice que mueve montañas. Lo importante es que existe gran confianza, y que esta confianza encuentra respuesta. Esta confianza aviva tanto la fe que llega hasta lo físico, hasta lo cotidiano, y hace que la mano bondadosa de Dios se torne real gracias al poder bondadoso de la madre.