Francisco con uno de los chicos de Abbiategrasso.

«Lo que hacéis coincide con el Evangelio»

Elena Fabrizi

Bajo las notas de la canción Leggero de Marco Ligabue, el autobús se dirigía hacia Roma. Era el 24 de abril por la mañana y venía desde Abbiategrasso. “Ire” canta de memoria la letra de la canción y los demás la siguen. Leggero... nel vestito migliore... senza andata né ritorno, senza destinazione... (Ligero... con el mejor traje... sin ida ni vuelta, sin destino...). Cualquiera que les oiga pensaría que se trata de un grupo de jóvenes de excursión, pero son el Grupo Andy. Unos veinticinco voluntarios que comparten su tiempo libre con chicos con discapacidad. Una experiencia que nació en 1982 en la parroquia de San Gaetano en Abbiategrasso, provincia de Milán, que desde 1998 pertenece a la asociación Don Carlo Gnocchi. Todo nació de la amistad entre Stefano (que pronto se convirtió en hermano Stefano) y Antonio, un joven afectado de espasticidad, un trastorno del sistema nervioso. Ellos dieron vida a esta iniciativa educativa que reúne a jóvenes con varios problemas, y que les invita a compartir juegos, fiestas, excursiones, momentos de oración... en definitiva, a vivir juntos. Los voluntarios van a buscarlos a sus casas o centros y les devuelven allí por la noche. Todos los domingos.

Pero esta vez era distinto, iban a un viaje de cuatro días, que no era precisamente sin destino. «Desde septiembre queríamos llevar a los chicos a Roma. Estaban muy emocionados, pues desde hacía casi diez años no hacíamos un viaje de varios días todos juntos». La que habla es Elena, una joven voluntaria que comenzó a participar en el Grupo Andy hace ocho años. Aparte de disfrutar de las maravillas de la capital italiana, en el programa había una sorpresa especial: «Habíamos enviado una carta al Papa Francisco, a través de don Flavio, que estuvo en nuestra parroquia antes de trabajar en el Vaticano». Pero don Flavio no les dijo nada hasta la noche antes de partir, que les llamó: «El Papa os recibe el día 25 por la mañana». «No dijimos nada a los chicos porque, conociéndolos, se habrían dejado determiinar por este único gesto, con el riesgo de no disfrutar de lo demás».

En Santa Marta les recibieron en una sala muy bonita y luminosa: «Nos pusimos en círculo, cuando apareció una figura blanca que venía a nuestro encuentro. No sé por qué, pero la primera imagen es la que más grabada se me ha quedado», continúa Elena. Nada más llegar, el Papa Francisco saludó a los quince chicos, les preguntó sus nombres y recibió los regalos que le habían llevado. «Ellos reaccionaron tal como son, con mucha espontaneidad. Le decían cosas como: “¿Sabes que te veo en la tele?”». Fue un intercambio continuo de sonrisas y caricias. El Santo Padre les propuso rezar juntos un Ave María, les regaló un rosario y les bendijo en la frente, uno a uno. «Estaban asombrados. Yo soy la primera en tener la impresión de haber estado con un padre. No hubo muchas palabras pero sí un montón de gestos».

El momento que más sorprendió a Elena fue cuando el Papa se marchaba. Se giró hacia don Flavio y le dijo: «Gracias, porque lo que hacéis coincide con el Evangelio». Unas palabras que aún resuenan en Elena y que pueden llegar muy hondo si se las custodia: «Nuestro Grupo nació en un contexto parroquial y siempre hemos vivido una gran pertenencia a la Iglesia. De hecho, en la carta que le escribimos habíamos subrayado cómo para nosotros la Iglesia era ante todo una experiencia de compartir. Y que compartir con él un poco de nuestro tiempo sería lo máximo». Y así ha sido.

De vuelta a casa, prguntó a los chicos qué les había parecido el viaje. Uno de ellos respondió que era el tercer Papa que veía en carne y hueso, pero que con este «centinela» le había sucedido algo inesperado: «Verlo en vivo ha sido algo maravilloso porque ha venido a mi encuentro, me ha hablado y, sobre todo, me ha dado un beso».