Monseñor Ignatius Kaigama.

El calvario nigeriano

Davide Perillo

«Las raíces son muy importantes. Si son fuertes, no tienes miedo. Y nuestra raíz es la fe». Es allí donde se planta la Cruz en la que se apoypa Ignatius Kaigama, 55 años, arzobispo de Jos y presidente de los obispos de Nigeria. «La Cruz y la Resurrección». Lo que permite a su pueblo vivir en un país donde el terrorismo está causando decenas de víctimas y donde salir de casa para ir a misa implica la posibilidad de no regresar jamás.
El motivo se llama Boko Haram, el grupo islamista que lleva años provocando atentados violentos y que actualmente gana espacios de maniobra también en el sur, en la mitad del país de matriz cristiana. Nigeria es enorme: 36 estados, 160 millones de habitantes (40% cristianos, 45% musulmanes y el resto animistas), un mar de petróleo, una economía al alza (más del 7% del crecimiento medio anual en la última década) que le sitúa por encima de Sudáfrica en la cumbre de las clasificaciones de los países más ricos del continente. Y los focos del mundo dispuestos a encenderse cuando, el 7 de mayo, dé comienzo el Forum económico mundial de Abuja, una especie de Davos africana (con seis mil agentes de policía movilizados).
Sin embargo, la gente sigue muriendo por la calle. De hecho, cada vez mueren más. Desde que comenzó el año ha habido al menos 1.600 víctimas. Doscientas mil personas han tenido que abandonar sus casas. Sólo en las dos últimas semanas el informe de guerra ha registrado ocho muertos en un raid en Gwaram; otros 71 (y 124 heridos) por las bombas en la estación de autobuses de Nyanya, cerca de Abuja; un centenar de estudiantes secuestrados en Chibok al día siguiente… Una cadena de violencia, secuestros y agresiones que suele tener como víctimas a los cristianos. Boko Haram significa “la educación occidental es un mal”. El cristianismo se ve como el Mal que hay que eliminar para abrir paso a un Califato islámico. Ha habido – y sigue habiendo – decenas de atentados en las iglesias y en los colegios. El peligro no amaina en los días de fiesta. Pero la voz de monseñor Kaigama es serena: «Cuando entro en una iglesia para celebrar la misa, sé que corro peligro, pero estoy allí en el nombre del Señor. Él es mi fuerza».

¿Por qué Boko Haram se ha convertido en un peligro tan potente? Usted ha dicho recientemente: «Hace un par de años era un grupo de fanáticos armados que sólo tenían arcos, flechas y machetes: ahora están organizados, tienen armas y dinero». ¿Qué ha sucedido?
Boko Haram está cambiando su naturaleza. Se está convirtiendo en otra cosa. Al principio se quejaban de la decadencia moral de la sociedad. La tomaron con la educación y las costumbres occidentales. El objetivo éramos solo los cristianos. Querían eliminar el cristianismo del país. Pretendían que el presidente de Nigeria fuera un musulmán y atacaban casi exclusivamente las iglesias. Ahora su actitud es diferente. Atacan a todo y a todos: instituciones, bancos, escuelas... y hombres, sin demasiadas distinciones. Se están transformando en una fuerza política. Con una agenda que aún no está clara pero que cuenta con apoyos dentro y fuera de Nigeria. La comunidad internacional debería ayudarnos a descubrirlos.

Entonces, no es una guerra de religión.
Siempre lo hemos dicho, y lo que está sucediendo ahora lo confirma. Bombas como las de la estación de autobuses de Abuja no distinguen entre cristianos y musulmanes. En el norte también se ven ya ataques que sólo tienen explicaciones políticas. Los terroristas buscan la anarquía y el caos. Ciertamente, cuando atacan a hombres de Dios lo hacen por motivos religiosos, pero son ámbitos que se cruzan, haciéndolo todo más complicado.

Pero para ustedes cambia poco, siguen siendo los primeros objetivos.
En sus cabezas permanece la idea de eliminar el cristianismo y sustituirlo con el islam, sobre esto no hay duda. La Iglesia siempre está en el objetivo. Muchas de las escuelas atacadas, por ejemplo, son cristianas, no es casual. Tenemos muchos enemigos también en casa, dentro del propio sistema. Pero tengo grandes esperanzas en que encontraremos las palabras adecuadas para purificar sus corazones e intenciones.

¿De dónde pueden venir esas palabras? En el Meeting de Rímini, hace dos años, usted recordaba una frase que a menudo les dice a sus fieles que buscan venganza: «El cristianismo no busca la guerra sino la paz». ¿Qué quiere decir? ¿Cuál es el papel de la Iglesia en esta situación?
Hacer posible el diálogo y la esperanza. No es fácil. Los terroristas están tan acostumbrados a destruir y a matar que casi ya no son capaces de escuchar al otro. Pero nosotros debemos seguir pidiendo a Dios que cambie los corazones. Debemos reclamar siempre a la no violencia. Y animar a nuestra gente, especialmente a los más jóvenes, a no tener miedo. Muchos de ellos están viviendo una vida llena de dramas, de confusión… Nuestro papel consiste en darles esperanza, en recordar a la gente: «No temáis la oscuridad, eso no importa. Todavía hay luz».

¿Dónde?
En la cima del Calvario. Estamos siendo puestos a prueba, pero nuestra vida es vida con Jesús y para Jesús. Está iluminada por la Resurrección.

En Rímini, usted recordaba que «Jesús murió en la cruz, con esa apertura de brazos de quien quiere abrazar a toda la humanidad». ¿Qué quiere decir eso hoy en Nigeria?
El otro día, preparándonos para la Pascua, en una iglesia de Jos tuvimos un encuentro con los jóvenes que cantan en los coros parroquiales. Les dije: «Nosotros somos el pueblo de la esperanza. No podemos quedar frustrados por los que quieren abatir nuestra esperanza. No importan los ataques, la pobreza social, la amargura por el Gobierno que no se ocupa de los jóvenes. Nada de eso vence. Nuestra esperanza es Cristo. En la luz de Cristo, lo conseguiremos». Luego rezamos. Eran un centenar. Tendrías que haber visto sus caras. Reflejan la violencia, la pobreza, los problemas. Pero nuestra esperanza tiene una raíz más firme: Jesús, que es camino, verdad y vida. Y su Resurrección.

¿Pero qué significa la Pascua en un país que vive una Pasión continua?
Los nigerianos somos un pueblo que ha sufrido mucho. Estamos acostumbrados a «sufrir sonriendo», como dice una canción nuestra. A veces desde fuera puede parecer que el país esté a punto de desintegrarse, de romperse. Pero nosotros tenemos la capacidad de estar unidos. La Pascua tiene este sentido para nosotros: los cristianos podemos estar debilitados, heridos, parecer derrotados, pero existe la Resurrección. Y este anuncio sigue difundiéndose.

¿Cómo vive usted la Pascua?
Durante la Semana Santa he visitado los pueblos donde no hay parroquia o iglesia. Volví a la ciudad para la vigilia del Sábado Santo, pero luego vuelvo a irme, para compartir estos días con los que más sufren. Estaré entre la gente para llevarles este mensaje de esperanza: podemos estar olvidados por nuestros líderes políticos, pueden atacarnos, hacernos daño, pero nunca seremos derrotados. Quiero estar allí para animar a mi pueblo. La gente todavía tiene sed de la palabra de Dios, es necesaria para vivir.

¿En qué lo ve?
En el hecho de que vienen a la iglesia incluso poniendo en peligro su vida. Porque la posibilidad de ser atacados es real, y alta, pero la gente viene. Hace unos días celebramos las confirmaciones y la catedral se llenó de gente. Los que creen quieren vencer el miedo.

¿Y lo consiguen?
Hace días propuse a los fieles que se reunieran en el lugar donde construiremos la nueva catedral. Normalmente, a la gente tiene miedo a reunirse así: donde hay multitud nunca se sabe lo que puede pasar. Pues bien, estaba lleno de gente. Una marea. Un pueblo que hunde firmemente sus raíces en la fe. Son un gran testimonio e incluso me animan a mí, que soy su pastor. Salgo de casa y sé que podría ser la última vez, pero también sé que lo hago por ellos y por la gloria de Dios.