Jorge Mario Bergoglio y Luigi Giussani.

Bergoglio y Giussani. Las sintonías profundas

Tierras de América
Massimo Borghesi

El cardenal Jorge Mario Bergoglio nunca se encontró directamente con Mons. Luigi Giussani, pero es innegable que, en un plano ideal, ese encuentro se produjo. En cuatro ocasiones Bergoglio presentó en Buenos Aires obras de Giussani en edición española. En 1999 El Sentido Religioso, en 2001 El atractivo de Jesucristo, en 2005 ¿Por qué la Iglesia? y en 2008 ¿Se puede vivir así?
Como confesó en 2001, dos razones le llevaban a reconocer una sintonía con Giussani. “La primera, más personal, es el bien que este hombre me hizo a mí en la última década, a mi vida como sacerdote, a través de la lectura de sus libros y sus artículos. La segunda razón es porque estoy convencido de que su pensamiento es profundamente humano y llega a lo más íntimo del anhelo del hombre. Me atrevería a decir que se trata de la fenomenología más honda y, a la vez, más comprensible de la nostalgia como hecho trascendental”. Bergoglio se refería aquí a la visión antropológica cuyo núcleo se encuentra en El Sentido Religioso, texto de Giussani que él presentó en 1999.
“Desde hace muchos años –afirmó en esa ocasión– los escritos de Monseñor Giussani inspiran mi reflexión [...]. El Sentido Religioso no es un libro de uso exclusivo para los que se adhieren al movimiento; tampoco es sólo para los cristianos o los creyentes. Es un libro para todo hombre que tome en serio su propia humanidad. Me atrevo a decir que hoy día la cuestión que más tenemos que encarar no es tanto el problema de Dios, la existencia de Dios, el conocimiento de Dios, sino el problema del hombre, el conocimiento del hombre y encontrar en el mismo hombre las huellas que dejó Dios para encontrarse con Él. [...] Para un hombre que haya olvidado o censurado sus preguntas fundamentales y el anhelo de su corazón, el hecho de hablarle de Dios resulta un discurso abstracto, esotérico o una devoción sin ninguna incidencia sobre la vida. Nosotros no podemos ir con un discurso sobre Dios mientras no retiremos las cenizas que están tapando el rescoldo de esas preguntas. El primer paso es avivar el sentido de esas preguntas que están escondidas, enterradas, enfermas quizás, pero están”. Aquí la lectura de Bergoglio coincide, al pie de la letra, con la afirmación de Giussani: «El factor religioso constituye la naturaleza de nuestro yo en cuanto se expresa en determinadas preguntas: “¿cuál es el significado último de la existencia?”, “¿por qué existe el dolor, por qué la muerte, por qué, en definitiva, vale la pena vivir?”».
Sin duda, al entonces cardenal de Buenos Aires, proveniente de la escuela jesuítica, esta nostalgia trascendental le recordaba la antropología trascendental desarrollada por Karl Rahner. No obstante las coincidencias entre Giussani y Rahner, también había diferencias. Giussani había desarrollado y articulado su noción de “sentido religioso” en 1958, siguiendo el peculiar enfoque tomista del cardenal de Milán, Giovanni Battista Montini, en su Carta pastoral de 1957 Sobre el sentido religioso. Allí se define la dimensión religiosa como vis appetitiva, como exigencia de verdad, no como criterio de verdad. De tal manera se evita el riesgo apriorista que subyace en el enfoque de Rahner, fuertemente dependiente del trascendentalismo kantiano. Esto explica el relieve que adquiere en Giussani la categoría de encuentro. El encuentro es la modalidad con que el Misterio alcanza sensiblemente al hombre, le toca dentro del espacio y del tiempo con signos que le instan a dar una respuesta. El encuentro es la modalidad concreta a través de la cual el sentido religioso pasa de la potencia al acto, de latente que era se convierte en manifiesto. De esta manera, el enfoque trascendental, la exigencia innata de Dios inscrita a priori en nuestra naturaleza, no elimina la novedad del a posteriori, la modalidad imprevisible con que se manifiesta la acción de Dios, la Gracia. Por eso Bergoglio, siempre comentando la noción giussaniana de sentido religioso, afirma: «Por otro lado, para preguntarse frente a los signos se necesita una capacidad muy humana, la primera que tenemos como hombres y mujeres, que es el asombro, la capacidad de admirarse, como lo llama Giussani; un corazón de niños, en última instancia. Sólo el asombro conoce. [...] El opio cultural tiende a anular, enfermar o matar esta capacidad de asombro. El principio de todo filosofar es la admiración. Hay una frase del Papa Luciani, que dice que el drama del cristianismo contemporáneo reside en el hecho de ofrecer tan sólo categorías y normas en lugar del asombro por un acontecimiento. Y el asombro es previo a toda categoría; es lo que me lleva a buscar, a abrirme, es lo que me permite dar una respuesta, que no es una respuesta verbal, ni conceptual. Porque si el estupor me abre a una pregunta, la única respuesta es el encuentro: sólo en el encuentro se sacia la sed».
La antropología religiosa por un lado, y el encuentro como modalidad en que acontece la fe, por el otro. Son los dos polos que tanto Giussani como Bergoglio señalan como clave del cristianismo hoy. El cristianismo no se presenta como un conjunto de preceptos o de valores. «No se comienza a ser cristiano –escribe Francisco en la Evangelii gaudium citando a Benedicto XVI– por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (EG, 7). Análogamente, dirá en la presentación del texto de Giussani El atractivo de Jesucristo: «Todo en la vida nuestra, tanto en el tiempo de Jesús como ahora, empieza con un encuentro. Un encuentro con este hombre, el carpintero de Nazaret, hombre como todos pero a la vez distinto. Los primeros, Juan, Andrés, Simón, se descubrieron mirados al fondo, leídos en su interior y en ellos se generó un estupor, un asombro que, enseguida, los hacía sentir ligados a él y de manera diferente. [...] No se puede entender esta dinámica del encuentro que provoca el estupor y la adhesión y armoniza todas las potencias en unidad, si no está “gatillada” – perdonen la palabra – por la misericordia. Solamente quien se encontró con la misericordia, quien fue acariciado por la ternura de la misericordia, se encuentra bien con el Señor. [...] El lugar privilegiado del encuentro es la caricia de la misericordia de Jesucristo sobre mi propio pecado». De este punto, de completa sintonía entre Bergoglio y Giussani, deriva una serie de consecuencias de gran importancia.
La primera es que la Gracia precede siempre, viene antes. En la presentación de El atractivo de Jesucristo, Bergoglio afirma que «el encuentro se da. […] Eso es pura gracia. Pura gracia. En la historia, desde que comenzó hasta el día de hoy, siempre “primerea” la gracia, después viene todo lo demás». Giussani, en su libro, remitía a un artículo suyo que se publicó en la revista 30Días: Algo que viene antes (4, 1993). En El atractivo de Jesucristo aclara que «“Lo que sucede antes” es el encuentro con Cristo, aunque no sea del todo preciso, aunque no sea verdaderamente consciente. Como les pasó a Andrés y Juan: era algo sorprendente, pero que ellos no podían definir. Lo que sucede antes, la gracia, es la relación con Cristo: Cristo es la gracia, es su Presencia, y es tu relación con ella, tu diálogo con ella, tu manera de mirarla, de pensar en ella, de concentrarte en ella» (p. 39).
La segunda consecuencia es que, si el encuentro es la modalidad esencial como se comunica la fe, ayer lo mismo que hoy, entonces, en un mundo que se ha vuelto en gran medida pagano, el cristianismo debe declinarse en su forma esencial y no primariamente en sus consecuencias éticas, cuya salvaguarda corresponde, en el ámbito público, a los laicos cristianos comprometidos en el plano temporal. Giussani, ya en el escrito metodológico Reflexiones sobre una experiencia (1959) invitaba a un anuncio cristiano «simple y esencial» porque «la Iglesia es discretísima al fijar los puntos obligatorios», y en 1982 (Hombres sin patria) afirma que «cuando el cristianismo se reduce a defender, tanto dialéctica como prácticamente, los valores cristianos, encuentra espacio y acogida en todas partes». El Papa Francisco, por su parte, dice en su entrevista al Padre Antonio Spadaro: «Las enseñanzas de la Iglesia, sean dogmáticas o morales, no son todas equivalentes. Una pastoral misionera no se obsesiona por transmitir de modo desestructurado un conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente. El anuncio misionero se concentra en lo esencial, en lo necesario, que por otra parte es lo que más apasiona y atrae, es lo que hace arder el corazón, como a los discípulos de Emaús. Tenemos, por tanto, que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio. La propuesta evangélica debe ser más sencilla, más profunda e irradiante. Sólo de esta propuesta surgen luego las consecuencias morales». El atractivo de Jesucristo, término que retoma la Evangelii gaudium en el n. 39, debe preceder a la doctrina moral. La precede en cuanto procede del encuentro, no se puede comprobar su verdad al margen del encuentro. Es un enfoque que impide, desde el comienzo, cualquier posible fundamentalismo cristiano.
La tercera y última consecuencia que tienen en común Bergoglio y Giussani es el juicio sobre los riesgos que debe afrontar el cristianismo contemporáneo: gnosis y pelagianismo. Si el cristianismo es un Acontecimiento que se hace manifiesto en un encuentro histórico y sensible, si éste primerea respecto a cualquier acción o intención nuestra, entonces el vaciamiento espiritualista del hecho cristiano, la negación de su ser carne, así como la pretensión moralista de poder construir por nosotros mismos el mundo nuevo, resultan las desviaciones que se deben corregir. Como afirma Bergoglio en 2001: «esta concepción cristianamente auténtica de la moral que presenta Giussani nada tiene que ver con los quietismos espiritualoides de los que están llenos las “góndolas” [los estantes] de los supermercados religiosos hoy en día. Engaños. Ni tampoco con el pelagianismo tan de moda en sus diversas y sofisticadas manifestaciones. El pelagianismo, en el fondo, es reeditar la torre de Babel. Los quietismos espiritualoides son esfuerzos de oración o espiritualidad inmanente que nunca salen de sí mismos». Se trata en ambos casos de un proceso de mundanización de la fe. La Evangelii gaudium afirma que «esta mundanidad puede alimentarse especialmente de dos maneras profundamente emparentadas. Una es la fascinación del gnosticismo, una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos. La otra es el neopelagianismo autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la Gracia se gastan las energías en controlar. En los dos casos, ni Jesucristo ni los demás interesan verdaderamente. Son manifestaciones de un inmanentismo antropocéntrico. No es posible imaginar que de estas formas desvirtuadas de cristianismo pueda brotar un auténtico dinamismo evangelizador» (EG, n. 94). En este caso es interesante notar que la forma de neopelagianismo que se encuentra ahora ya no es la misma que predominaba en los años ’70, propia de la teología política cristiana influida por el marxismo, sino una forma nueva, de derechas, característica de cierto tradicionalismo católico. De todos modos, también en este caso lo esencial, en el encuentro ideal Bergoglio-Giussani, es la sintonía de fondo. Gnosis y pelagianismo constituyen el peligro porque el cristianismo es un Evento real que continúa en la historia y este Evento es una fuente (gratuita) de humanidad nueva que no puede ser generada por el hombre. Lo que Giussani ha señalado con insistencia a lo largo de todo su testimonio educativo, encuentra así en Bergoglio una continuidad ideal.